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Se quedan porque quieren o no se van porque no pueden: gratuidad universitaria y regionalización Opinión

Se quedan porque quieren o no se van porque no pueden: gratuidad universitaria y regionalización

Claudio Pareja
Por : Claudio Pareja Master in Community and Regional Planning (UBC, 2017) Ingeniero Civil Matemático (UChile, 2010)
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Resulta interesante ver si la reforma a la educación superior abordará sus impactos regionales y, si lo hace, cómo: a través de aumentar la demanda, dando más beneficios a los estudiantes para que puedan estudiar en otras regiones, como es común en Norteamérica, o bien mejorando la oferta en cada región, para hacerla más diversa. La creación de las nuevas universidades en O’Higgins y Aysén parece indicar una inclinación por la segunda opción.


Tras años de demandas por el estudiantado universitario chileno, el año 2016 marcó el inicio de la gratuidad universitaria. Al menos para el 50% de menores ingresos del país, es decir, para todas aquellas personas con un ingreso per cápita menor a $150.000 o un ingreso familiar menor a $450.000 para una familia de 3 miembros (aproximadamente).

La gratuidad entiende a la educación como un derecho y, por tanto, es natural que el Estado asegure que cualquiera que desee estudiar pueda hacerlo. Pero ¿estudiar qué? Más precisamente, ¿hasta qué punto la gratuidad efectivamente permite acceder a la carrera de elección de los estudiantes? Responder esta pregunta en detalle es difícil e involucra diversos aspectos personales y sociales; pero un primer acercamiento es posible.

Entendiendo que la realidad universitaria difiere en cada región del país, en términos de carreras que se puede estudiar y cómo se enseña, uno puede preguntar si los estudiantes que accedieron a la gratuidad eligieron o no libremente entre las regiones del país. Por ejemplo, en el norte las carreras están enfocadas en la minería y en el sur la oferta suele ser más variada, en especial en regiones como Bío Bío y La Araucanía, que poseen diversas instituciones, entonces, si los estudiantes pudieron elegir libremente, uno esperaría que en el norte los estudiantes que no se inclinan por la minería viajen a otras regiones a estudiar.

[cita tipo=»destaque»]Revisando los datos de los beneficiados durante el año 2016, recibidos a través de Transparencia, es posible concluir que a nivel nacional 82% de los estudiantes decidió quedarse en su región de origen (aunque no necesariamente en su comuna), 5% emigró a la Región Metropolitana y el restante 13% lo hizo a otras regiones. Este fenómeno se da en mayor o menor medida en todas las regiones del país, incluso detallando los datos por ingreso familiar u otras características. Existen 3 regiones que fueron excepciones a la regla y que son dignas de detallar, en las cuales menos del 60% de los beneficiados estudió en su región de origen.[/cita]

Revisando los datos de los beneficiados durante el año 2016, recibidos a través de Transparencia, es posible concluir que a nivel nacional 82% de los estudiantes decidió quedarse en su región de origen (aunque no necesariamente en su comuna), 5% emigró a la Región Metropolitana y el restante 13% lo hizo a otras regiones. Este fenómeno se da en mayor o menor medida en todas las regiones del país, incluso detallando los datos por ingreso familiar u otras características. Existen 3 regiones que fueron excepciones a la regla y que son dignas de detallar, en las cuales menos del 60% de los beneficiados estudió en su región de origen.

  • O’Higgins (Rancagua). Considerando que durante 2016 en esta región no había instituciones de educación superior elegibles para la gratuidad, nadie estudió en su región de origen. Aquí, 47% emigró a la capital, 23% a la Región de Valparaíso y 20% a la del Maule.

  • Los Ríos (Valdivia). Solo 56% estudió en su región, mientras que las regiones adyacentes, de Los Lagos y La Araucanía, recibieron 21% y 15% de los beneficiarios, respectivamente.

  • Aysén (Coyhaique). Solo 50% estudió en su región. La Araucanía, Los Ríos, Bío Bío y Valparaíso fueron las regiones que más recibieron a los aiseninos, con 14%, 10%, 8% y 7% respectivamente.

Entonces, ¿se habrán quedado porque querían o no se habrán ido porque no podían? La pregunta queda abierta: los estudiantes decidieron quedarse en su región porque las instituciones están alineadas con sus intereses; o bien, a pesar del beneficio de la gratuidad, los estudiantes, considerando sus limitantes financieras o su apego a la familia y el territorio, deciden quedarse en su región.

Al menos sabemos que sí los beneficiados están estudiando en su región, pero, si este fenómeno se mantiene, ¿cuál será el efecto en los mercados laborales regionales? Si todos en una región estudian lo mismo, es natural pensar que el mercado laboral regional se saturará y esos estudiantes deberán emigrar a otras regiones para trabajar en lo que estudiaron o, bien, no trabajarán en lo que estudiaron.

Finalmente, y quizás una pregunta más de fondo, es qué hace a los estudiantes elegir sus carreras. Es claro que todos tenemos limitaciones y no podemos elegir entre todas las opciones que se nos ocurren, pero si estas limitaciones son demasiadas para los beneficiados, obligándolos a elegir entre muy pocas posibilidades, ¿qué deberemos esperar de desarrollo personal como profesionales?

Será interesante ver si la reforma a la educación superior abordará sus impactos regionales y, si lo hace, cómo: a través de aumentar la demanda, dando más beneficios a los estudiantes para que puedan estudiar en otras regiones, como es común en Norteamérica, o bien mejorando la oferta en cada región para hacerla más diversa. La creación de las nuevas universidades en O’Higgins y Aysén parece indicar una inclinación por la segunda opción.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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