La disidencia a la docencia sin decencia
El próximo 23 de noviembre son las elecciones del Colegio de Profesores en todos sus niveles: comunales y provinciales, regionales, y nacional. Estas elecciones proponen una oportunidad al Magisterio: proyectar la unidad social de quienes hoy ejercen la docencia.
Asumir ese desafío necesariamente cuestiona a las actuales dirigencias que han subordinado la pedagogía a los dictados de la economía neoliberal y, por lo tanto, cuestiona el proceso excluyente de la docencia que ha realizado la Nueva Mayoría en su promoción de la reforma.
El desafío también implica altos grados de creatividad de los sectores emergentes del profesorado, con el fin de incluirse en procesos de autonomía cultural, intelectual y, fundamentalmente, política.
Estos sectores son lo que hoy se llama «disidencia» (a la conducción de Jaime Gajardo) en el Colegio de Profesores, y son los llamados a asumirse y ‘echarse al hombro’ la construcción de un nuevo proceso de emancipación cultural y política desde la docencia escolar y sus formas de trabajo.
Para entender la oportunidad, hay que asumir que existen actores sociales que buscan constituirse políticamente y que es relevante comprender al Colegio de Profesores como un instrumento y espacio oportuno para ese fin, reconociendo su historia sin marearse con sus desaciertos.
Como sindicato, el Colegio de Profesores es quizá el más grande del país; sin embargo, tiene desafíos muy relevantes. El Primer Censo Docente (EduGlobal) indicaba que solo el 20% de los docentes declaraba estar adscrito al Colegio de Profesores, mientras aproximadamente un 70% de docentes no tiene vinculación con organizaciones sindicales o colegiadas.
El padrón del Colegio de Profesores tiene unos 52 mil afiliados, muchos de los cuáles son docentes jubilados. La heterogeneidad de relaciones laborales producto de la política subsidiaria hacia las escuelas implica niveles de desorganización y desafiliación que dificultan la expresión política de los docentes.
La disminución de la matrícula en escuelas públicas y el concurrente aumento en escuelas privadas-subvencionadas contribuye de gran forma a la heterogeneidad de relaciones laborales.
Aun cuando existen altas tasas de deserción profesional, hay muchísimos docentes gracias a la expansión de la educación superior durante la última década. La docencia es fundamentalmente femenina y de origen popular, y actúa socialmente en un descampado desorganizado al que podemos llamar la Docencia sin Decencia.
[cita tipo= «destaque»]El conflicto educativo sigue estando abierto, a pesar y a propósito de las declaraciones de la reforma. Es muy posible que los efectos de la reforma mantengan las mismas tensiones que la originaron. La incapacidad de la política de representar a sectores socialmente relevantes, y de poner en perspectiva los significados de una educación como derecho social, con sus componentes de inclusión y carácter público, crearán tensiones en las prácticas docentes también. A ello podemos sumar que aspectos como el currículo escolar y sus pruebas estandarizadas no fueron tocados por la reforma, siendo centrales en la organización del trabajo docente.[/cita]
La explosión de los docentes el año 2014 y 2015, llamada Rebelión de las Bases y asociada nominalmente a un sector «disidente» a la administración de Jaime Gajardo, representa quizá la expresión más evidente de la incapacidad actual del Colegio de Profesores por representar a los sectores sociales que ejercen la docencia. En más de 50 días de paro rechazando la versión de profesión docente de la Reforma el 2015 y otros tantos más a fines del 2014, estos docentes se encontraron debatiendo sobre educación, sobre sus sentidos, sobre sus organizaciones y su representatividad.
Mientras tanto, las dirigencias comunistas operaban en conjunto con la Nueva Mayoría, funcionarios de gobierno y los think tanks de derecha para desactivar y desarticular ambas movilizaciones, deslegitimando y desdibujando engañosamente sus demandas.
Las políticas orientadas hacia los docentes, desde el inicio de la postdictadura, han estado cruzadas por dos principios.
