Una palabra puede sintetizar con relativo acierto la reacción social a los resultados del referendo en Reino Unido: incertidumbre. Una particular forma de bipolar incertidumbre que describe reacciones diversas, como británicos yendo compulsivamente a sus restaurantes internacionales favoritos pensando que los cerrarían tras el Brexit (Britain-exit), o estudiantes europeos que comenzaron a hacer sus maletas para retornar a las periferias de Europa, ya que no se sentían bienvenidos, o profesionales jóvenes amenazando dejar sus trabajos como acto de protesta tras una inminente ola de fascismo, o simplemente británicos que el sábado, como todos los otros, vieron los partidos de fútbol en el bar de la esquina.
Y es que tras un silencio inicial sobrevino la posición esquizoide de la incertidumbre y la hiperreactividad.
El anuncio de renuncia del Primer Ministro David Cameron. Los movimientos de la derecha para buscar un nuevo liderazgo. La crisis del Partido Laborista y los intentos de boicot contra el liderazgo de Jeremy Corbyn. Los anuncios de posibles consultas independentistas en Escocia e Irlanda del Norte y las crecientes presiones de Bruselas que, casi resentida y ofuscada, solicita una negociación inmediata con el Reino Unido para cerrar la puerta de salida de la Unión Europea (UE).
Sin duda, las consecuencias del Brexit tardarán meses en tomar forma y por el momento cualquier predicción es casi apresurada. No obstante, en este bipolar ambiente de incertidumbre, hay dos elementos que han quedado opacados por la discusión y sobre los cuales cabe presentar algunas reflexiones que permitan esclarecer lo incierto del contexto.
El primero corresponde al carácter ideológico del referendo y la nueva encrucijada política que proyecta. El segundo corresponde a la posición estratégica de la izquierda anticapitalista británica y sus posibles efectos.
El referendo tiene su origen concreto en las tensiones que los sectores conservadores de la derecha británica han desarrollado tras la crisis del 2008. La promesa del referendo propuesta por David Cameron buscaba un ambicioso doble movimiento, renegociar mejores condiciones para la economía británica, maximizando beneficios y reduciendo al mínimo los costos de participación y, a la vez, extender la base política y popular de su gobierno, generando alianza con los sectores más conversadores de UK y con sectores populares despolitizados y nacionalistas.
La expresión dicotómica del referendo, por ende, ha sido el reflejo de las contradicciones de la derecha, las cuales han totalizado el espacio político británico como la visión internacional al respecto.
En este sentido, el debate ha quedado enfrascado en la dicotomía discursiva conservadora, que interpretó el binomio leave-remain (salir-permanecer) desde dos lecturas dominantes.
Desde la posición de Cameron, el binomio asumió la forma de caos versus seguridad económica, en donde la opción leave representa la crisis económica y casi el salto al abismo financiero. Desde la posición de extrema derecha, representada por Boris Johnson –alcalde de Londres y miembro del Partido Conversador– y Nigel Farage –parlamentario y líder del Partido Independiente de Reino Unido–, se explotó la contradicción entre soberanía nacional-subordinación eurocéntrica, apelando a que el carácter político de la UE es un atentado a la democracia nacional y que los beneficios económicos de participar de un mercado común son mínimos, mientras los costos políticos se han extremado, siendo la pérdida del control de las fronteras y de la inmigración los puntos más críticos.
En el campo de la izquierda, el dilema leave-remain también se expresó en posiciones diferenciadas que dividieron a ese sector político, el cual, tras la victoria de Corbyn, había logrado un alto nivel de cohesión.
La posición del Partido Laborista y el Partido Verde (Green Party) respondió al dilema del referendo con una resignificación limitada y dependiente del discurso conservador, la cual se focalizó en la contradicción democracia-antisemitismo, realzando el carácter progresista de la UE como ejemplo de cooperación e integración y como agente defensor de los derechos humanos.
Así, los sectores más progresistas de la izquierda asumieron el lema “Reino Unido es mejor en Europa”, sintonizando con el lema “Otra Europa es posible”, consigna que aglutina a los nuevos sectores de izquierda europea como Podemos y Syriza, que han defendido, con críticas y propuestas, la integridad del proyecto Europeo.
Al extremo izquierdo del Labour Party el sector anticapitalista –que agrupa a una serie de partidos y colectivos con baja presencial electoral pero significativa presencia local y muy activa en los movimientos antiausteridad–, apostó por la campaña del Leftexit, denunciando el carácter neoliberal e imperialista de la EU. Esta campaña planteó una distancia discursiva al marco de debate generado por la derecha e innovó en la interpretación del conflicto respondiendo a la dicotomía leave-remain como una opción entre neoliberalismo antidemocrático versus soberanía social.
[cita tipo=»destaque»]Pese a esta diversidad de posturas, la interpretación global ha replicado las dicotomías de la derecha, polarizando el conflicto y reduciendo el debate al estereotípico binomio bueno-malo. Así, se ha tendido a satanizar toda opción en pro del leave, describiéndola como necesariamente fascista, antisemita y reaccionaria, a la vez que ingenuamente se ha pontificado la UE, presentándola como un foco ejemplar de integración, cooperación y como el icono y talla global de la civilización occidental.[/cita]
Esta campaña se focalizó en la denuncia sistemática del carácter neoliberal, antidemocrático e imperialista de la UE (Callinicos, 2016). Acertadamente, esta izquierda recordó el proceso de conformación histórica de UE, consistente en la alianza de las burguesías nacionales de Alemania y Francia y en la construcción de un mercado común con niveles tolerables de competencia que no generan guerra, tal cual lo sugirió Wiston Churchill cuando señaló la necesidad de articular algo similar a los Estados Unidos de Europa para garantizar la paz.
