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Cuba, el país donde los feminicidios no existen porque no se nombran

Si bien cada crimen cometido contra una mujer generalmente provoca repudio y conmoción en distintas generaciones y grupos sociales, lo cierto es que las manifestaciones cotidianas de violencia contra las mujeres son bastante toleradas por quienes las atestiguan. No es usual que una persona intervenga en situaciones de violencia, ni siquiera de violencia física. En Cuba, hay una ley no escrita con que se justifica el inmovilismo: “Entre marido y mujer, nadie se debe meter”.


A comienzos de 2017, hubo en Cárdenas una serie de hallazgos que sobrecogió a sus habitantes. En distintos lugares del pueblo, en un estadio, en un monte, aparecieron partes del cuerpo de una mujer. Una mujer joven y de piel negra. Primero, los brazos y las manos. Luego, las piernas, los pies, el torso. Excepto la cabeza. La cabeza no sería encontrada hasta semanas después, en unas ruinas, cuando ya la imaginación de la gente, estimulada por el misterio, había echado a rodar varias hipótesis siniestras acerca de la naturaleza del crimen.

La historia no fue reportada por los medio de prensa, ni estatales, ni independientes, ni opositores. En Cuba,por influencia de las políticas informativas del Estado, suele considerarse sensacionalismo la cobertura de crímenes y, por tanto, se restringe el acceso a las fuentes oficiales con información al respecto. Se reprueba tanto, o más, que la cobertura de farándula.

Solo en casos muy extremos, los medios estatales, que son los más accesibles a la población, pasan por alto sus pudores y publican una o dos notas oficiales, bien escuetas, que informan acerca de detenciones y sentencias. La mayoría queda sin registro periodístico. Nadie que no se encuentre implicado en la historia consigue acceder a la verdad de los hechos. Todo lo que se alcanza a saber se fundamenta en la espontaneidad de los rumores.

En Cárdenas, municipio de la provincia Matanzas, donde residen cerca de 147,000 personas, en pocos días, la historia del descuartizamiento se volvió de dominio público. En ese momento las conversaciones giraban en torno a la decisión del entonces presidente estadounidense Barack Obama de eliminar, en la recta final de su segundo mandato, la política “pies secos-pies mojados”. Pero el horror que provocó el crimen pudo más que la incertidumbre por los emigrantes que se lanzaron al mar antes de conocer la noticia.

Marielys Pérez, camarera en un restaurante privado, ubicado frente al Parque José Antonio Echeverría, cuenta que en esos días la gente sentía miedo a salir de casa “porque no se sabía lo que estaba pasando ni por qué” y, ante la falta de respuestas, las especulaciones proliferaron. Yadián Rodríguez, colega de Marielys, precisa que el miedo era tan fuerte que “había noches en que casi todo el mundo aquí se acostaba temprano y no veías a nadie en la calle”. Hasta que no se supo, otra vez por vías informales, que la policía había capturado al presunto culpable, los residentes en Cárdenas, sobre todo las mujeres, no recuperaron la sensación de seguridad.

Muy extraoficialmente, el relato continuó armándose. Cualquiera podía hacer sus aportes: agregar, suprimir, exagerar o dar conjeturas por hechos. Lo inadmisible no parecía ser la fabulación sino el vacío de explicaciones que ayudaran a comprender lo que había ocurrido. Se construyeron varias versiones en torno a diferentes aspectos, pero todas coincidían en que el detenido por la policía había resultado ser el esposo de la víctima, también padre de su hijo menor. Respecto a los motivos del crimen y las circunstancias sí no hubo muchas coincidencias.

Se dijo que él la mató porque ella le fue infiel con un vecino, porque lo dejó para empezar una relación con ese vecino, porque él no pudo soportar verla junto al vecino. Se dijo que él la ponía a prostituirse y se quedaba con el dinero, que cuando ella no ganaba suficiente la golpeaba, que acabó matándola en una golpiza. Se dijo que él la mató a puñaladas, que la mató a piñazos, que la mató a modo de sacrificio religioso. Se dijo que él ofrendó la cabeza a su santo. Se dijo, como si fuera cierto, todo lo que el ingenio popular fue capaz de generar.

El nombre de la mujer era Taimara Gómez Macías. Taimara era madre de dos niños: Christopher y Christian; hija de Tamara, nieta de Mercedes, hermana de Dagmara. Antes de volverse esa noticia que horrorizó al pueblo donde ella nació y vivió sus 29 años, al igual que tantas otras mujeres, fue víctima de violencia de género por tiempo suficiente y ante suficientes testigos para que se evitara su muerte.
Este asesinato encaja en la definición de feminicidio en los términos en que lo concibe la investigadora mexicana Marcela Lagarde, no solo como el acto de asesinar a una mujer por su condición socio-histórica de mujer sino, especialmente, por la existencia de un contexto de tolerancia a la violencia contra la mujer, pero este delito no está tipificado en Cuba.

La periodista y feminista cubana Sandra Abd’Allah-Alvarez Ramírez, autora del blog Negra cubana tenía que ser, considera que en Cuba es acertado hablar de feminicidio en esos términos, pues las estructuras sociales, políticas, culturales, legales y económicas del país reproducen la violencia contra las mujeres.

