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Para que no haya nadie menos, no descartemos a ni una más


Esta semana, un país en Asia intentaba reponer una ley que permitía que el matrimonio entre el agresor sexual y la víctima menor de edad justificara exculpar la violación. En un país del Norte, un presidente recién electo ha tratado públicamente a las mujeres como objetos, mientras recibe acusaciones de acoso sexual. En universidades anglosajonas se multiplican las cifras de abuso sexual a mujeres estudiantes, mientras se divulga la retórica de que sexo no consentido no es lo mismo que violación. En países latinoamericanos, mujeres indígenas son maltratadas en centros de salud, otras mujeres son encarceladas a penas de hasta 40 años por interrumpir sus embarazos; otras son víctimas de violencia sexual en conflicto armado, mientras sus agresores siguen en la impunidad; niñas son obligadas por los Estados a continuar sus embarazos productos de una violación, y peor aún, deben continuar viviendo con sus atacantes. A nivel mundial vemos cómo la violencia obstétrica es aún invisible; cómo millones de mujeres son objeto de trata y explotación sexual; cómo los tribunales de justicia aplican leyes de familia favoreciendo al hombre e imponiendo sumisión a la mujer; vemos la creación de observatorios de acoso sexual callejero, mientras los medios de comunicación cosifican a las mujeres y perpetúan estereotipos que normalizan y fomentan violencia y desigualdad.

¿Mientras tanto, en Chile? En lo que va del año, una mujer indígena da a luz encadenada y vigilada por personal de Gendarmería; una mujer en el sur es violentamente agredida y sus ojos son arrancados; un hombre que intentó matar a su pareja es dejado en libertad al esgrimir celos como causal de justificación; seguimos debatiendo acerca de la interrupción del embarazo, siendo uno de los 5 países en el mundo que penaliza el aborto bajo toda circunstancia. Todo esto mientras contabilizamos 111 femicidios frustrados y 34 femicidios consumados en lo que va del año.

¿Aún sigue creyendo que la violencia contra las mujeres se puede encasillar en el hashtag #NadieMenos? Entendamos, esto no es violencia convencional. Esto es violencia cometida contra un tipo específico de ser humano, el ser humano mujer, por el hecho de serlo. El denominador común de esta violencia y que la distingue de la violencia convencional, es que se ataca a la mujer en las tres dimensiones que han sido utilizadas para construir su identidad social y su diferencia con el hombre: la maternidad, la sexualidad y los roles de cuidado. Lo que opera en esta violencia es la convicción subyacente de una inferioridad impuesta por un sistema patriarcal normalizado que ha establecido jerarquías que sitúan al hombre como ser superior y a la mujer como ser inferior.

[cita tipo= «destaque»]El #NadieMenos intentó devaluar la respuesta de miles de mujeres latinoamericanas que se movilizaron bajo el manifiesto de #NiUnaMenos, tras la violación y asesinato de Lucia López en Argentina, apelando a un mensaje de igualdad: no más violencia contra hombres, mujeres, adultos/as mayores, niños, niñas y animales. Todo esto es parte de los discursos que, de forma consciente o inconsciente, normalizan la violencia contra las mujeres, debido a que no permiten reconocer que ésta es una violencia con una dinámica de perpetuación distinta, que se comete contra la mujer en las dimensiones que la han construido como tal, y que consiguientemente, requiere respuestas distintas por parte del aparato estatal, las instituciones y la ciudadanía.[/cita]

Esto no es una metáfora o una bandera de lucha abstracta. Esto es lo que se desprende de datos duros sobre el valor que se le asigna a la vida y decisiones de una mujer frente a las del hombre. El Global Gender Gap (2015) del World Economic Forum, describe que desde el 2006 más de un billón de mujeres se han sumado a la fuerza laboral, sin embargo, recién el 2016 han logrado obtener el salario anual que obtenían los hombres hace 10 años atrás. Los reportes mundiales de Trata de Personas de Naciones Unidas (2014), reflejan los horrores que sufren millones de mujeres, niños y niñas en explotación sexual y laboral y la victimización de la que son objeto en los sistemas de justicia y protección social. Según esta misma organización, 1 de cada 3 mujeres en el mundo sufre o sufrirá violencia en algún momento de su vida, lo que han catalogado como pandemia mundial. En respuesta a esta última cifra, Marcela Lagarde, académica, antropóloga e investigadora mexicana que acuñó el término feminicidio para referirse a los asesinatos de mujeres en Ciudad de Juárez, expresó que todas las mujeres en el mundo han experimentado algún tipo de violencia machista a lo largo de sus vidas.

Los grados de intensidad varían en cada país, partiendo por el genocidio o la exterminación, pasando por la dominación y explotación que se produce en el crimen organizado y la corrupción de los aparatos públicos, para luego operar en las interacciones diarias de la economía, el trabajo, la educación, la familia o el círculo íntimo, el cual puede ejemplificarse con el surgimiento del hashtag #NadieMenos.

El #NadieMenos intentó devaluar la respuesta de miles de mujeres latinoamericanas que se movilizaron bajo el manifiesto de #NiUnaMenos, tras la violación y asesinato de Lucia López en Argentina, apelando a un mensaje de igualdad: no más violencia contra hombres, mujeres, adultos/as mayores, niños, niñas y animales. Todo esto es parte de los discursos que, de forma consciente o inconsciente, normalizan la violencia contra las mujeres, debido a que no permiten reconocer que ésta es una violencia con una dinámica de perpetuación distinta, que se comete contra la mujer en las dimensiones que la han construido como tal, y que consiguientemente, requiere respuestas distintas por parte del aparato estatal, las instituciones y la ciudadanía.

La gravedad del tema nos obliga a pensar y a cuestionar nuestro propio comportamiento. Más se peca por ignorancia que por maldad, dice el adagio. Nuestro llamado es a no seguir confundiendo a la ciudadanía con discursos pacifistas que encierran machismo y que no se hacen cargo de un problema estructural que niega una igualdad básica entre seres humanos. Hablar de #NadieMenos es seguir minimizando un problema que afecta a miles de mujeres en el mundo, a seguir normalizando un machismo desproporcionado que permite que más mujeres sigan muriendo y más aún, es una falta de respeto para las actuales víctimas y sus familias.

Para que no haya nadie menos, no descartemos a ni una más.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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