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El inquisidor Carlos Peña, el neoliberalismo sombrío y la primaria del Frente Amplio Opinión

El inquisidor Carlos Peña, el neoliberalismo sombrío y la primaria del Frente Amplio

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José Gabriel Palma
Por : José Gabriel Palma Profesor de la Facultad de Economía de la Universidad de Cambridge y de la Universidad de Santiago
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Esté o no uno de acuerdo con la especificidad de la alternativa político-económica que ofrece el Frente, para mí no hay cosa menos sombría que enfatizar que hay alternativas para hacer las cosas. Lo sombrío es lo opuesto −señalar, como mucho neoliberal, que llegamos al fin de la historia−. Y decir que eso no es así es algo tan obvio como desestabilizador para el modelo. Su ideología es tan frágil que tiene que demonizar cualquier alternativa, asustando a la gente con artes comunicacionales tipo vudú.


En una columna reciente, Carlos Peña se refiere críticamente a la poca participación ciudadana en la primaria del Frente Amplio. Mi intención no es discutir al detalle de su análisis del proceso −como, por ejemplo, decir erróneamente que la primaria no era realmente una primaria, sino que “equivalía a una suerte de evento plebiscitario entre dos diagnósticos, uno que subraya una presunta fractura del proyecto modernizador y otro que, en cambio, insiste en ese proyecto”−.  De haber sido así, dudo que el 87% de los chilenos se hubiese quedado en casa. Lo que quiero es recordarle una de las grandes contribuciones que está haciendo el Frente Amplio al debate político y económico en Chile.

Por supuesto que muchos esperaban una participación más amplia en la primaria del Frente; ellos han sido los primeros en reconocerlo. En la de la derecha había dos alternativas de liderazgo radicalmente diferentes −algo que no dejaba indiferente a nadie en el sector−. En la del Frente, en cambio, las diferencias programáticas entre los dos candidatos había que buscarlas con lupa. Por eso, concluir que la baja participación es un rechazo al discurso “sombrío” del Frente es algo un tanto liviano. Y en su opinión lo “sombrío” está en que este discurso devalúa el proyecto “modernizador” de las últimas décadas. En esta columna quiero referirme a esto.

Al menos para mí, el Frente (en el cual no milito, ni tuve participación en la campaña de sus candidatos) representa justamente lo opuesto a algo supuestamente sombrío: en lo fundamental, con todos sus defectos, intenta redescubrir que en Chile se puede hacer política y economía en forma diferente a la actual.  El Frente enfatiza que hay alternativas a nuestro modelo neoliberal pueblerino, el cual, al menos en lo económico, hace rato que tocó fondo −basta ver cómo arrancan los grandes capitales chilenos al exterior (ya parece estampida)−.  Esté o no uno de acuerdo con la especificidad de la alternativa político-económica que ofrece el Frente, para mí no hay cosa menos sombría que enfatizar que hay alternativas para hacer las cosas. Lo sombrío es lo opuesto −señalar, como mucho neoliberal, que llegamos al fin de la historia−.  Y decir que eso no es así es algo tan obvio como desestabilizador para el modelo.  Su ideología es tan frágil que tiene que demonizar cualquier alternativa, asustando a la gente con artes comunicacionales tipo vudú.

Esa rigidez del discurso neoliberal, en especial en lo económico, no solo esta profundamente equivocada en lo teórico, sino que ignora las experiencias de tantas otras partes del mundo, en especial en Asia −una región bastante más exitosa que la nuestra en materias como crecimiento−.  Negar alternativas, quizás lo más característico del neoliberalismo criollo, no es más que un signo de debilidad.  Recordemos la frase más famosa de Margaret Thatcher: “There is no alternative”.  ¡Podría haber algo más sombrío y falto de modernidad que eso!  Uno de los fundamentos de la Ilustración fue romper con ese tipo de mito.  Al respecto, los sicólogos nos cuentan que el mecanismo de defensa más primitivo de todos es la negación.  Y a lo que hemos llegado en Chile en ese respecto, en especial en materias económicas, sobrepasa lo imaginable.

