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La reinvención de la socialdemocracia

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Víctor Barrueto
Por : Víctor Barrueto Exdiputado y expresidente del PPD
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La socialdemocracia es sin duda la fuerza progresista más relevante del siglo XX, pero hoy se encuentra en crisis de identidad y cuestionada por el surgimiento de múltiples alternativas a su alrededor. Su crisis está marcada por una dificultad para interpretar bien a las nuevas sociedades surgidas las últimas décadas y para ponerse en la avanzada de los grandes cambios epocales en vez de ser arrastrados por ellos.

Ha sido una visión de izquierda muy elitista y en muchos sentidos anacrónica, porque no tiene respuesta a los nuevos desafíos del siglo XXI. Y al mismo tiempo, por su incapacidad de realizar cambios profundos en el marco de la globalización, al aceptar el orden actual como el único viable o casi como el “único orden social natural”, al que solo se podría administrar de un modo más humano.

¿Qué se puede hacer? Tenemos que aspirar a un progresismo mucho más transformador de la realidad actual tanto chilena como mundial ¿Cómo? A continuación, señalo las definiciones que podrían inspirar esta construcción:

1.- La “revolución democrática” que caracterizó a la modernidad en cuanto a la legitimación de los principios de libertad e igualdad en el imaginario social como un nuevo sentido común, es la base de cualquier construcción política progresista. Luego que el principio democrático de libertad e igualdad se convirtió en una nueva matriz del imaginario social, estos términos se han ido extendiendo a cada vez más ámbitos. De hecho, la nueva concepción “socialdemócrata” de la realidad, que ha llegado a ser predominante en la era moderna, cambió profundamente el sentido común con su exigencia de derechos sociales, lo que ha permitido la extensión de las demandas dirigidas al Estado, una vez que fue aceptada la responsabilidad de éste por el bienestar de los ciudadanos: es la noción misma de ciudadanía la que ha sido modificada con el Estado Social, puesto que se atribuyen ahora al ciudadano “derechos sociales”.

[cita tipo=»destaque»]¿Cuál es la estructura económico- social y el tipo de desarrollo que puede llevarnos también a una “sociedad democrática”?  Por lo menos sabemos ya que el problema se soluciona no solo con Estado y mercado y la relación proactiva entre ambos, sino que también con mucha “sociedad”. Someramente podríamos imaginar que esta será una sociedad más igualitaria y menos discriminadora, pero también una sociedad más “ecológica” y una sociedad más “amorosa”.[/cita]

Luego han surgido un conjunto de “nuevas demandas” en el ámbito de los derechos de la mujer, la ecología, los consumidores, las minorías sexuales, la regionalización, los pueblos indígenas, la libertad de expresión, la libertad de culto, y múltiples otros derechos y libertades en salud, sexualidad, familia y otros, que apuntan a terminar con discriminaciones y abusos. Una nueva cultura democrática que lleva los deseos de libertad e igualdad a un número crecientemente amplio de relaciones sociales, constituyendo ello una profundización en la “revolución democrática” antes señalada.

Lo que sucede aquí entonces, para decirlo explícitamente por si alguien no se ha dado cuenta, es que estamos frente a un vuelco “teórico” significativo: no se trata de un Proyecto Socialista de carácter democrático, sino que estamos hablando de un Proyecto Democrático lleno de contenidos socialistas, pero también y por igual lleno de contenidos feministas y ecologistas entre otros.

2.- Generar una nueva síntesis cultural de esta tradición que estuvo basada en la convergencia de las vertientes de pensamiento socialista y liberal, con la visión “new age”. Si bien originalmente esta última fue vista como “exotérica”, hoy constituye pensamientos acabados con gran influencia en el cambio de mentalidad actual. Tanto el cuestionamiento a la “sociedad patriarcal” iniciado por el feminismo, como la mirada ecológica y los nuevos paradigmas del desarrollo que cuestionan la “religión del crecimiento” para poner en el centro la felicidad, el bienestar, la convivencia y la vida buena, constituyen todas ellas verdaderas ciencias o cuerpos de conocimientos estructurados.

3.- La triada de la revolución francesa libertad, igualdad, fraternidad ha tenido un amplio despliegue en sus dos primeros términos en el último siglo; sin embargo, el tercero ha quedado muy menoscabado. El “amor social”, llámese éste convivencia, compartir, solidaridad, cooperación, amabilidad, compasión o fraternidad, ha sido ampliamente despreciado en las sociedades modernas, en circunstancias que distintos acontecimientos nos hacen preguntarnos si  ¿podremos vivir juntos?  Estos temas serán cada vez más relevantes, sobre todo si asumimos una visión del desarrollo más integral y no tan “subdesarrollada” como la que tenemos hoy extremadamente materialista, individualista y egoísta.

4.- Cuando en el mundo lo único consagrado y a firme es la democracia, más allá de sus crisis y limitaciones actuales, la pregunta que surge es ¿Cuál es la sociedad coherente con ella? Luego del fracaso del “totalitarismo de Estado” y del reciente fracaso del “totalitarismo de mercado” queda una gran ventana abierta para responder esa pregunta. ¿Cuál es la estructura económico- social y el tipo de desarrollo que puede llevarnos también a una “sociedad democrática”?  Por lo menos sabemos ya que el problema se soluciona no solo con Estado y mercado y la relación proactiva entre ambos, sino que también con mucha “sociedad”. Someramente podríamos imaginar que esta será una sociedad más igualitaria y menos discriminadora, pero también una sociedad más “ecológica” y una sociedad más “amorosa”.

5.- Luego la socialdemocracia debe recuperar su carácter reformista, elaborando una alternativa creíble frente al orden neoliberal e impulsando reformas institucionales a gran escala: pasando de las reformitas con preocupación social a reformas estructurales que vayan más allá del marco institucional establecido;  al mismo tiempo que crea condiciones internacionales para respaldar esas reformas frente a la situación de desventaja en que se encuentran los estados nacionales ante el poder de las trasnacionales.

6.- Se necesita para esto ser culturalmente radicales y políticamente moderados ¿Por qué? Porque es lo compatible con la democracia. Alguien dirá que eso atenta contra el cambio. La historia reciente muestra que la radicalidad política extrema lleva solo a cambios efímeros con graves involuciones o a deformaciones drásticas y tristes, poco defendibles. Las transformaciones profundas solo resultan cuando son sostenibles y sistemáticas, para lo cual se requiere mayorías duraderas y cambios en la mentalidad de las personas. Y eso sólo se puede construir con una mirada cultural alternativa sólida, que produzca una verdadera metamorfosis en ese sentido.

7.- Cómo se hagan los cambios es decisivo en los resultados y su permanencia. El camino, los modos y las formas más que los fines parecen ser lo que garantiza la profundidad y sostenibilidad de las transformaciones.

He ahí otra característica de un progresismo reformulado. Se podrá decir que es un desafío de la política toda frente a la sociedad de la información y sus exigencias de transparencia y probidad. Pero la decencia puede ser justamente una “seña de identidad” del progresismo del siglo XXI, reencontrándose con tantas historias de ética, épica y estética que marcaron este mundo en el pasado.

Y sobre todo coherencia con la forma más importante de todas: el protagonismo de las personas individual y colectivamente hablando, llámese esto último comunidad, ciudadanía, sociedad civil, movimiento social, el pueblo o la gente.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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