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La descentralización boca arriba

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Rodolfo Quiroz
Por : Rodolfo Quiroz Departamento de Geografía Universidad Alberto Hurtado
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Cristián Warnken dice que hay que releer los cuentos y novelas cada cierto tiempo porque se descubren nuevos matices y significados, volviéndose realmente inmortales en nuestra memoria.

Fue así entonces que tuve que volver a ‘La noche boca arriba’, de Julio Cortázar, y revivir una serie de antiguas preguntas, pero que ahora se convirtieron en nuevas respuestas: la ficción de lo real, el peligro versus la tranquilidad, los deseos menos las insatisfacciones. Y estaba en estos cruces cuando, casi como un rayo de luz, apareció el paranormal caso de la descentralización en Chile y su constante desdoblamiento espectral entre la vida y muerte de sus funciones.

¿Será real o será ficción? ¿Agoniza o tiende a recuperar? ¿Cómo es que la descentralización siempre se promueve y se fricciona, aparece y desaparece, pero jamás se produce algo concreto? ¿Habíase visto un tema tan lleno de tragedias y desigualdades, pero tan poco relevante que ningún cuarteto político lo instala en el debate?

En efecto, gobiernos tras gobiernos, nunca en la historia de Chile la descentralización ha sido una demanda política a defender o a conquistar dentro de un mandato político. Ni las derechas más conservadoras y liberales ni las izquierdas más radicales y populares, nunca, le han otorgado un mínimo sentido.

No obstante, mediante la opinión pública reiteradamente distintos actores sociales y políticos exponen argumentos para empujar a la descentralización a un horizonte práctico: “Ayuda a la democracia”, “crea mejor clima de inversiones”, “involucra al Estado con las comunidades”, “asegura mayor protección al ecosistema”, “moderniza el Estado”, “mejora el emprendimiento”, “valora el patrimonio cultural”, etc.

Incluso por este mismo medio, si no me equivoco, el senador Francisco Chahúan fue el último samurái descentralizador. Para el 21 de mayo dijo lo siguiente: “La Presidenta de la República se comprometió públicamente con impulsar las propuestas descentralizadoras de la Comisión Presidencial que ella misma estableciera y que asumió como propias en una reunión solemne en el Congreso Nacional. Este compromiso no se cumple con la sola presentación de un limitado Proyecto de Ley”.

Ahora bien, lo que omite el senador es que no fue la voluntad de la Nueva Mayoría ni la de Chile Vamos la que permitió avanzar el debate en estos términos, sino que su origen radicó en la fuerza y veracidad de las multitudinarias movilizaciones del norte y el sur durante los últimos años (Calama-2012, Tocopilla-2013, Aysén-2012, Magallanes-2010, Quellón-2010, entre otras).

En otras palabras, fue producto de la presión social ante reiteradas desigualdades en las localidades –a veces tragedias–, que el bloque de conducción tuvo que construir un programa presidencial de descentralización (2013). Precisamente de este compromiso nació el Informe para la Descentralización entregado a la Moneda hace ya casi dos años (07/09/2014) y que ahora se transformó en el actual proyecto de ley de traspaso de competencias regionales que descansa en el Parlamento.

Sobre esto último, cabe recordar que el gobierno presentó un proyecto de ley sin urgencia, quedando sin reglamento legislativo la discusión de las nuevas autoridades regionales, lo que significa que no existen estatutos claros para la definición de nuevos servicios públicos y atribuciones regionales.

Es decir, nuevamente la descentralización quedó abajo de un plan de reformas dentro de una coalición política: eufemísticamente ni siquiera entró en la “obra gruesa”. Y sí, nuevamente, pero siguiendo un patrón de comportamiento de más de un siglo y medio, fue escindida, abandonada y desplazada de un plan de gobierno, tal como si se tratara de la adolescente más extraña y menos necesaria del baile.

[cita tipo= «destaque»] En medio de este cuadro de viejas prácticas, la descentralización en Chile está palideciendo una ilusión de apertura, pero que eficaz y conservadoramente se resiste a nacer en un mínimo de sus contenidos y demandas. Es una triste obra dramática que, hasta ahora, sucumbe boca arriba. [/cita]

La pregunta que surge entonces, ¿qué ocurre con la descentralización que nunca llega a destino? En más de dos décadas de gobiernos democráticos, ¿cómo es posible que no haya podido avanzar un centímetro?

Si bien el problema es mucho más grave, la tesis de Esteban Valenzuela es simple pero efectiva. Según el autor del Alegato histórico regionalista el centralismo se ha mantenido gracias a una “implacable maquinaria represivo-cooptadora” del aparato central chileno que, a su vez, ha hecho de este fenómeno la construcción “de un cierto tipo de Estado dominado por una elite política, con lazos en la democracia y el poder económico que a través del sistema de partidos políticos centralizados y un Ejecutivo todopoderoso, oprime, coopta o domestica a las comunidades regionales”.