Baste recordar el lamentable episodio del lanzamiento del programa económico de Guillier.

En ese programa, la idea más cuerda decía: “La diversificación productiva y exportadora hace necesario impulsar una política cambiaria, que tenga como propósito la estabilidad del tipo de cambio real, a un nivel competitivo y funcional para la estrategia comercial y productiva del país. El manejo de la política cambiaria durante la primera parte de la década de los noventa fue efectiva para controlar las fuertes tendencias que buscaban su apreciación, esto se logró con políticas heterodoxas que desplazaban la premisa neoclásica de la libre flotación que hoy guía el accionar de la política monetaria del país”. Ardió Troya −imagínese la de especuladores que podrían quedar cesantes−.  Tanto así, que en uno de los actos políticos más tristes de nuestra historia contemporánea, el candidato se retractó (con la peor excusa posible), se fue a confesar y luego hizo su penitencia −repetir 25 veces en voz alta que jamás quiso cuestionar la (mal llamada) “independencia” del Banco Central en dichas materias−.  Recuerda a La Inquisición. Hablando de cosas sombrías…

Incluso la mayoría de los economistas neoliberales que criticaron airadamente dicha idea del programa de Guillier ni siquiera parecían darse cuenta de que un tipo de cambio relativamente estable y competitivo no es lo mismo que un tipo de cambio fijo.  Tampoco se dan cuenta de que la así llamada “independencia” del Banco Central no es más que una ficción del proyecto antidemocrático neoliberal.  No por casualidad fue parte fundamental de las “leyes de amarre” de Pinochet −tipo senadores designados−.

Y aunque todavía tengamos dicha institucionalidad, eso no implica que no pueda haber debate sobre la materia; menos aun que, si una mayoría elige un gobierno con un programa de diversificación económica que requiere un tipo de cambio de ese tipo, no sea perfectamente legítimo para dicho gobierno presionar al Banco a que se mueva en esa dirección. Después de todo, los directores son nominados por un(a) Presidente(a), y tienen que ser ratificados por el Parlamento; y su mandato es básicamente político: todo gobierno democráticamente elegido, quiéralo o no, tiene que ajustar sus políticas y su ideología económica a los antojos de un grupo de burócratas −independientemente de la voluntad popular−.

En realidad, de lo único que es realmente independiente el Banco Central es de la voluntad popular.  La democracia en Chile se define como el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo −excepto en materias económicas−.  Ahí se redefine el concepto hacia uno donde “el pueblo” se define tipo Pericles: solo ciudadanos que efectivamente intervienen en el control de los medios de producción −dejando a un lado a la inmensa mayoría de los integrantes de la sociedad−.  Si en Chile se elije un Gobierno de derecha, sus políticas y las del Banco se cointegran a la perfección. Si se elije un Gobierno que quiere hacer algo distinto, incluso algo tan obvio como diversificar la economía usando para ello (entre otras políticas) un tipo de cambio de ese tipo −y sin importar para nada el tamaño de la mayoría que esté detrás de ese proyecto−, ya sabemos quién tiene la sartén por el mango.

¿O es que vamos a fingir que ya nos olvidamos de que este tipo de Banco Central es parte fundamental de la modernidad a lo Jaime Guzmán?  “Si llegan a gobernar los adversarios, [que] se vean constreñidos a seguir una acción no tan distinta a la que uno mismo anhelaría, porque –valga la metáfora– el margen de alternativas posibles que la cancha imponga de hecho a quienes juegan en ella, sea lo suficientemente reducido para hacer extremadamente difícil lo contrario”. ¿Alguien me puede explicar qué tiene que ver un “cerrojo” de ese tipo con “independencia” en el caso del Banco Central? Si al menos pudiésemos tener un Banco Central con una institucionalidad y un mandato como el de Estados Unidos (el FED). Pero no, nuestra modernidad es mucho más avanzada.

