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Movimientos estudiantiles: ¿la democracia tomada o la democracia en toma?

Aïcha Liviana Messina
Por : Aïcha Liviana Messina Profesora titular y directora del Instituto de Filosofía de la Universidad Diego Portales
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Una pregunta que plantean las tomas que están afectando a varias universidades en Chile, es si, al ser repetitivas y casi habituales, pueden sin embargo ser consideradas un acontecimiento –es decir, si son portadoras de alguna promesa política nueva (y en este caso cuál) o si son meramente desgastantes–. Otra pregunta es cómo la toma podría prometer más democracia, siendo un medio en sí mismo (al menos desde ciertas perspectivas) poco democrático.

Las tomas, antes de buscar un espacio de palabra, obligan a una relación de fuerza. Ponen a cada actor social en situación de reacción, de negociación y entonces de obligación (hacia otro que deberá reconocer). Hacen que un dispositivo cotidiano que configura muchas veces sin que lo pensemos nuestra cotidianidad, se transforme en un escenario.

Al ser una forma de expresión que exige una reacción, las tomas pueden ser consideradas como medio posible de existencia en democracia (de expresión y existencia del demos). Pero al forzar un lugar y, por ende, un escenario, las tomas son también, por supuesto, una forma de actuar que amenaza la democracia.

Más que constituir una expresión, pueden poner en una situación de chantaje. En este sentido son un acto de guerra. Pero ¿se ha de elegir necesariamente entre estas dos alternativas? ¿El carácter repetitivo de la toma la anula en su novedad y sentido o algo provoca en el espacio social?

Me gustaría exponer cincos argumentos para pensar que la toma, en su ambivalencia, es reveladora del estado y del problema de la democracia.

1. Si la democracia es un espacio y una configuración política en que ninguna verdad se impone sobre otra (es decir, si, por definición, la democracia no tiene esencia, definición), la toma es entonces un acto antidemocrático.

Si bien no es la imposición de una razón a través de la fuerza, la toma es un acto por sí mismo imponente. Sin embargo, deslegitimizar la toma por su violencia, presupone una concepción reducida de la democracia. La democracia no es solamente el espacio de la deliberación, es también el espacio del conflicto.

La deliberación y la negociación son posibles dentro de un campo social donde los actores ya están reconocidos y ya tienen una forma de poder. Una toma permite ser un actor social (conseguir cierto reconocimiento) a través de un acto en que una entidad se da a sí misma el poder. Sin esta dimensión de conflicto, la democracia solo existe de forma autocomplaciente.

2. Pero ¿arrogarse el poder para llegar a ser un actor político es suficiente para la creación de más democracia? Lo es, siempre que queramos pensar la democracia en términos cuantitativos, lo que la arruina. Para esto, existen las encuestas de opinión y los espacios de comentarios anónimos o las redes sociales que dan la palabra a todos y a nadie.

En este contexto, lo que reina no es un demos, es el anonimato: números y opiniones sin sujeto (y muchas veces terriblemente estúpidas). Si la democracia puede ser una promesa políticamente interesante, es, al contrario, porque en ella el demos se crea a sí mismo –es porque en ella algo se juega de nuestro estar en común–.

Lo que habría que preguntar entonces es si las tomas recientes revelan algo de este estar en común, si han creado maneras de estar en común.

Sin perjuicio de agotar el problema, lo que es impactante en general, con los movimientos estudiantiles que han tenido lugar en los últimos años, es que son reveladores de una sociedad completamente fragmentada. Los grandes ausentes de este escenario, por ejemplo, son los académicos.

Es como si la educación fuera un problema que opone a los estudiantes frente a la institución y no por definición un tema común y el problema de nuestro estar en común. Con respecto a esto, las tomas y en general los movimientos estudiantiles de los últimos años, son reveladores de una carencia que a su vez revela una democracia que quizás tiene los números, pero que es cualitativamente pobre.

3. Frente al carácter repetitivo de las tomas, se ha hablado mucho del carácter infantil de los estudiantes que las llevan a cabo. Este juicio cuestiona, por supuesto, nuestro primer argumento. Si se llega a ser un actor social a través de una actitud infantil, ¿qué democracia se llega entonces a crear (en términos cualitativos)? Sin embargo, si hubiera infantilismo, esto debería más bien cuestionar el sistema por entero. El infantilismo de ciertas actitudes es también revelador de un sistema donde el autoritarismo es más difuso que centralizado. ¿Es el caso en Chile?

Lo es, sin duda, pero no necesariamente en las estructuras de las instituciones, sino en sus funcionamientos. Lo es donde un mecanismo institucional no es claro para todos. Lo es donde queda un margen de arbitrariedad en las tomas de decisiones. Y finalmente lo es donde para remediar (y a veces opacar) toda posible arbitrariedad, se opta por soluciones mecánicas que privilegian el cálculo en vez de la explicitación. Aquí habría que hacer un cruce entre los movimientos estudiantiles que buscan mayor participación en la universidad y la carta firmada por los académicos de Arte y Humanidades que buscan mayor participación en las instituciones que otorgan financiamiento para la investigación.