Ahora bien, cada vez que irrumpen conflictos locales o regionales, la respuesta es la misma: creación de “planes especiales”, dice Valenzuela: plan Chuquicamata, plan Arica, plan Araucanía, etc. De hecho, lo ocurrido recientemente en Chiloé también respondió a este modelo reaccionario-centralizado. ¿Qué hizo el gobierno? Recordemos; enviar un ministro, inventar un plan y negociar a cómo diera lugar el fin de las movilizaciones, obviamente sin nunca reconocer que el problema trasciende la espontaneidad de un plan e implica una reformulación de las formas democráticas locales.

Desde luego, en un país de memoria frágil ya nadie recuerda las primeras declaraciones del ex ministro del Interior frente a la grave crisis social de Chiloé: “Hay que olvidarse de la billetera fácil”, dijo Burgos, reduciendo el rudísimo problema ecológico y económico de la comunidad chilota a una cuestión de recursos del Estado (o la Moneda).

Asimismo, tampoco se recuerda que la salida obligada del ex Intendente de La Araucanía, Francisco Huenchumilla, fue por haber elaborado un planteamiento político sobre las relaciones entre el Pueblo Mapuche y el Estado de Chile y no aceptar implementar una política represiva como única vía de respuesta a las expresiones de violencia acontecidas en la cuenca del Biobío. Recordemos, para el ex Ministro: “Los intendentes cuando presentan planes sobre materias importantes como la que él va a presentar, lo que hacen normalmente es traerla con mucha anticipación para saber si las autoridades superiores están de acuerdo con eso y hacer un debate sobre aquello, eso no ocurrió”, pues “los intendentes proponen planes a las autoridades superiores, los intendentes son representantes de la Presidenta de la República, no son autoridades autónomas que digan y hagan lo que quieran”.

Lo más escalofriante de estas declaraciones es que en ningún caso afectaron al ex ministro Burgos, que salió criticado por otro tipo de laberintos. Salvo Boric, a nadie le llamó la atención que ocupará una enmienda del siglo XIX –el nombramiento centralizado de los Intendentes se creó en 1844– para defender la autoridad de la Presidenta.

Tampoco le interesó a Burgos informarse que justamente esa “superior” autoridad se decidió discutir mediante una Comisión Presidencial que propuso, entre otras medidas, elección de Intendentes, traspaso de competencias regionales, mandatos revocatorios, etc.

En definitiva, esas declaraciones son solo un estado de la temperatura del centralismo y su orgánico poder dentro de los partidos tradicionales. Es una escena parecida a la que aconteció con el Informe de Probidad y Transparencia cuando se discutió el orden interno de los partidos y el senador Ignacio Walker sostuvo que Eduardo Engel “no tiene idea de política”. La diferencia, aquí, es que cuando se rompe con la descentralización, el silencio se comanda automáticamente (sin disensos), desde el Parlamento hasta el propio segundo piso de la Moneda.

El gran obstáculo de la descentralización en Chile es que involucra impostergablemente un nuevo proyecto político y, como todavía no existe una alternativa real, ninguna fuerza política tradicional está disponible a ejecutarla en sus mínimos.

Ni la Nueva Mayoría ni Chile Vamos están preparados para discutir el más importante debate de la descentralización (o la nueva Constitución): cómo recentralizar aquellas decisiones políticas que afectan a los niveles comunales, locales y comunitarios; cómo construir un nuevo estatuto territorial-nacional orgánicamente más democrático, sin perder de vista la legitimidad institucional y las contradicciones que alteran la vida de los paisajes y territorios.

Por lo anterior, más que fijarse en las ventajas y posibilidades de una nueva descentralización con Intendentes electos democráticamente, lo que debería discutirse a fondo, en primer lugar, es por qué no se puede avanzar en este problema.

La sospecha autoevidente es simplemente porque una descentralización democrática es un problema que altera a toda la clase dirigente. No están preparados todavía, pues, sería entrar a una nueva cancha sin límites pactados ni posiciones claras.

En medio de este cuadro de viejas prácticas, la descentralización en Chile está palideciendo una ilusión de apertura, pero que eficaz y conservadoramente se resiste a nacer en un mínimo de sus contenidos y demandas. Es una triste obra dramática que, hasta ahora, sucumbe boca arriba.

Tal como el personaje de Cortázar, no logra distinguir si a está a punto de ser sacrificada en un ritual ancestral maya o si se recupera en un hospital tras una dura colisión automovilística: “Con una última esperanza apretó los párpados, gimiendo por despertar. Durante un segundo creyó que lo lograría, porque estaba otra vez inmóvil en la cama, a salvo del balanceo cabeza abajo. Pero olía a muerte y cuando abrió los ojos vio la figura ensangrentada del sacrificador que venía hacia él con el cuchillo de piedra en la mano… En la mentira infinita de ese sueño también lo habían alzado del suelo, también alguien se le había acercado con un cuchillo en la mano, a él tendido boca arriba, a él boca arriba con los ojos cerrados entre las hogueras”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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