Menos mal que el actual Presidente del Banco Central, a diferencia del anterior, prefiere ser jugador de media cancha −lo que está por verse es si tiene la magia de Jorge Valdivia−.

Si los neoliberales (y sus neocamaradas) tan solo hubiesen entendido a Adam Smith cuando decía que, sin competencia, no hay progreso: ¡también se refería a lo intelectual!

Cuando dos piensan lo mismo, como hasta ahora en el duopolio, solo uno está pensando; y como quedó un tanto obvio en este sombrío episodio del programa de Guillier, estos no son precisamente los neocamaradas. Es ahí donde los políticos y economistas del Frente Amplio pueden hacer una gran contribución: resucitar la competencia en las ideas, en especial las económicas; y sin arrodillarse para pedir perdón por tamaña osadía.

[cita tipo=»destaque»]Para eso lo que el Frente Amplio nunca debe olvidar es aquella frase de Einstein: “Dado que el verdadero propósito del socialismo es precisamente superar y avanzar más allá de la fase depredadora del desarrollo humano, la ciencia económica, en su actual estado, no nos puede dar mucha luz respecto de la sociedad socialista del futuro». ¡Hay mucho trabajo por delante![/cita]

Lo extraño es que a nadie le parece sorprendente que tengamos tanta diversidad de ideas en otros asuntos, como los relacionados con los derechos reproductivos y diversidad sexual; pero cuando se trata de economía, ¡ahí sí que no! El problema de fondo, como diría un físico, es que no hay muchas formas de remodelar una estructura con tan poca entropía.  ¿De cuántas formas se pueden rediseñar las cosas para que el 1% se siga llevando casi un tercio del ingreso nacional?

De esta forma (como ya analizaba CiperChile), en política económica el discurso hegemónico es el mismo de hace 40 años y el mundo ya no puede ser más distinto. En política comercial todavía se repite lo mismo que antes del surgimiento de China e India; igual en lo financiero, a pesar del ahora mercado más destructivo y autodestructivo de la historia; y en política industrial, igual de perdidos. Para qué decir en el trato a la inversión extranjera: todavía se cree que lo que más nos conviene como país es que las multinacionales se lleven toda la renta de los recursos naturales (¿o vamos a seguir pretendiendo que en Chile hay un royalty de verdad?). Renta que incluso en la ilegítima y tramposa Constitución de Pinochet pertenece a todos los chilenos.

El total de repatriación de utilidades del capital extranjero en los últimos 12 años equivale a todo un PIB (¡qué modernidad la de estos chilenos!).  Y en pensiones, el mismo disco rayado: lo peor que podría pasar es que la gente pudiese escoger qué tipo de sistema quiere para sus ahorros.  Si hasta se les olvidó lo que decía su mesías, Milton Friedman: lo característico del modelo neoliberal iba a ser el “freedom to choose” (por tomadura de pelo, para el Guinness Book of Records).

De esta forma, a pesar de que nuestras economías están en un limbo, nadie parece tener idea de cómo reenergizarlas −fuera de hacer más de lo mismo, ojalá mejor–.  Se repite que mientras la macro esté tranquila, el resto vendrá por obra y gracia de la mano (no tan) invisible.  Nunca países de ingreso medio se han podido desarrollar en esta forma vegetativa.  Menos en la mitad de una gran revolución tecnológica.

La rigidez intelectual que requiere este modelo es tal, que cuando cité a Marshall, el maestro de Keynes y padre de la economía moderna, en relación con que el crecimiento de los salarios puede ser un gran incentivo al crecimiento de la productividad, me llegaron varios correos de economistas preguntando (en buena honda) cómo podía darse esa relación, pues nunca la habían escuchado. Para Marshall, “el trabajo muy bien pagado es eficiente y, por lo tanto, no es caro; un hecho que, aunque el más esperanzador de todos para el futuro de la humanidad, va a ejercer una influencia muy complicada sobre la teoría de la distribución”.

