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Fútbol S.A.: los malos empresarios lo quieren volver a hacer


En noviembre pasado, no logró salir fuera de las páginas deportivas el temor que tiene el propio presidente de la Asociación Nacional de Fútbol Profesional, Arturo Salah, ante el acuerdo por la venta de los derechos del Canal del Fútbol, CDF: que los dueños de los clubes se lleven la plata para la casa y que a los clubes no les quede nada.

Algunos dirán que quien genera riqueza, tiene el derecho de hacer con ella lo que quiera. Y tienen razón, el problema es que esta riqueza no la generó ninguno de los que están sentados hoy al mando del fútbol chileno y, por lo tanto, va absolutamente en contra del espíritu de la ley aprobada hace poco más de una década.

La razón por la cual el país se dio a sí mismo una legislación que exigía convertir las corporaciones en sociedades anónimas deportivas, era muy valedera: hasta antes de este cuerpo legal, los futbolistas se veían constantemente enfrentados a instituciones que dejaban de pagar sueldos y cotizaciones previsionales y de salud, dejándolos en la más absoluta indefensión a ellos y sus familias.

La mayoría de los deportistas de los 70, 80, 90 e inicios de 2000, no tienen lagunas sino verdaderos océanos previsionales. ¿Y por qué ocurría eso? Porque los dirigentes de las corporaciones no tenían responsabilidades sobre las malas gestiones económicas. Les bastaba renunciar para deshacerse de ellas, dejando a las instituciones quebradas y a la deriva.

Las sociedades anónimas deportivas, entonces, fueron, en los hechos, una alianza público-privada, teniendo como foco la dignidad de los trabajadores del fútbol y el futuro de la actividad. Es por ello que el Estado siguió invirtiendo en ella, a través de la construcción de estadios, resguardo policial y un largo etcétera.

Y si no es por la justicia norteamericana, no nos enteramos de nada de lo que estaba ocurriendo con la directiva de Sergio Jadue. Así enfrentamos el hecho de que la confianza que muchos depositamos en este sistema está siendo traicionada y es así porque el éxito de los sistemas se basa en la calidad de las personas que lo hacen funcionar y la verdad es que el fútbol se llenó de malos empresarios, más preocupados de “una rápida pasada” que de otra cosa. Los especuladores poco tienen que ver con los emprendedores que generan una riqueza sólida y con sentido. Los empresarios chilenos tenían en el fútbol una gran oportunidad para mejorar su imagen ante al país y la han dilapidado.

Fue la cuna de la economía de mercado la que intervino una industria que en Chile se transformó por ley en sociedad anónima, justamente para terminar con la corrupción que fue posible gracias a la concomitancia de los «dueños».

[cita tipo= «destaque»]El CDF es un patrimonio moralmente inajenable: debe asumirse que su venta o debilitamiento es dejar el fútbol más pobre de lo que lo recibieron y aunque se vayan con los bolsillos llenos o “empatados”, habrán conseguido una victoria pírrica que seguirá fracturando al país.[/cita]

Al momento de desatarse el escándalo de Jadue, las sociedades anónimas del fútbol estaban analizando una oferta de 1.300 millones de dólares por la propiedad del CDF que, tenemos que recordar, desafía las leyes del capitalismo que vende hasta su mamá si es rentable. No hay que olvidar que cuando fue creado, originó burlas de economistas que le llamaban el “Choco Channel”, por su creador, Reinaldo Sánchez.

La generación de oro que nos ha dado dos copas Américas no nació de la ley de sociedades anónimas deportivas: es justamente anterior. La estabilidad de los clubes y el mejoramiento de la actividad en general, en tanto, fueron de la mano del CDF y del millonario subsidio estatal para la construcción de estadios. ¿Y los empresarios? Absolutamente al debe, tan al debe como los dirigentes de las corporaciones que sumieron en la precariedad laboral a varias generaciones de futbolistas que hasta hoy sufren las consecuencias.

¿Qué hubiera pasado si vendían el CDF en 1.300 millones de dólares, como quería una corriente importante? Se habrían tomado la plata y se habrían mandado a cambiar. ¿A quién habrían culpado los hinchas cuando se hubieran dado cuenta que el periodo SAD no dejó nada? A los empresarios y, la verdad, es que tendrían muy poco de qué quejarse, porque el CDF moralmente no les pertenece.

En definitiva, el gran problema no es el mercado, sino el mal mercado. Ese de compadres que fomentan la concentración, con prácticas al margen de las leyes. Estaremos atentos a las siguientes jugadas que se hagan al alero del fútbol, porque si bien es cierto hoy esto se presenta como una licitación, ya han pasado demasiados goles antes. El CDF es un patrimonio moralmente inajenable: debe asumirse que su venta o debilitamiento es dejar el fútbol más pobre de lo que lo recibieron y aunque se vayan con los bolsillos llenos o “empatados”, habrán conseguido una victoria pírrica que seguirá fracturando al país.

Y en este contexto temático, recordar que Provincial Osorno acaba de abrochar su retorno al fútbol profesional. Esto porque luego de la forma en que la administración Jadue lo sacó del profesionalismo, por una deuda que jamás les cobró a otros clubes como Concepción, La Serena, La Calera, Iberia y otros, lo que deberían hacer es recibirlo de vuelta, sin condiciones, en la división de la que jamás debieron haberlo expulsado.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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