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Y verás cómo quieren en Chile al amigo cuando es forastero

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Alicia Gariazzo
Por : Alicia Gariazzo Directora de Conadecus
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La historia de Chile ha sido la de un país de emigrantes y he tenido la impresión de que las “grandes mayorías”, y especialmente los sectores de la cota mil de Santiago, tienden a aceptar con beneplácito solo a los extranjeros provenientes de países rubios. Parece que estaba equivocada.

Chile ha cambiado y desde 1990 se ha convertido en un país de inmigración. Basta solo pasear por el centro de Santiago. Organismos competentes plantean que en el 2023 el país podría albergar a un millón de extranjeros, en su mayoría provenientes de Perú, Bolivia, Colombia, Haití y República Dominicana. Expresión de ello es que en las últimas elecciones del Perú, votaron en Chile 58.075 peruanos.

Lo notable es que no se escuchan reclamos. En parte, porque los blancos de la cota mil no bajan al centro y, porque, extrañamente, los medios noticiosos no se refieren en absoluto al fenómeno. En todo caso, para los que amamos el Centro, para los que nacimos en él, es un placer ver ahora sus calles animadas, con infinitos restoranes peruanos e incluso con familias de rasgos africanos que contribuyen a dar un mayor colorido al paisaje. Por los escasos comentarios al respecto parecería que hay un cambio de mentalidad. Eso pensé al leer El Mercurio del domingo 29 de mayo. El editorial del matutino, siempre preocupado del desempleo y la “desaceleración de la economía”, ese día se refería a los inmigrantes casi con amor. Comienza comentando el ostensible aumento de visas a extranjeros, más bien de residencias permanentes, y cuestiona la ausencia de “una política que aproveche el potencial de las migraciones con una visión de futuro, más allá del asistencialismo prevaleciente”. Agregando que “se insiste en victimizar a los inmigrantes desconociendo que tienen niveles de pobreza y desempleo inferiores a la media nacional y superiores en salud y educación”. Sin embargo, según análisis de organismos competentes y de organizaciones de apoyo como el Servicio Jesuita de Migrantes de la Compañía de Jesús, SJM, esto no es así. Como siempre El Mercurio se equivoca o trae algo bajo la manga. La mayoría de los inmigrantes viene en busca de trabajo y mejores perspectivas que las que tienen actualmente en sus países y salvo los que han instalado empresas o pequeños emprendimientos, la mayoría es explotado en Chile con salarios de hambre.

Personalmente creo que debemos apoyar a nuestros hermanos latinoamericanos, así como el mundo lo hizo con los chilenos luego del golpe militar. Más aún, creo que Latinoamérica debería ser un solo país, una región sin fronteras, para lo que deberíamos comenzar teniendo relaciones civilizadas y fraternas con nuestros vecinos, sin demandas absurdas y pugnas artificiales. Pero la solidaridad debe ser apoyada de manera efectiva, no solo con visas. El Estado chileno debe proteger al inmigrante, como debe hacerlo con todos los habitantes del país. En este siglo de crueldad y vulnerabilidad, los inmigrantes se encuentran entre los sectores más débiles y están más expuestos a verse afectados, especialmente los inmigrantes ilegales, que constituyen un 85% de la población extranjera y que también son provenientes preferentemente de Bolivia, Perú y Colombia.

Entre las crueldades modernas de este siglo, se destaca, la trata de personas, en las que Chile juega un gran papel. En 2012 un informe del Departamento de Estado de EEUU señalaba que Chile es país de origen, tránsito y destino de hombres, mujeres y niños víctimas de la trata de personas con fines de explotación sexual y trabajos forzados. Dentro del país, las víctimas suelen ser mujeres y niñas explotadas en la trata con fines sexuales. En menor número, las mujeres y niñas chilenas también son víctimas de la trata con fines de explotación sexual en otros países, como los países vecinos y España. Las mujeres y niñas de otros países latinoamericanos, como Argentina, Bolivia, Perú, Paraguay, la República Dominicana y Colombia vienen a Chile atraídas por el señuelo de fraudulentas ofertas de trabajos y posteriormente son coaccionadas a ejercer la prostitución.

Según el SJM, muchos inmigrantes, al llegar a la frontera, son rechazados por no traer permiso de trabajo o residencia y quedan a la deriva en los puestos fronterizos donde estas redes les ofrecen ingreso clandestino al país. Este tráfico, que antes se veía solo en Centroamérica y México para entrar a Estados Unidos, ahora existe en Chile. La mayoría de las organizaciones de “coyotes” que operan en nuestras fronteras, según el sacerdote Idenilso Bartolotto del SJM, se ocupan principalmente del ingreso ilegal de hombres para explotarlos como mano de obra casi esclava.