Entonces mejor ignorarlo; desconocer este hecho tan esperanzador para el futuro de la humanidad. Eso sí que es sombrío. Así, conocidos libros de macroeconomía, como el de Felipe Larraín, prefieren ignorar este postulado de Marshall y sus complejas ramificaciones para el resto de la teoría económica.

Como decía, una de las grandes contribuciones que está haciendo el Frente Amplio es colocar todos estos temas prohibidos por la inquisición criolla sobre la mesa. Los salarios de eficiencia, una nueva macro pro crecimiento, un royalty de verdad, una política industrial que ayude a la urgente diversificación de nuestra economía, la necesidad de controles de capital no solo a la entrada (para defendernos de los mercados financieros más parasitarios de la historia), sino también a la salida (para parar la fuga de capital más grande de la historia de nuestro país), etc.

No sé cuáles de estos puntos van a estar en el programa del Frente Amplio, pero todos estos temas tabú parecen estar sobre la mesa, y al menos algunos tienen buena probabilidad de “colarse” en el programa. No creo que pueda haber algo menos sombrío y más “moderno” que eso −es como abrir la ventana para que entre algo de aire fresco en uno de esos sucuchos de mala muerte donde íbamos a jugar billar con mis compañeros de universidad, para saltarnos algunas de las clases de los Chicago-boys más aburridos (total, como casi todos repetían el mismo cuento, no se perdía mucho con faltar… nunca en la vida había sido tan fácil sacarse buenas notas)−.

Otra de la áreas donde economistas del Frente −y su periferia− están contribuyendo, es a aprender de los errores del pasado. Esa es una de las características más típicas del Asia emergente. Hasta el Financial Times subrayaba el otro día cómo muchos de ellos, incluido China, habían aprendido de la crisis financiera del 97.

En el neoliberalismo “Anglo-Ibérico”, en cambio, se repiten y repiten los mismos errores (se tropieza y tropieza con la misma piedra).

En Estados Unidos (y otros), por ejemplo, ya se está de vuelta a los mismos niveles de deuda de los hogares que nos llevó a la crisis del 2007/08.  Y para qué decir la deuda corporativa y la pública −esta última se duplicó US$ 22 millones de millones el 2007, a más de US$ 40 hoy día−.  Y la FED ya absorbió casi US$2 millones de millones de hipotecas securitizadas, llenas de basura subprime.  También les acaba de dar permiso a los bancos de su país, los mismos que tuvo que rescatar el 2008 a un costo sideral, a que repartan el 100% de sus utilidades a sus accionistas (solo los 6 más grandes van a repartir US$ 100 mil millones). Y el Banco Central Europeo ya está incluso comprando bonos corporativos, muchos igual de basura.

Mientras “el bacán que te acamala tenga pesos duraderos”, ¿cuál es la necesidad de aprender?  Pero hasta dicho Banco Central, ya casi ahogado en papeles basura, tuvo recién que poner un límite a los incesantes rescates bancarios; y así un empresario chileno, quien había apostado a profitar de dichos rescates, perdió una fortuna comprando acciones de un banco quebrado en España.  Pues para nuestros empresarios poco schumpeterianos es preferible especular en algo así, que molestarse en invertir en nuestra economía en algo útil en lo productivo no-extractivo −cualquier cosa es mejor que invertir para diversificar nuestra economía−. Difícil encontrar algo más sombrío y falto de modernidad que eso.

Por ello, pensar en alternativas y aprender de nuestros errores del pasado, y de las experiencias del Asia, es uno de los frentes donde el FA contribuye al debate. En el Asia emergente, por ejemplo, como ya decía, la productividad promedio por trabajador se sextuplicó desde 1980; mientras tanto, la de América Latina sigue estancada en el mismo nivel que tuvo en 1980. En tanto, la inversión promedio por trabajador en la región ni siquiera llega al nivel de 1980 −a diferencia de la del Asia emergente, donde se multiplicó varias veces, en casos hasta por dos dígitos−.  La nuestra es apenas el doble que la del 1970 −hace casi medio siglo−.  Esto es, si nuestra productividad promedio en la región era entonces (1980) 9 veces mayor que la del Asia emergente, ahora es apenas un tercio más alta −y de seguir todo igual (nada indica lo contrario), en 6 años más nos pillan−. Lindo modelito; ¡hay que ser muy gil! En especial cuando se niega que haya alternativas par hacer las cosas.