También denunció acertadamente su carácter antidemocrático, actuando como un metaestado tecnocrático que reduce la democracia a las esferas nacionales y subordina las decisiones macropolíticas a un conocimiento técnico centralizado en la comisión europea.
Asimismo, señaló la relación ambivalente con la inmigración, principal ejército de reserva que soporta las economías europeas y que favorece los reductos del Estado de bienestar que sobreviven en algunos países de Europa mediante la explotación (Counterfire, 2016).
Igualmente, denunció su carácter imperialista, ampliando concéntricamente su influencia en países periféricos, a los cuales ha forzado a asumir políticas de austeridad que contemplan privatización de servicios sociales y empresas estatales y flexibilización laboral –véase los casos español, portugués y griego– y que también ha participado convenientemente como aliado militar de las agresiones militares de USA a Oriente Medio, principal origen de la crisis migratoria que vive Europa.
Pese a esta diversidad de posturas, la interpretación global ha replicado las dicotomías de la derecha, polarizando el conflicto y reduciendo el debate al estereotípico binomio bueno-malo. Así, se ha tendido a satanizar toda opción en pro del leave, describiéndola como necesariamente fascista, antisemita y reaccionaria, a la vez que ingenuamente se ha pontificado la UE, presentándola como un foco ejemplar de integración, cooperación y como el icono y talla global de la civilización occidental. Esta expresión parcial, y por ende ideológica, del debate ha ocultado los argumentos de izquierda, reduciendo la visibilidad del campo de oportunidades políticas que el Brexit abre.
En efecto, es posible señalar que el referendo ha significado para la izquierda en general una derrota ideológica, tanto por la campaña como por los resultados. La izquierda ha sido incapaz de fisurar la dicotomía ideológica de los sectores conversadores, que pese a sus diferencias han capturado el debate nacional e internacional, presentando una diálogo clausurado entre dos opciones de neoliberalismo.
Un neoliberalismo nacional-imperialista, que perfila elementos populistas basado en el miedo a la inmigración y un proteccionismo a la clase trabajadora nacional, versus un neoliberalismo tecnocrático y también imperialista, anclado en un discurso modernizador y progresista que oculta su propia historia bajo el nuevo manto ideológico de la civilidad europea.
Si durante los meses previos al referendo la izquierda y la figura de Corbyn habían logrado instalar un creciente criticismo hacia las políticas neoliberales de Cameron, poniendo como debate la oposición entre neoliberalismo-neokeynesianismo como estrategia de resolución de la crisis económica, el referendo representa un retroceso que ubica al neoliberalismo como invisible telón de fondo u obvio consenso entre euroescépticos malos y euroconvencidos buenos.
En este necesario cabe preguntarse ¿por qué la izquierda anticapitalista optó por el Brexit? Políticamente la apuesta de la izquierda anticapitalista fue usar la maniobra de Cameron y la fisura de la derecha para desestabilizar el gobierno conservador, adelantar las elecciones y, con Corbyn como paladín, construir un gobierno de centroizquierda con un programa antiausteridad. Esta jugada, políticamente riesgosa dentro del establishment político actual, hasta la fecha ha tenido sus aciertos.
El anuncio de renuncia de Cameron para octubre ha provocado un crisis política en la derecha, que pese a salir victoriosa en el referendo ha generado anticuerpos profundos en la gente joven, quienes preferentemente votaron por la opción permanecer.
Los intentos de los sectores neoliberales al interior del Partido Laborista, New Labour, han encontrado resistencia en su intento de forzar la renuncia de Corbyn a su liderazgo, quien ha contado con el apoyo de los sectores de izquierda dentro y fuera del Partido Laborista, manteniendo su figura como referente de unidad.
Pese a estos signos positivos, la estrategia de la izquierda radical tendrá sentido solo si logran adelantar las elecciones y desplazar del gobierno al Partido Conservador. Con Corbyn a la cabeza del gobierno y sin las condicionantes gubernamentales de la UE, que forzaron el fracaso de Syriza y el giro neoliberal de Hollande en Francia, la viabilidad de un nuevo ciclo político parece, al menos en el análisis, viable.
No obstante, todo está en riesgo y la posibilidad de que la extrema derecha capitalice la crisis sigue siendo un hecho. Lo cual implicaría una agudización de las políticas de austeridad, ya iniciadas por Cameron, pero sin la excusa de la UE.
Por otro lado, la emergencia de consultas independentistas supone un problema para la soberanía del Reino Unido frente al cual ninguna de las fuerzas políticas tiene claridad y la posición de la izquierda anticapitalista no ha presentado soluciones, mostrando debilidades programáticas en el seno de la crisis por la cual apostaron.
Si bien la crisis política generada por la derecha está en pleno desarrollo, la ausencia de un proyecto alternativo en el seno de la izquierda sigue siendo la principal debilidad de los sectores críticos al neoliberalismo. La división de la izquierda británica durante la campaña del referendo, pese a tener un candidato común, favoreció su subordinación ideológica a la encrucijada neoliberalismo (nacional) versus neoliberalismo (federativo), complejo punto de partida para capitalizar la crisis.
Afortunadamente, y casi como consuelo frente la incertidumbre, la política no la hacen los analistas ni los comentaristas y, si esta crisis logra ser capitalizada por la izquierda, podría emerger una estrategia distinta a los ya complejos ensayos de ese sector político europeo.
Al fin y al cabo, la construcción política en el capitalismo sigue siendo el ejercicio soberano de construir alternativas en el seno de la era de guerras y revoluciones o, en una expresión más conocida, la suerte esta echada… ¿Que gane el mal menor?