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El dogma de la CEP y el país que ninguna encuesta puede medir Opinión

El dogma de la CEP y el país que ninguna encuesta puede medir

Jorge Rojas H.
Por : Jorge Rojas H. Dr. Phil. Universidad de Hannover, Alemania, Sociólogo, Universidad de Concepción
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Lo que la encuesta CEP y otras similares no reflejan es el contexto sociocultural, político y global en el que se aplican, el que sin duda influye en las percepciones y opiniones emitidas por los encuestados. No quiero decir que las opiniones emitidas sean falsas. Simplemente, solo reflejan la percepción de un momento específico cargado de problemas, complejidades y sentimientos humanos que trascienden la encuesta misma.


Todo el mundo esperó con ansias los resultados de la encuesta CEP. Especialmente la clase política, el Gobierno, empresarios, periodistas y expertos en análisis. La encuesta CEP parece gobernar el país. Indica lo bueno y lo malo. Mide todo y nada. Un verdadero dogma político y mediático posmoderno. Entrega insumos a los viejos y nuevos liderazgos políticos. También a los medios de comunicación, que los difunden masivamente. Da la impresión de que la encuesta es lo máximo en política contingente. Probablemente este fenómeno “encuestitis” se debe a la falta de política verdadera que se ocupe seriamente de los asuntos reales del país y sus regiones. Las encuestas son necesarias, pero su sello y sobredimensión política es un fenómeno que caracteriza el proceso de debilitamiento, desutopización y privatización de la política como bien público, propio de la era del mercado.

Este tipo de mediciones corresponde al mercado de las opiniones e ideas privadas que invaden y reemplazan la falta de opinión y espacio público, imprescindible para el sustento permanente de la democracia moderna. Las encuestas solo miden percepciones ciudadanas de la coyuntura, las que se encuentran influidas por los sucesos contingentes y los golpes noticiosos (muchas veces sensacionalistas). No tienen valor universal.

En Chile –también en otros países latinoamericanos– no existe el espacio público consolidado que oriente al ciudadano y ciudadana en sus decisiones. Lo público fue expropiado por el dominio de lo privado. El espacio público se construye históricamente con educación y cultura política, y con ciudadanía informada y proactiva. Esta última se encuentra actualmente en proceso de formación, y es de esperar que en el futuro cercano emergerá con fuerza y protagonismo público. El movimiento de los “pingüinos” por el derecho y defensa de la educación pública, el universitario de 2011 por la reforma de la educación superior (gratuidad, rechazo al lucro, calidad, democracia), el socioambiental de Chiloé (marea roja, crisis social y ambiental de la salmonicultura) y el movimiento No + AFP, constituyen buenos ejemplos del movimiento de sociedad en marcha.

El vaciamiento de lo público –antropológicamente hablando, vacío de identidad– provocado por la ruptura histórica de 1973, que dejó sin fondo político-cultural-ciudadano a la nación y sus instituciones, privó a los chilenos de la matriz pública común construida a lo largo de su historia de conflictos y progresos, desde su independencia. Sus espacios y sentidos republicanos comunes fueron sustituidos abruptamente por ensayos y laboratorios económicos de corte individualista, abstracto y ahistórico, susceptibles de cooptar voluntades mediante relatos temporales desprovistos de sentido humano y significados trascendentes a su microrrealidad personal, al margen de toda sociedad.

El sustituto de la sociedad viva organizada y de la buena práctica política orientada al bien común, es la estadística: el frío y pseudocientífico recuento de opiniones anónimas. De esta manera, resulta fácil declarar el fin de todo: el fin de la historia, de la modernidad, el fin del Gobierno, el fin de la elite, el fin de la sociedad. Declarar el fin de todo aquello que podría levantarse como alternativa humana al anarquismo del capital globalizado y posmoderno. Por lo mismo, declarar de manera conservadora y engañosa el “fin” de algo, es un producto que vende y que se coloca en vitrina como objeto de moda, de rápida lectura y comprensión liviana, como los tiempos de incertidumbre construida lo exigen.

[cita tipo= «destaque»]La incomprensión del proceso que vive el país, en muchos sentidos interesante y desafiante, no es por cierto responsabilidad de las encuestas ni de las estadísticas, sino de la incapacidad política y científica de profundizar y comprender los complejos procesos de transformación sociopolítica, económica, cultural, étnica, ambiental, de género, territorial y valórica que experimenta Chile en la Era Antropoceno y global que transita prolongadamente la Humanidad y, también, nuestro agitado y hermoso país sudamericano.[/cita]

Sin embargo, nada de ello sucede. La realidad es mucho más compleja y porfiada que sus sepultureros. El ser humano y la sociedad que lo cobija y alimenta culturalmente son muy ricos en inventos y salidas alternativas de sobrevivencia.

En la actualidad las encuestas, especialmente la CEP, dan la impresión de que para gobernar y hacer oposición basta con esperar sus mágicos y aniquiladores resultados. Prueba de ello son las innumerables opiniones y análisis que se desprenden de sus resultados. Para unos –para la oposición– la encuesta confirma el “fracaso del Gobierno”. Para partidarios del Gobierno confirmaría lo “mal que estamos”, o que habría que “cambiar de rumbo” o mejorar la forma de gobernar. Lo más interesante es que los resultados, en la mayoría de los temas, tienden a confirmar las creencias o posiciones que, ya antes de la publicación de los resultados de la encuesta, tenían los actores. Esto es, revalidan los prejuicios.