El menos dinámico del Asia emergente en esta variable (Malasia) tiene una tasa de crecimiento que es 50% mayor a la del más dinámico en nuestra región (Chile).  No por nada llega a ser insólito cómo nuestras corporaciones le hacen el quite a competir con sus pares asiáticos en cualquier cosa productiva no-extractiva.  Tiran la toalla sin siquiera intentar.  Les da lo mismo que a raíz de eso casi todo lo interesante para el crecimiento queda en Asia.  Se conforman con enviar a Asia el petróleo en crudo, el cobre como concentrado, el hierro en bruto, la madera como astilla y la soja en poroto; hasta la nuez va con cáscara.  Total, en la economía interna han construido toda una maraña de mecanismos compensatorios a su falta de dinamismo, como poder extraer a gusto todo tipo de rentas que le subsidian −y ayudan a perpetuar− sus inhibiciones productivas.  Y el mayor subsidio de todos, por supuesto, es nuestra gran desigualdad: el poder sacar un pedazo grande de una torta chica.

Pero en cuanto a desigualdad ya no estamos solos. En Estados Unidos, por ejemplo, los ahorros previsionales de los 100 CEOs de las mayores corporaciones son equivalentes a los de 116 millones de conciudadanos de la mitad más baja de ingresos del país.  ¡Qué modernidad!  Mientras tanto, los salarios promedios están estancados desde Reagan.  Pero la deuda ayuda a sustentar la demanda efectiva, pues las finanzas son la versión moderna del alquimismo.

En Asia, en cambio, hay gobiernos igual (o más) de derecha que tantos en nuestra América, como en la India, pero en materias económicas están (por así decirlo) a la izquierda de la Nueva Mayoría.  Su Banco Central interviene activamente para mantener el tipo de cambio relativamente estable y competitivo; y dicho gobierno, quizás el más de derecha del mundo entre los elegidos democráticamente, está a favor de los controles de capital, tanto a la entrada como a la salida (por mucho que reclamen los ‘usual suspects’); también está a favor de colocarle altos impuestos a la importación de bienes de lujo −para poder importar un Mercedes hay que pagar más de 100% de impuesto de importación−, y esos recursos financian una inversión pública que ha llegado al 15% del PIB (en Chile les da vértigo cuando llega al 3%).

A su vez, más del 80% de los depósitos bancarios se hacen en bancos estatales, lo que también facilita el financiamiento de dicha inversión; hay una fuerte política industrial, que llevó hace unos años incluso a prohibir la exportación de hierro para así facilitar el desarrollo de la industria del acero, la que tenía que competir con los chinos (tarea no fácil).  Y el agua es de propiedad pública, y cuando se transfiere a un privado es con un pago sustancial sobre sus derechos.  Quizás todo eso tenga algo que ver con que en los últimos 20 años, superciclo de los commodities y todo, la productividad en India creció al 5.1% por año, mientras que la nuestra lo hizo apenas al 1.7% (esto es, mientras allá casi se triplicó en tan solo dos décadas, la nuestra creció apenas en un 40%).

Por supuesto que hay muchos aspectos de la India que son deplorables, como el tener más gente bajo la línea de la pobreza que todo el África del Sahara, pero en materias de crecimiento en los últimos 40 años hay bastante que aprender.  Por ejemplo, cuando Tata salió a comprar acerías en Europa, dados los controles de capital a la salida, tuvo que justificar su movidas: necesitaba la tecnología que iba a adquirir con esas compras para sus fábricas en la India.  En Chile, en cambio, un empresario acaba de ofrecer US$1 mil millones por 600 estaciones de servicio en Argentina.  Por eso necesitamos controles de capital a la salida y política industrial, ya que cualquier cosa parece ser preferida al diversificar nuestra economía; y desde un punto de vista tecnológico, venta de bencina en estaciones de servicio, ya que se acerca al límite de la molestia en cuanto al desafío que una oligarquía de este tipo está dispuesta a tomar.