La hija de Tamara había sido víctima de malos tratos durante mucho tiempo antes de ser asesinada por su marido. Mónica Baró
Y señala como evidencias que el hecho de que el Código Penal no tipifique como delito la violencia contra la mujer (constituye apenas un agravante del crimen el ser cónyuge y el parentesco entre agresor y víctima), al igual que la inexistencia de centros de acogida para mujeres violentadas.

En Cárdenas, a casi dos meses del suceso, todavía no existen certezas acerca del crimen de Taimara. Reinier Demarco, maestro de preuniversitario, opina que “ese tipo de noticias debería salir en el televisor. ¿Tú sabes lo que es que descuarticen a una mujer? Esas cosas deben aclararse bien”. No obstante, lo que más preocupa ahora es la sentencia que le impondrán al esposo de la víctima, de ser encontrado culpable en el juicio.

Pese a lo brutal del caso, Alicia Rodríguez, licenciada en Economía, quien trabajó gran parte de su vida como profesora en la Universidad de Matanzas, advierte que esta no es la primera vez que en Cárdenas ocurre algo similar. A sus 57 años, vividos todos en este municipio, guarda en la memoria no pocos episodios de violencia y asesinatos contra mujeres.

Recuerda a la muchacha que trabajaba en la heladería próxima a su casa, hija de una doctora, que casi muere a puñaladas a manos del exnovio, que sobrevivió porque la madre se interpuso y dio su vida para protegerla. Recuerda a la prima hermana de un estudiante suyo, que murió con apenas 18 años porque el marido le reventó el hígado a patadas. Recuerda a un hombre que ella conoció personalmente, que era “de buena conducta”, que incluso había alcanzado cargos intermedios de dirección en algunas empresas, pero un día su compañera le pidió que se apartara un tiempo, porque sus hijos vendrían de Estados Unidos a visitarla y ella no quería que supieran que andaba con un hombre negro, y él no soportó el rechazo y la mató a puñaladas.

Si bien cada crimen cometido contra una mujer generalmente provoca repudio y conmoción en distintas generaciones y grupos sociales, lo cierto es que las manifestaciones cotidianas de violencia contra las mujeres son bastante toleradas por quienes las atestiguan. No es usual que una persona intervenga en situaciones de violencia, ni siquiera de violencia física. En Cuba, hay una ley no escrita con que se justifica el inmovilismo: “Entre marido y mujer, nadie se debe meter”.

La misma Alicia reconoce que ella ha estado en lugares públicos donde de pronto un hombre ha comenzado a golpear a la mujer que le acompaña y nadie ha intervenido. Ha habido gritos de clemencia, que piden al hombre que se detenga, y ha habido avisos a la policía. Cuenta que una vez ella avisó a la policía por teléfono, porque afuera de su casa había un muchacho pegando a una muchacha, pero que quienes le atendieron le dijeron que no tenían combustible para mandar una patrulla.
La gente teme que la víctima, que es algo que ha pasado, salga en defensa del victimario. Parte de la sociedad asume que una mujer que sostiene una relación con un hombre que la golpea, de cierta manera, merece los golpes que recibe, o “se los busca”, porque es su elección permanecer al lado de quien la agrede.

Casi nadie comprende por qué aguanta las golpizas, por qué no consigue romper con su pareja, por qué lo perdona una y otra vez. Ante los ojos de la sociedad, la víctima acaba convertida casi siempre en la principal responsable, culpable, de su situación; por tanto, se espera que sea ella quien actúe y le ponga fin.

A pesar de que a partir de 1997 se intensificaron los esfuerzos del gobierno de Cuba para disminuir la violencia de género contra mujeres y niñas, la realidad demuestra que el sistema institucional creado es aún insuficiente para superar la cultura patriarcal predominante.

Hace una década se confirmó un Grupo de Trabajo para la Prevención y Atención de la Violencia Intrafamiliar, que integran distintos ministerios, autoridades y centros investigativos. Actualmente, de acuerdo con el Informe de Cuba sobre el enfrentamiento jurídico-penal a la trata de personas y otros delitos relacionados con la explotación o con el abuso sexual (2015), en el país funcionan 173 Casas de Orientación a la Mujer y la Familia (COMF), que es adonde acude gran parte de las personas violentadas; además de otra serie de espacios comunitarios, entidades educativas y servicios de salud, que contribuyen a afrontar esta problemática.

Pero, debido a que las regulaciones parten de considerar a todos los ciudadanos cubanos iguales ante la ley, los homicidios son juzgados por igual, independientemente de la relación que exista entre el género y el motivo de quien los cometa.

En ese sentido, la feminista Sandra Abd’Allah-Alvarez Ramírez sostiene que “no basta con ser iguales ante la ley, si la ley no considera que hay situaciones en las cuales las mujeres están en desventaja, como por ejemplo, en situaciones de violencia”. Desde su perspectiva, en el imaginario social cubano abundan creencias e ideas que hacen a las mujeres vulnerables. Por eso, aboga por la tipificación del feminicidio como delito en el Código Penal.

Es la existencia de una cultura de tolerancia a la violencia contra la mujer lo que provoca, en gran medida, cada feminicidio. La hija de la doctora fue acosada sistemáticamente, al punto de tener que abandonar el trabajo, antes de ser agredida. La prima hermana del estudiante de Alicia mostró en varias ocasiones signos de maltrato en su cuerpo, antes de que le reventaran el hígado. Porque la muerte, en la mayoría de los casos, es el desenlace de una larga historia de violencia, en la que el victimario, alentado por la impunidad de sus actos, cada vez transgrede más límites.

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