[cita tipo=»destaque»]No cabe duda de que el Estado chileno deberá enfrentar en los próximos años diversos desafíos, todos ellos vinculados al exceso de mano de obra desocupada. Nada de esto se informa ni discute en los niveles políticos de dirección de nuestro país. Debemos enfrentarlo seriamente[/cita]

Por otra parte, Chile ha reemplazado a Colombia en el traslado al mundo de la coca producida en Perú y Bolivia. Análisis internacionales lo afirman, agregando que estos dos países producen el 54% de la cocaína del mundo y que, entre 2000 y 2009, el cultivo de coca en Perú creció un 38% y en Bolivia, un 112%. Este comercio traspasa la Frontera Norte que tiene 1.350 Km difíciles de vigilar. A través de la frontera pasa la coca y la marihuana prensada de Paraguay. Hay 140 pasos no habilitados en Arica y Parinacota. Un primer tramo de 56 kilómetros, de 26 a 2.100 metros sobre el nivel del mar, doce sectores costeros inhabilitados, también útiles para el narcotráfico. El tren de Arica a Tacna, según el tratado de 1929, solo puede ser controlado en Arica, y mucha droga es arrojada desde 25 Km antes de llegar a la estación, dos veces al día. En un segundo tramo, de 111,4 Km, en el sector precordillerano en los hitos 27 a 80, está el paso Laguna Blanca frente a Alto Perú, centro de acopio de droga, donde carreteras pavimentadas facilitan el tráfico hacia los poblados de Puno y Ayacucho. Otro paso es Ancomarca en Perú, pueblo donde se acopia droga, con rutas ilegales para narcotráfico, contrabando de mercadería y paso de vehículos robados. Finalmente, en un tramo de 168 kilómetros, con una altura de 3.800 m. sobre el nivel del mar, cada 15 días hay una feria internacional donde hay intercambio de contrabando y drogas. La región de Antofagasta cuenta con 365 Km de frontera con Bolivia y tres pasos habilitados: uno vehicular, el complejo Colchane, dos peatonales, Ujina y Cancosa y 389 Km con Argentina. Vias naturales de Paraguay y Brasil, llegan a Bolivia, principalmente de Paraguay, con la marihuana prensada. Es difícil no pensar que este tráfico, especialmente en las regiones del norte, como Tarapacá y Antofagasta, no envuelva a inmigrantes ilegales, afectados por todas las actividades laterales que el narcotráfico lleva consigo.

No cabe duda de que el Estado chileno deberá enfrentar en los próximos años diversos desafíos, todos ellos vinculados al exceso de mano de obra desocupada. Nada de esto se informa ni discute en los niveles políticos de dirección de nuestro país. Debemos enfrentarlo seriamente. Por una parte está el aumento de los extranjeros, por otra el aumento de la longevidad que es creciente y que deja sin trabajo y magras pensiones a adultos mayores sin inserción en la sociedad. Finalmente, la mano de obra desocupada que, constantemente, está dejando la tecnología digital.

El Estado deberá proteger a los habitantes del país diseñando políticas creativas y utilitarias para el uso del ocio. No queremos que los desempleados conviertan al país en el Lejano Oeste, ya que el hombre, al carecer de fuentes de ingreso, debe recurrir al trabajo ilegal. Quizás la base será disminuir la jornada de trabajo a seis horas, partiendo por ocupaciones en la administración pública. El Estado tendrá que impulsar seriamente el estudio, la educación y la innovación con apoyo real, en todos aquellos sectores que pueden no tener trabajo, pero sí ideas. El país deberá mantener una relación fraterna con el resto de los países de América Latina aprovechando las ventajas comparativas para analizar en conjunto la situación de la inmigración.

Pero, lo más importante, todo esto debe desarrollarse en un marco de nueva solidaridad y participación de toda la ciudadanía especialmente de los más afectados por la fragilidad del sistema en que vivimos. Deberá valorarse nuevamente el trabajo voluntario, entre los jóvenes y en ocupaciones para adultos mayores en sus comunidades, posiblemente en el cuidado de niños, discapacitados y enfermos. A falta de ingresos, el poder ser útil es una compensación para los nuevos abandonados de la tierra.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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