Un principio es la concepción de los docentes como incapaces, o «faltos de algo», «deficitarios». Ello ha implicado la conformación de una cultura política que tiende a despreciar la voz docente y a aplicar verticalmente iniciativas de ‘mejora escolar’ y de trabajo pedagógico. Las reformas y cambios vienen «desde otros», «desde arriba», hacia los docentes.
Otro principio es el incremento de la presión e incentivos que afectan a docentes y que les juzgan, y a sus escuelas y estudiantes, sin considerar sus contextos. Hay un trazo de políticas de incentivos y presiones crecientemente relevantes, y que van asociados al desempeño en pruebas estandarizadas: la política del Sistema Nacional de Evaluación del Desempeño (SNED), los incentivos de las Asignaciones Variables del Desempeño Individual (AVDI), las categorizaciones de la Evaluación Docente, la Ley de Subvención Escolar Preferencial, la Ley del Sistema de Aseguramiento de la Calidad, y recientemente la Ley que regula el ingreso y desarrollo a la carrera profesional docente.
Estas políticas «de arriba hacia abajo» han contribuido a desdibujar las concepciones sobre el trabajo docente, provocando contradicciones entre el rol e identidad docente propios y los que le asocia la política pública. Contradicciones entre el juicio profesional autónomo y la presión externa y el control que ejerce la política, y que finalmente terminan afectando las condiciones y expresión de capacidades individuales de cada una(o) de los docentes en sus contextos. Los docentes terminan siendo presionados a responderle a la burocracia administrativa antes que a las necesidades de sus estudiantes.
A pesar del ambiente de control, los colegiados en el Colegio de Profesores se enfrentan a decidir entre la posibilidad de iniciar una nueva orientación cultural a su profesión o la continuidad favorable a las políticas y orientaciones de la postdictadura.
No es ningún secreto que la Nueva Mayoría, liderada por los dirigentes del Partido Comunista, decidieron ir contra la corriente de sus bases docentes al momento de enfrentarse a ese dilema: apostaron por apoyar una iniciativa que continuara y profundizara la visión de los docentes como una profesión deficitaria y que funciona sobre la base de incentivos y castigos, que hace competir a los docentes entre ellos por un sueldo mejor.
Las dirigencias docentes de la Nueva Mayoría apostaron por profundizar la subordinación de los docentes, sus centros de formación y las escuelas a los equipos tecnocráticos del Estado, desligados de las escuelas, sus contextos y situaciones. Tales liderazgos no podrán hacer avanzar una nueva visión de la docencia y facilitarán la idea de continuar por el camino de la docencia neoliberal.
El conflicto educativo sigue estando abierto, a pesar y a propósito de las declaraciones de la reforma. Es muy posible que los efectos de la reforma mantengan las mismas tensiones que la originaron. La incapacidad de la política de representar a sectores socialmente relevantes, y de poner en perspectiva los significados de una educación como derecho social, con sus componentes de inclusión y carácter público, crearán tensiones en las prácticas docentes también. A ello podemos sumar que aspectos como el currículo escolar y sus pruebas estandarizadas no fueron tocados por la reforma, siendo centrales en la organización del trabajo docente.
Es relevante que comprendamos de mejor forma al actor social que está disputando los sentidos de la vida en este país y su expresión en la escolaridad. La expansión en el acceso de sectores populares a la educación superior ha sido particularmente relevante en los docentes. Un nuevo Colegio de Profesores tiene la oportunidad de acoger creativamente a quienes ejercen la docencia en el descampado de la Docencia sin Decencia.
No queremos que nuestro Colegio de Profesores siga siendo raptado por las mismas mañas de la política tradicional. Es importante que cada docente se cuestione sobre cómo contribuir, desde sus contextos y su acción política, a cambiar el escenario de su profesión: a discutir y actuar sobre el rol docente, el currículo escolar, y las condiciones en que logramos –a pesar de todo– que nuestros niños aprendan a vivir en democracia.
Aprovechar la disidencia en el Colegio de Profesores puede ser un camino. Pero hay que recorrerlo colectivamente.
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