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El capital social de la inmigración

Por: Rodrigo García


Señor Director:

Chile es el país latinoamericano donde los últimos años más ha aumentado la inmigración según un reciente estudio de la Cepal y la OIT. Buenas noticias para unos, malas para otros que con críticas y prejuicios -la mayoría de las veces infundados y de corte racista, y en parte reflejados en la última encuesta CEP-, suelen olvidar que en nuestro país este tema ha sido recurrente desde inicios de la República. Las oleadas migratorias se iniciaron entre mediados y fines del siglo XIX, la primera organizada por el gobierno se denominó “Ley de inmigración selectiva” de 1845 y estaba enfocada en atraer a la población alemana, posteriormente a la de otras zonas de Europa. Desde entonces el flujo migratorio se ha mantenido constante incorporando al país a personas de diversos orígenes, siendo las de países latinoamericanos y caribeños las que en la actualidad encabezan el fenómeno. Las últimas cifras que se han conocido, a la espera del Censo de este año, hablan de cerca de medio millón de personas con oficios, saberes y culturas variadas.

A diferencia de los siglos anteriores, y acorde a los nuevos tiempos de economías integradas en ciclos y procesos, el capital humano se desplaza al igual que el financiero hacia las zonas que permiten el desarrollo de nuevas oportunidades laborales, una de las motivaciones –junto a la seguridad-, de por qué habitantes de sitios como Colombia, Haití, Venezuela y Ecuador escogen a Chile como destino. Aquí, la mayoría de estos nuevos residentes se localiza en la ciudad de Santiago, reafirmando la estructura centralista de nuestra organización. Otros se emplazan en la Zona Norte minera y comercial. Sin embargo, y más allá de lo geográfico, lo importante de todo esto es el capital social que los inmigrantes han generado: esa suma de capacidades, de las múltiples riquezas de individuos que comparten información y generan cuerpos sociales en diferentes instancias para, desde ahí, nutrir una vasta red de conexiones productivas, culturales, educativas, religiosas, etc. La integración de estos capitales humanos conforma una valiosa suma de relaciones que las personas acumulan mediante la inversión de tiempo y energía en las empresas, organizaciones e instituciones que integran; en el hacer diario en el que opera esta socialización informativa cuyos beneficios son transversales.

El conocimiento implícito de quienes llegan al país –más aun considerando que la mayoría de los inmigrantes tiene una alta calificación, según consigna el informe CEPAL-OIT-, es enorme y se convierte en energía e ideas nuevas, su asimilación en la cultura local también viene provista de información que puede conectar positivamente con nuestros hábitos. Dentro de pocas décadas veremos cómo este ciclo migratorio habrá generado en el mejor de los casos una aplicación productiva de ese capital social en diversas empresas y negocios. Una asimilación social lograda en la integración cultural. Entonces, no es posible pensar en una resta, la suma siempre es mejor, el territorio y sus características siempre han terminado definiendo el perfil del habitante, sus orígenes pueden ser variados, eso no importa, pues seguiremos siendo un país que históricamente ha sumado a todos los que se desean quedarse en él.

Rodrigo García
Académico Universidad Diego Portales

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