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La larga historia de una frágil alianza: Democracia Cristiana y Partido Comunista

Marcelo Casals
Por : Marcelo Casals Doctor en Historia de América Latina, University of Wisconsin-Madison. Investigador independiente
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«Las desavenencias, desconfianzas y rechazos de los democratacristianos hacia los comunistas tienen una larga historia. La propia Falange Nacional, grupos de jóvenes conservadores escindidos del Partido Conservador hacia finales de los años 30′, justificaron la decisión de organizarse como colectividad independiente dado que de ese modo podían luchar de mejor modo contra el comunismo».


(*) Con el fracaso del proyecto reformista de la Nueva Mayoría y su desplome en las encuestas, las fisuras que el ascenso al poder había escondido al interior de la alianza comenzaron a aflorar. El peso de la historia política chilena y la composición ideológica de sus principales fuerzas hacían previsible el lugar por donde esas fisuras comenzarían a ser evidentes. Hace unos días, el ex Ministro del Interior Jorge Burgos abrió los fuegos. Según él, el nivel de influencia programática del PC “no le hace bien al país” y su presencia en el gobierno habría sido una “complicación”.

Otros dirigentes democratacristianos, como el ex presidente de la colectividad Ignacio Walker, salieron a refrendar esas palabras, anunciando el fin de la Nueva Mayoría una vez finalizado el gobierno de Michelle Bachelet.

Las desavenencias, desconfianzas y rechazos de los democratacristianos hacia los comunistas tienen una larga historia. La propia Falange Nacional, grupos de jóvenes conservadores escindidos del Partido Conservador hacia finales de los años 30′, justificaron la decisión de organizarse como colectividad independiente dado que de ese modo podían luchar de mejor modo contra el comunismo. Eduardo Frei, líder natural del grupo, señalaba ya en 1937 que para suprimir al marxismo resultaba necesario “oponerle la mística del cristianismo, única y auténtica fórmula espiritual y material de crear un mundo mejor y conducir a los hombres a su verdadero destino.. Otro dirigente del joven partido, Manuel Garretón, complementaba en carta privada de abril de 1939: “Entre el antimarxismo nuestro y el de los partidos de derecha hay una diferencia sustancial: el primero es efectivo, el segundo aparente».

Expresiones como las anteriores se multiplicaron en los años siguientes. Con todo, la Falange no estuvo exenta de polémicas con la jerarquía eclesiástica dados sus esporádicos acercamientos hacia parte de la izquierda en 1938 -cuando decidieron apoyar a Pedro Aguirre Cerda, el candidato del Frente Popular- y también diez años más tarde, en 1948, con motivo de su rechazo a la promulgación de la Ley de Defensa de la Democracia que proscribía al Partido Comunista. Todo ello, sin embargo, no aminoraría su pronunciado anticomunismo. La fundación de la Democracia Cristiana en 1957 en base a la Falange y otros grupos socialcristianos le darían continuidad a ese particular elemento ideológico. En ese momento, también, se iniciaría la fase de auge y expansión de la colectividad, que terminaría con una resonante victoria en las presidenciales de 1964 -junto a una enorme campaña propagandística anticomunista- y que se replicaría en las parlamentarias del año siguiente. El gobierno de Frei revolucionó las expectativas de los sectores marginales rurales y urbanos. La Reforma Agraria y las políticas de Promoción Popular, entre otras iniciativas, estuvieron dirigidas explícitamente hacia estos sectores. Las propias contradicciones internas del partido gobernante y las limitaciones económicas del período, terminaron por frustrar muchas de estas expectativas, colaborando con el proceso general de radicalización política en Chile

La Democracia Cristiana, bien es sabido, fue uno de los arietes más duros contra la Unidad Popular. Hacia el final de esa experiencia apoyaron abiertamente una salida militar de la situación, y del mismo modo. y con algunas excepciones minoritarias, entregaron su respaldo incondicional a la dictadura que recién se iniciaba. Mientras la izquierda marxista era duramente perseguida y reprimida -con un saldo de miles de muertos, torturados y exiliados- la DC ponía a disposición sus cuadros técnicos y profesionales para la administración del nuevo Estado autoritario. No pasará mucho tiempo hasta que la dictadura hiciera explícita sus ansias refundacionales, que excluían a la Democracia Cristiana y a cualquier otro partido del nuevo esquema de poder. Al mismo tiempo, la represión y la censura también comenzó a alcanzar a militantes y medios de comunicación del partido. Por un tiempo la dirección de Aylwin intentó mantener una relación cordial con el régimen, pero a la larga se hizo insostenible, más aún cuando emergía por entonces -en gran medida al alero de la Iglesia Católica- una conciencia más acabada sobre la violación a los Derechos Humanos perpetrada por el régimen.

Por entonces, desde la izquierda en el exilio se sucedían los llamados para formar un “frente antifascista” para derrocar a la dictadura. La DC sin embargo estableció como línea política básica la imposibilidad de todo acuerdo programático con el PC, algo que mantendrían de modo invariable durante lo que quedaba de dictadura y la posterior transición. La renovación del socialismo y la explosión de las protestas nacionales de 1983 lograron cimentar la alianza que a la larga lideraría el proceso de recuperación de la democracia, con la exclusión invariable del comunismo criollo. El abismo se hizo aún más grande cuando el PC anunció su decisión de aplicar “todas las formas de lucha” contra el régimen, lo que por cierto incluía la “violencia aguda”. Como consecuencia, la exclusión se vio legitimada en la oposición moderada, más aún cuando la propia dictadura insistía en identificar a toda oposición con el “marxismo” demonizado por todos sus aparatos de propaganda. El PC sólo pudo plegarse a la estrategia opositora en el plebiscito de 1988 desde una posición subordinada y sin capacidad de decisión a nivel político y estratégico.

La exclusión del PC del sistema político sólo acabaría con la firma de un pacto electoral con la entonces Concertación de Partidos por la Democracia en 2009. El ingreso de diputados comunistas al Parlamento en virtud de ese pacto cimentó -luego del movimiento social que trizó la hegemonía neoliberal en 2011- la creación de un nuevo conglomerado, la Nueva Mayoría, donde por primera vez participaban juntos y en igualdad de derechos comunistas y democratacristianos.

A algo más de dos años de iniciada de esa experiencia parece ser, de acuerdo a lo expresado por algunos dirigentes DC, que el peso de la historia será más fuerte. De hecho, Burgos, Walker y quienes apoyan esta nueva línea política de exclusión del comunismo apelan a esta historia para volver a lo que según ellos sería el curso normal de las cosas. Para ello acuden a razonamientos ideológicos de otros tiempos, como la supuesta existencia de una incompatibilidad absoluta entre marxismo y socialcristianismo o, más aún, el control solapado que el PC haría del gobierno, en desmedro de la DC y el resto de la coalición. La alianza cruje bajo el peso de una conciencia histórica de exclusión sistemática del comunismo de alianzas de centro-izquierda.

Más allá de renovaciones, transiciones y caídas de muro varias, parece ser que ciertos sectores de la Democracia Cristiana aún se rigen por aquellas lógicas bipolares de otros tiempos. Resta por ver cuáles serán las definiciones concretas en materia de alianzas políticas una vez que se evalúen los alcances el fracaso rotundo de la Nueva Mayoría.

*Publicado en RedSeca.cl

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