Puede ser que, en parte, estos “movimientos” resultan de la poca claridad que tienen acerca de la manera en que funcionan las instituciones (como, por ejemplo, Fondecyt), pero el hecho es que hay zonas opacas que llegan a aplastar a los individuos de una manera o de otra y que esto, o bien ahoga la democracia o bien la determina dialécticamente (y, por ende, la infantiliza).

4. Volviendo al problema del carácter violento de la toma, me parece que ahora podemos decir que si es cierto que la toma es una forma de chantaje, una de sus posibles debilidades es que podría ser un acto político cuyos efectos no logran romper con lo que critican, y que, en consecuencia, siguen sometidos a él (concuerdo de esta forma con el análisis de Eduardo Sabrovsky en su columna del 21 de junio publicada en elmostrador.cl).

La democracia llega a ser interesante y posible cuando sus efectos sorprenden y entonces cuando una acción no es solamente un medio (cuyo fin sería entonces siempre determinable) sino que es su propio fin. Sin embargo, es importante también no invalidar la toma por su sola violencia. La democracia no existe sin la posibilidad de lo que la amenaza desde el interior. De otro modo, sería reducible a un orden, a un saber, no sería más una promesa, una invención.

5. Queda la pregunta en cuanto a si el carácter repetitivo de las tomas no anula el carácter necesariamente inédito de la democracia, es decir, su carácter de acontecimiento, de producción de lo novedoso. Incluso algunos estudiantes han manifestado estar cansados por esta repetitividad que podría ser una señal de un empobrecimiento político, a saber, que la forma de la política no se ha reinventado.

Sin embargo, el problema aquí no es el hecho sino lo que lo explica. Muchos se ofuscan porque los estudiantes en toma o en movimiento, no tienen en consideración el mejoramiento del sistema educativo y, entonces, no toman en cuenta las luchas pasadas (¡las de la generación de sus profesores!). Pero la pregunta es ¿por qué no las toman en cuenta? ¿No será porque no hay un contexto propicio a la transmisión, de generación en generación, es decir, porque falta un hilo histórico que permite pensar algún cambio en términos de acontecimiento?

Solemos pensar que nuestras acciones políticas son, o bien autopoieticas, es decir, producen la novedad y su propio lenguaje, o bien son responsivas, se configuran en función de un acontecimiento que ya tuvo lugar, que ha dejado, más que memoria, conceptos que determinan pensamientos y acciones políticas.

Ahora bien, si las protestas y acciones políticas se repiten bajo una misma forma (la toma), puede ser que el descontento se repite, pero también que lo que se repite sea una falta de trama histórica. ¿Qué revolución, qué herencia, qué concepción de la historia puede hoy día determinar nuestras acciones?

Entonces, ¿hay que concluir negativamente? ¿Las tomas solo son el reflejo de una falta política general y epocal? ¿Solo producen un inmenso desgaste adentro y afuera de la comunidad académica?

[cita tipo=»destaque»]Si la democracia requiere el conflicto y no solo el intercambio de razones, las tomas no son tanto el acontecimiento del conflicto como el reflejo de las pocas posibilidades que hay de generar espacios de conflictividad. Se critica mucho el carácter repetitivo de los movimientos estudiantiles, pero se habla poco de que, básicamente, solo los estudiantes tienen la posibilidad de manifestarse, de juntarse, de transformarse en actores políticos. En los últimos años, los estudiantes han mostrado que tenían un cierto poder. ¿Qué otros actores sociales han podido penetrar las esferas del poder?[/cita]

Si la democracia requiere el conflicto y no solo el intercambio de razones, las tomas no son tanto el acontecimiento del conflicto como el reflejo de las pocas posibilidades que hay de generar espacios de conflictividad. Se critica mucho el carácter repetitivo de los movimientos estudiantiles, pero se habla poco de que, básicamente, solo los estudiantes tienen la posibilidad de manifestarse, de juntarse, de transformarse en actores políticos. En los últimos años, los estudiantes han mostrado que tenían un cierto poder. ¿Qué otros actores sociales han podido penetrar las esferas del poder?

Sin embargo, no basta con decir que las tomas a pesar de tomarse la democracia, son una de las pocas instancias en el que el demos se transforma en actor político, arrogándose cierto poder (cratos).

El problema con las consideraciones negativas en política es que mucha negatividad termina siendo la justificación de todo, incluido de un uso ciego de la violencia. Es la naturaleza misma de la democracia de tomarse a sí misma mientras está en toma. Pero si de esta paradoja no queda más que una definición negativa, la democracia se transforma en su contrario (el fascismo).

Frente a este momento negativo (que se repite), no solo los estudiantes sino también cada actor social podría tener un discurso menos repetitivo: los “adultos” que miden las acciones de los estudiantes respecto a sus logros; los “estudiantes” que permanecen cerrados dentro de su categoría.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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