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La izquierda intelectual que descalifica Opinión

La izquierda intelectual que descalifica

Hugo Herrera
Por : Hugo Herrera Abogado (Universidad de Valparaíso), doctor en filosofía (Universidad de Würzburg) y profesor titular en la Facultad de Derecho de la Universidad Diego Portales
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Que mis columnas puedan ser hilarantes, es algo que usualmente no intento, pero queda fuera de mi alcance manejar. El lenguaje juega su propio juego. Lo que sí está en mis manos es mostrar que las cinco aseveraciones del columnista son falsas –las respondo en un orden distinto y, para mayor facilidad en la lectura, las numero–.


Tanto en la derecha como en la izquierda hay quienes discuten sin entender mucho lo que dicen. Quienes, por ejemplo, citan a autores sin conocerlos. Había una reina de belleza en nuestro país que usaba adornar sus frases con alusiones a Nietzsche o algún escritor de libros de autoayuda. Sin embargo, hay un nivel más bajo que ese: cuando se critica a alguien por citar a autores sin conocerlos, desconociendo, quien hace la crítica, los mismos textos citados. Más bajo se ubica quien, a todo eso, une la descalificación.

El día 7 de marzo, un columnista en El Mostrador me incluyó entre un grupo de personas, bajo el título “El intelectual de derecha: un elogio a la superficialidad”. No contento con meterme en un heterogéneo grupo bajo ese título, fundó su crítica sobre un carácter que se supone permanente –el de la «superficialidad»–, en mi caso, solo en una columna. Vale decir, el mentado «elogio» con el que irónicamente se titulaba su artículo, infiere con generalidad a partir de un caso singular.

Luego llama “irrisorio” –por insostenible–: (1) que yo haya indicado que “la facción reformista de la izquierda sea la más cercana a los postulados de Laclau” y (2) que la “‘revolucionaria’ sea la más cercana a un modelo de democracia deliberativa”.

Después dice (3) que mi consideración de Laclau “se limita a una lectura parcial de sus primeras obras”. Agrega: (4) “Lo mismo [pasaría] con” mi “interpretación de Atria”. (5) En fin, entiende que, en mi columna, vinculo el “modelo deliberativo” de Habermas con la posición de Fernando Atria.

Que mis columnas puedan ser hilarantes, es algo que usualmente no intento, pero queda fuera de mi alcance manejar. El lenguaje juega su propio juego. Lo que sí está en mis manos es mostrar que las cinco aseveraciones del columnista son falsas –las respondo en un orden distinto y, para mayor facilidad en la lectura, las numero–.

(1) No es difícil mostrar que el pensamiento de Laclau está más cercano a una posición reformista que a una revolucionaria tradicional, por varias razones, que me limito a enunciar.

(i) El reconocimiento tanto de la disolución de la estructura productiva tradicional en el capitalismo tardío, cuanto de la crítica, en sede filosófica, del sujeto moderno, le impiden a Laclau aceptar la noción de un sujeto revolucionario clásico.

(ii) De estos reconocimientos se sigue su admisión: del carácter irreductible de la heterogeneidad social; del dinamismo de las demandas sociales; de un perpetuo movimiento de exclusión e inclusión de ellas; de que las articulaciones de actores populares devienen radicalmente contingentes; de que los avances son posibles pero siempre, también, reversibles.

(iii) Tales disoluciones y contingencias conducen a Laclau a sostener que no hay un relato histórico único, ni un paso radical desde el estadio actual a uno donde las instituciones ilustradas resulten completamente superadas. No hay paso a la clásica sociedad comunista; la política y los antagonismos resultan insoslayables, no subsumibles en algo como una síntesis que los abarque.

[cita tipo=»destaque»]Cuando me referí a lo que llamé “los partidarios de la revolución como deliberación”, no escapé tan lejos, a Alemania. Con esto quiero decir que no me referí a Habermas. Resulta, entonces, falso vincular, a partir del texto mío que cita el columnista, el modelo deliberativo de Atria con el del republicano de Frankfurt, algo que no me atrevería a suscribir.[/cita]

(3) Esta lectura de Laclau no se limita a sus “primeras obras”. Mi columna y la exposición sucinta que he realizado se remiten, por de pronto, a Hegemonía y estrategia socialista y a La razón populista. Para corroborar la actualidad del diagnóstico, invito a leer una entrevista dada por Laclau el 2009 (Revista de Ciencia Política, n.° 29, del referido año). Allí el autor reconoce que ubicarse fuera del Estado vuelve a la praxis “impotente” y aboga por una combinación de “política” “socialdemócrata” y “protesta social”.

(5) Cuando me referí a lo que llamé “los partidarios de la revolución como deliberación”, no escapé tan lejos, a Alemania. Con esto quiero decir que no me referí a Habermas. Resulta, entonces, falso vincular, a partir del texto mío que cita el columnista, el modelo deliberativo de Atria con el del republicano de Frankfurt, algo que no me atrevería a suscribir.

(4) Para la observación del columnista respecto a que mi lectura de Atria se limita a “sus primeras obras”, lo remito a la segunda parte de mi libro La frágil universidad o a una serie de columnas que publiqué aquí mismo, en El Mostrador. En el libro y la serie me refiero a su pensamiento político, tal como está expuesto en “La verdad y lo político”, I y II, artículos publicados en Persona y Sociedad el año 2006, y a sus libros Neoliberalismo con rostro humano, La mala educación y Derechos sociales y educación.

(2) Que el pensamiento de Fernando Atria es revolucionario, se puede apreciar con facilidad a partir de la lectura conjunta de esos textos. Aquí me limito a hacer –y para no cansar a los lectores– un resumen de sus tesis centrales.

(i) La deliberación pública es un modo de praxis que conduce a la plenitud, la anticipa y, en último término, la realiza. Si no hay distorsiones externas, en ella se produce un reconocimiento mutuo y, con su avance, un incremento en la generosidad de los individuos.

(ii) El mercado como institución favorece un modo de acción donde lo que prima es el interés individual; en la medida en que nos acostumbramos a operar en él, adquirimos hábitos que luego perturban una deliberación plena.

(iii) La emancipación se logra gracias al desplazamiento del mercado por medio de un régimen de derechos sociales, impuesto desde el Estado, que excluye a aquel de áreas enteras de la vida social.

(iv) De este modo, cabe avizorar un momento, hacia el cual el proceso se dirige, en que la comunidad política anticipada en la deliberación se realizará.

(v) En tal momento, no solo el Estado como institución coactiva devendrá superfluo (aceptaremos las decisiones comunes, pues serán formal y materialmente nuestras), sino también el mercado.

A todo esto, cabe añadir que Atria supone que el despliegue de la historia está dotado de una cierta necesidad, pues los paradigmas políticos previos van, por la vía de la “reducción del error”, superando –a su juicio– los anteriores. Fernando Atria es un pensador sofisticado y que ha escrito bastante. Pero negar el carácter revolucionario de su pensamiento importa desconocer su esfuerzo intelectual.

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