Y para aquellos que solo les gusta mirar a países de mayor ingreso por habitante, ¿qué tal Singapur? ¿Creen que a allá, en otra democracia de derecha, a alguien se le ocurrió privatizar el puerto −en varias estadísticas el mayor del mundo−? Por supuesto que no, y sus enormes utilidades (como las de su línea aérea estatal y muchas otras empresas públicas productivas) financian una parte importante del gasto público. Gasto que en parte va a la construcción; eso porque en un país con tal densidad de población y tan chico, dejar la construcción en manos privadas termina inevitablemente en guetos verticales −como en Hong-Kong (y ahora tan de moda en Chile)−.  En cambio, con su política de viviendas públicas se construyen departamentos muy agradables, los que se arriendan a precios económicos a la población. Obviamente el asunto no es simplemente copiar, sino comprender que todo lo que en Chile es tabú en economía, en Asia, aun gobiernos de derecha lo ponen en juego sobre la mesa.  Si hasta los robots van a ser más imaginativos que quienes hacen política económica en nuestro país…

Mientras tanto, este neoliberalismo “Anglo-Ibérico”, en especial por la incapacidad de la nueva-izquierda para ofrecer una verdadera alternativa más ilustrada (dada su constipación ideológica), no solo ahora nos trae a Trump, Brexit, y el renacer de la burda ultraderecha europea, sino también crea nichos para algunas izquierdas despistadas. Estas, por su impotencia frente al poder corporativo absoluto, cual meteoritos, se fragmentan en la atmósfera con discursos cada vez más principistas (como la necesidad del “decrecimiento”). Pero menos mal que también surgen otras izquierdas, como el Frente Amplio, algo por lo que el 1% debiera estar agradecido, al menos por la sanidad que trae al debate, incluido el colocar los temas “verdes” en el tapete (en especial, cómo transformarlos de problema en solución para el crecimiento). No por nada este modelo neoliberal Anglo-Ibérico, junto con ser una forma tan ineficiente de organización económica, ha demostrado ser una de las tecnologías de poder más sofisticadas de la historia −en parte por esa increíble capacidad de cooptar o rayar a tanto opositor−. Izquierdas como el Frente nadan contra esa corriente avasalladora neoliberal.

Con lo que no contaban era con que el Frente, como la selección chilena de fútbol, ya no le tiene miedo a nadie.  Como dijo Bernard Shaw, «soñaron con cosas que nunca habían pasado y se preguntaron ¿por qué no?» (“they dreamt things that never were; and they said ‘Why not?’”). Qué diferencia con aquellos que piden disculpas por sus ideas, cuando se les “cuelan” en sus programas.

Como nos decía el gran filósofo político alemán, Theodor Adorno, «hoy día la atracción por lo nuevo, de cualquier tipo, con tal que sea suficientemente arcaico, se ha vuelto universal». Para luego agregar que «a quien quiera moverse con los tiempos, no se le permite ser diferente.”

Por eso, a diferencia del título de la columna de Peña, en las primarias no solo ganó la derecha y Guillier, sino que todos, porque se consolidó una fuerza que nos ayuda a abrirnos el mate. Pero al Frente aún le falta mucho, incluso para tener la fuerza necesaria para poder empujar al país al punto de no retorno en cuanto a su actual falta de imaginación.

Pero para eso lo que el Frente Amplio nunca debe olvidar es aquella frase de Einstein: “Dado que el verdadero propósito del socialismo es  precisamente superar y avanzar más allá de la fase depredadora del desarrollo humano, la ciencia económica, en su actual estado, no nos puede dar mucha luz respecto de la sociedad socialista del futuro». ¡Hay mucho trabajo por delante!

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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