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Expectativa de vida y el optimismo de la Superintendencia de Pensiones ‘por el chorro’

Por: Jaime Fontbona Torres, Master en Ciencias Sociales de la Salud, Doctorando en Salud Pública, Universidad de Melbourne


Señor Director:

La reciente noticia sobre el anuncio a la población puede esperar una reducción de un 2% en sus jubilaciones a partir del 1 de Julio es una mala noticia en general, pues impactará en la capacidad de jubilados de mantener su estándar de salud. Pero muchísimo más sorprendente es cuando la Superintendencia de Pensiones lo justifica sobre una esperanza de vida que rompen con toda lógica de las actuales tasas conocidas.

Tal vez sea necesario empezar por explicar el concepto esperanza o expectativa de vida. Este término refiere al promedio de años que una población vive, lo que normalmente se expresa respecto de hombre y mujeres. Esta medida es retrospectiva, pero muy importante para estimar las metas del sector salud.

Sin embargo, considerando las tasas anteriores también se hacen proyecciones ‘teóricas’ de la expectativa de vida en el futuro, del tipo “Si todo sigue igual de bien…”. Pero al estar sujetas a un sinfín de variables económicas (crisis económicas, tasas de crecimiento), políticas (conflictos, armados), sociales entre otros, se le suele dar un valor muy escaso en salud pública.

Además, existe otro término conocido como “esperanza de vida al nacer”, que se refiere a una estimación del promedio de años que un recién nacido viviría si nace este año, si es que no se presentasen variaciones, ni positivas, ni negativas en las tasas de mortalidad ni en las condiciones de vida. De nuevo, un estimación bien teórica, pero que se ocupa como indicador del nivel de seguridad, salud, y soporte social entre otros que tiene un país en el momento actual.
Es así, como la OMS ha felicitado a Chile por haber alcanzado una de las expectativas de vida promedio más altas de la región, esto es 80,5 años para ambos sexos, siendo la expectativa de la población femenina significativamente mayor que la de hombres (83,4 vs. 77.4). Esto es especialmente relevante, toda vez que Japón, el país más longevo del mundo, y gracias a una especial cultura de respeto por los adultos mayores ha logrado adelantar en las últimas dos décadas aún más sus expectativas de vida promedio de ochenta años alcanzadas en 1994. De hecho, la OMS señala que hoy Japón se encuentran en 83,7 años para su población total, y es uno de los pocos que presenta una población masculina que vive en promedio hasta los 80,5 años, sobre pasando la barrera virtual de la octava década que por mucho tiempo se pensó determinada genéticamente.

El optimismo de estas cifras han ‘inspirado’ al Estado chileno a hacer proyecciones favorables de las expectativas de vida, las que debieran alcanzar las japonesas para entre el 2020 y 2025, con una tasa de 83,36 de vida. Desgraciadamente, otros organismos son mucho menos optimistas, planteando que la expectativa de vida al nacer chilena, o sea de niños que nacen hoy no necesariamente se mantendrá en esos mismos estándares en el futuro. De hecho, la OMS ha planteado que la edad promedio de muerte será de 70,4 años. Ahora, si uno desea contrastar con otros organismos, el World Factbook del Gobierno Norteamericano plantea una estimación bastante mejor, pero aún menor de esa optimista proyección, esto es 78,61 años. Pese a que esto nos deja dentro de un buen ranking 52 dentro más de 200 países, esto sugiere que las condiciones de vida de los chilenos no se mantendrán teniendo un efecto en la longevidad de nuestros hijos.

Por eso son tan sorprendentes las tasas que plantean la Superintendencia de Pensiones, ubicando la expectativa de vida de aquellas pensionadas que tienen hoy 60 en 90,3 años y de los restantes varones pensionados en 85,24 años.

Dicho de otro modo, la Superintendencia de Pensiones, sin referirse a estadísticas en salud, espera que superaremos a los países con mayor longevidad mundial, pero más aún estaría apostando por una substantiva mejora de la salud de las personas de tercera edad, pese a ir contracorriente de los indicadores de organismos internacionales en la materia.

Es difícil entonces, no entender estas estimaciones de ‘exorbitante optimismo’ que ‘justifican’ el anuncio de la baja en las pensiones dentro de la esfera de los dichos del Sr. Rodrigo Pérez Mackenna, Presidente de la Asociación de AFP, quien comunicara la aspiración de su sector de mejorar su relación costo/utilidad, por medio de aumentar la edad de jubilación de las pensionadas mujeres. Es importante mencionar que esta idea pretende emular una propuesta hecha en Australia por un gobierno altamente impopular, y cuya decisión fue aplazada hasta el 2023 por esto mismo, por lo que es muy probable que nunca llegue a entrar en vigencia. Además, dentro de los argumentos a favor de ella en ese país se aducían los óptimos estándares de vida que se habían alcanzado en casi todas las capitales regionales de ese país (buen nivel de determinantes sociales de la salud) y que la tercera edad se ha convertido en el grupo etario más pudiente debido a ser muchos de ellos propietarios en un mercado inmobiliario que ha ido en alza sostenida por décadas. Desgraciadamente, ninguno de estos factores se aplica al contexto chileno, por lo que una medida como debiese argumentarse seriamente y más allá de un acto de un acto de costo de la ‘galantería’.

Intentando comprender el ‘optimismo’ de la Superintendencia de Pensiones, podría argumentarse por ejemplo, que la población afiliada a fondos de pensiones no es una muestra representativa de la población chilena, y por lo tanto no comparte las mismas expectativas de vida que ella. Pero eso llevaría a la pregunta respecto de cuál es la mortalidad de ese otro Chile que no recibe pensiones de su sector, y en qué medida los fondos de pensiones se han convertido en una protección elitista. También sería interesante conocer sobre que indicadores de salud basan este ‘optimismo’ y que ojala se trasparente la lógica detrás de esas estimaciones con el fin de que la ciudadanía comprenda cual es el aporte real que las AFP realizan a la población de tercera edad, y que es lo que el ciudadano medio puede esperar de ellas cuando envejezca.

Jaime Fontbona Torres, Master en Ciencias Sociales de la Salud, Doctorando en Salud Pública, Universidad de Melbourne

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