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Hijos del diluvio


Causó molestia hace algunos días en un sector del Frente Amplio la declaración de la Presidenta de la República en cuanto a que esa organización congregaba a hijos de militantes de partidos tradicionales. La alusión fue asumida casi como una agresión por quienes parecen defender la idea de contar con un referente político prístino y ajeno a cualquier tipo de influencia, a la espera del diluvio para luego reconstruir el país de la mano de unos cuantos, los mejores de su especie.

La reacción resulta cuando menos curiosa, considerando que los nuevos referentes políticos que han nacido en el país en los últimos años cuentan entre sus filas no sólo a jóvenes descendientes de familias vinculadas a la tradición política nacional, sino también a ex militantes desencantados –por diversas razones- de los partidos tradicionales quienes, en más de algún caso, han contribuido a la fundación de estos nuevos referentes.

Es indiscutible que los partidos emergentes y los movimientos sociales contribuyen a revitalizar el ambiente político en tanto aportan con nuevas figuras y proponen ideas fuera de los paradigmas habituales, generando así una discusión más enriquecedora respecto de lo que el país necesita. Es un aporte sin duda valioso y necesario, que sin embargo se debilita cuando algunos de sus promotores pretender elevarlo a un rango de superioridad moral e intelectual.

[cita tipo=»destaque»]Es cierto, los más jóvenes han heredado un modelo que, legítimamente, puede no gustarles. Y que, también con toda legitimidad, aspiran a cambiar porque sienten que hoy es posible hacer más y hacerlo mejor. Bienvenido entonces, el momento del cambio.[/cita]

Es cierto, los más jóvenes han heredado un modelo que, legítimamente, puede no gustarles. Y que, también con toda legitimidad, aspiran a cambiar porque sienten que hoy es posible hacer más y hacerlo mejor. Bienvenido entonces, el momento del cambio.

Pero si hoy el espacio de lo posible se ensancha es porque antes hubo otros que allanaron el camino para que ello sucediera. Otros que sostuvieron las banderas de la democracia, de la justicia y de la igualdad. Otros que también se desencantaron del sistema y protestaron en las calles. Otros, que pagaron los costos -algunos incluso con sus vidas- para que la sociedad chilena pudiera transitar hacia un estado de mayor desarrollo y bienestar. Otros que tomaron decisiones valientes y que, por cierto, también pudieron cometer errores. Otros que, antes que ser hijos de militantes, fueron hijos del rigor y del dolor.

Las nuevas generaciones de políticos –sí, porque también son políticos- han recorrido un camino distinto al nuestro. Quizá por eso se animan a igualar los años de gobiernos democráticos de centro-izquierda a una dictadura, aunque bajo estos gobiernos hayan crecido, estudiado y construido sus carreras profesionales y su imagen como públicas. Tal vez por lo mismo comparten la idea de que ya no hay espacio para la experiencia, aunque tras declinar su candidatura presidencial Ricardo Lagos sea considerado hoy el político más influyente y casi todos los candidatos estén haciendo propias sus propuestas.

Todos somos hijos de alguien. De militantes o de independientes. Todos heredamos una formación y una manera de comprender el mundo y sus procesos sociales y políticos y todos nos vamos forjando en las suavidades y asperezas del contexto que nos ha tocado vivir.  Lo que no parece saludable es asumir que nada de lo logrado en estos años merece el esfuerzo ni ha valido la pena. Es cierto que está lloviendo mucho en todo el país, pero no viene un diluvio, ni hay elegidos construyendo un arca para levantar un nuevo Chile el país cuando pase la tormenta.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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