Las encuestas se apropian –o expropian– extrañamente de la “popularidad”, atribuyendo popularidad o impopularidad a gobiernos y candidatos –oficialistas o de oposición–, levantando o enterrando figuras públicas, expresando incluso cifras al límite de lo absurdo, sin mayores fundamentos sociológicos. Se autoatribuyen lo que serían supuestamente las opiniones fundadas del pueblo. Ponen notas a la acción pública o privada como si fueran maestros calificados y certificadores de calidad, sin someterse –los constructores y sostenedores de las encuestas– a ningún tipo de escrutinio público de veracidad o cientificidad.

Las encuestas no hacen milagros. Son instrumentos útiles, pero miden solo momentos y señalan tendencias. Entregan pinceladas de un momento determinado de la realidad. Pero la realidad es mucho más profunda y compleja, y no se deja aprehender por una simple encuesta.

Un ejemplo: si durante mucho tiempo los medios de comunicación o políticos insisten en los problemas de delincuencia, sobredimensionándola, resulta lógico que impacte la opinión de las personas y que, en consecuencia, le otorguen la máxima prioridad como política pública.

Otro ejemplo: si el Estado legisla a favor de que las familias no sigan copagando la educación de sus niños y niñas, pero la oposición sostiene que la ley es mala porque impedirá que las familias elijan libremente la escuela y educación de sus hijos, se produce obviamente una desnaturalización o desprestigio de esta política pública. En este caso puede influir un cambio de cultura en la población: una valoración positiva de lo privado y negativa de lo público. Una reforma requiere muchas veces de tiempo para ser comprendida por la población. Ocurre también que en algunos casos las reformas impulsadas –especialmente las sociales– no satisfacen las expectativas de la población, la que se encuentra influida por situaciones estructurales de exclusión social.

Lo que la encuesta CEP y otras similares no reflejan es el contexto sociocultural, político y global en la que se aplican, el que sin duda influye en las percepciones y opiniones emitidas por los encuestados. No quiero decir que las opiniones emitidas sean falsas. Simplemente, solo reflejan la percepción de un momento específico cargado de problemas, complejidades y sentimientos humanos que trascienden la encuesta misma.

Para una mayor comprensión de lo que estamos analizando es necesario situarse en el contexto especial que vive el país. Chile se encuentra en un proceso complejo de transición posneoliberal: transita con dificultades y conflictos hacia otro sistema más democrático, social, inclusivo y ecológico. Por lo tanto, el contexto que sirve de entorno a la encuesta CEP requiere de otros estudios más profundos que den cuenta de la realidad que viven los chilenos.

Consideremos algunos elementos de contexto que influyen en las percepciones y opiniones de las personas encuestadas: la profunda desafección de la política, fenómeno general que trasciende al Gobierno de turno que evalúa la encuesta, que incluso se produce en muchos países; la existencia de un clima de desconfianza, corrupción y sentimientos de abuso (de los empresarios y políticos) que afecta a la población en general; la existencia de una oposición política que no practica la crítica constructiva –como se espera en un régimen democrático– y que todo lo encuentra ideológicamente malo; cualquier medida mínimamente social (por ejemplo, reforma de las AFP o reforma laboral) es descalificada y demonizada como “populista”, sin explicar lo que este concepto ha significado históricamente en America Latina y el mundo; la falta de pluralismo de los medios de comunicación, que da margen a la manipulación; las enormes expectativas de la población motivadas por la desigualdad imperante; los errores cometidos por la políticas de Gobierno; el círculo poco virtuoso que se produce entre el desprestigio de la política y la falta de interés por participar y valorar el denostado sector público; la falta de participación ciudadana en la implementación de políticas públicas.

Este contexto más profundo, el país real, no lo puede medir ninguna encuesta, pero estas sí influyen, en algún sentido profundo, en las respuestas ciudadanas. Se requiere con urgencia replantear y renovar la política como medio legítimo y participativo de las demandas y anhelos ciudadanos por calidad de vida y ejercicio de derechos.

La incomprensión del proceso que vive el país, en muchos sentidos interesante y desafiante, no es por cierto responsabilidad de las encuestas ni de las estadísticas, sino de la incapacidad política y científica de profundizar y comprender los complejos procesos de transformación sociopolítica, económica, cultural, étnica, ambiental, de género, territorial y valórica que experimenta Chile en la Era Antropoceno y global que transita prolongadamente la Humanidad y, también, nuestro agitado y hermoso país sudamericano.

Chile, igual que otros países del Sur, goza de enormes capacidades y potencialidades para desarrollarse. Esas capacidades están instaladas en las diversas comunidades humanas y en la riqueza de sus diversos ecosistemas. Las comunidades –especialmente sus niños, jóvenes y mujeres– requieren de reconocimiento, oportunidades y apoyo público para desplazar sus capacidades creativas en espacios de cooperación y confianza.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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