Intentos macabros de destruir a la familia y atroces atentados contra la naturaleza que nos arrastran vertiginosamente a un descalabro social inminente, cuyo objeto último es, nada más y nada menos, que los niños ¡nuestros niños! para alzarlos contra sus padres, para arrebatarles el derecho a la crianza, inculcarles la zoofilia, hacerlos comer semen, sodomizarlos y ¿por qué no? ¡comérselos!. Esa es la amenaza que, según Marcela Aranda y sus imaginativos partidarios, se cierne sobre todos nosotros y ante la que vienen a abrirnos los ojos, para salvarnos del fondo infernal de esta pendiente resbaladiza por la que nos deslizamos, siguiendo la tentadora voz del demonio que, una vez más, se disfraza con los coloridos ropajes de lo diferente.
Entiendo perfectamente el mensaje, y sin embargo, hay algo que me inquieta… Todo este discurso me suena de alguna parte, como si ya la hubiese escuchado antes… ¿pero dónde?
¿Será que me recuerda al diario El Clarín de 1973, cuando la noticia describía que «Las yeguas sueltas, locas perdidas, ansiosas de publicidad, lanzadas de frentón, se reunieron para exigir que las autoridades les den cancha, tiro y lado para sus desviaciones (…) Entre otras cosas -comentaban- los homosexuales quieren que se legisle para que puedan casarse y hacer las mil y una sin persecución policial. La que se armaría… ¡Con razón un viejo propuso rociarlos con parafina y tirarles un fósforo encendido!»?
No, no creo, yo no había nacido todavía y, como suelen decir ellos, no hay que opinar de cosas que uno no alcanzó a ver.
Entonces, ¿será que me suena a la discusión para despenalizar la sodomía, con el retorno a la democracia en 1990?; ¿será a las palabras del alcalde Ravinet cuando señalaba que no veía «en qué pueden aportar los gays y lesbianas en la vida política de Chile» «Para mí – afirmaba desconcertado- es una enfermedad que tiene que ser tratada»; ¿O acaso serían las de la diputada María Angélica Cristi, cuando afirmaba «Creo en la libertad, pero no creo en la libertad de algunas desviaciones patológicas de la sexualidad normal. Yo me preocupo de la familia, la mujer, los hijos y que no se les pegue el sida»?
No, no, eso es muy antiguo, la memoria de uno es frágil, tiene que ser algo más reciente… ¿Quizás la reforma de filiación de 1998 cuando se discutía igualar a los hijos legítimos – nacidos en el seno de un matrimonio bien constituido- con los ilegítimos, «huachos» resultado de lo que el entonces senador Otero definía como «nada más que una aventura adulterina«?, claro, puede ser, por ejemplo, que me recuerden a las palabras del entonces senador Hernán Larraín que con escándalo advertía que: “no responde a un criterio realista intentar que la ley iguale aspectos de la relación humana que la naturaleza ha hecho diferente (…) éste es el grave peligro que se cierne cuando se propone legislar haciendo tabla rasa de las distinciones entre las posiciones jurídicas de los hijos. Si no se hacen diferencias, es porque el sistema jurídico, como tal, desconocerá la virtualidad jurídica de la sagrada institución matrimonial”?;
¿O, quién sabe, a las del propio Pinochet quien, aun sin asumir su retiro, nos contaba en esa época cómo «al eliminar la distinción entre hijos legítimos e hijos ilegítimos, sin ningún tipo de resguardos que eviten perjuicios a la institución del matrimonio, se termina por causar un grave daño a este núcleo fundamental de la sociedad» ?; No sé, en una de esas fueron las del senador Bombal cuando vaticinaba que «no porque la ley lo disponga, un hijo nacido fuera del matrimonio dejará de ser desigual respecto de otro que cuenta con padre y madre reconocidos en el orden social” .
Quizás, quizás… Pero tampoco puedo descartar que mi recuerdo venga de la discusión de la ley de divorcio del año 2004, entonces éramos uno de los pocos países del mundo donde éste aún era ilegal y nos instruíamos con los «estudios científicos» del Centro de Estudios Libertad y Desarrollo, que transmitía canal 13 con vehemencia, que mostraban como “los efectos sobre los hijos de matrimonios separados se relacionan con temas como la pobreza, drogadicción, criminalidad, inestabilidad emocional, mayor maltrato, abuso y a la tendencia en los jóvenes a no formar familias estables en el tiempo». ¿O quizás me suena a la preocupación por las mujeres de una diputada que afirmaba que “ser madre de un hogar bien constituido y poder educar a sus hijos son principios esenciales de la realización de la mujer, especialmente de aquellas que optan por dedicarse de manera exclusiva a la familia. Son miles de dueñas de casa de nuestro país para quienes su familia es, literalmente, toda su vida» Concluyendo categóricamente que: «El divorcio se interpone entre la mujer y sus legítimas aspiraciones de felicidad” ?
Puede ser, sin duda, pero también puede ser -¿por qué no?- que fuera en la ley de acuerdo de unión civil de 2014, cuando Ezzati defendía al archi-mencionado Estado de Derecho de la dictadura gay, proponiendo en el congreso incluir explícitamente en la ley que «ella no pretende inhibir la libertad de las confesiones religiosas respecto de su concepción acerca del matrimonio y de la familia. Una ley contra la discriminación no puede ser discriminatoria con ellas, al impedirles presentar públicamente sus convicciones y prohibir que sus instituciones sociales y educacionales trabajen libremente conforme a sus principios. Lo contrario sería un atentado contra la libertad religiosa y los principios democráticos»… ¿o en realidad me recuerda al terrible «mercado del tráfico de órganos», «empresas de cosméticos con fetos» y al apocalíptico «fin de la Teletón», que marcaron la discusión sobre la ley de aborto del año pasado?
En fin, a este paso creo que nunca sabré exactamente de dónde me suena la señora Marcela y su discurso. Aunque sí sé muy bien una cosa, cuando se mira en retrospectiva, se descubre fácilmente que ninguno de esos terribles augurios se cumplió ni se cumplirá. En Chile progresamos, lento, como siempre; últimos, como siempre, pero lo hacemos al fin y al cabo. El costo de ello es que tendremos que soportar los aletazos agónicos de quienes tuvieron el poder para determinar lo bueno y lo malo; lo correcto y lo pecaminoso; lo sano y lo enfermo; lo natural y lo aberrante, y que ahora se enfrentan con horror al derrumbe de su antigua hegemonía.
Es que, así es la vida, son los tiempos, los tiempos que están cambiando… primero fue el fin de la esclavitud y el mestizaje indiscriminado entre las razas. Luego los buses mixtos de negros y blancos. Luego las votaciones mixtas que incluían a la mujer… ¡Y ahora esto! ¡Los baños mixtos para niños transgénero! Por eso, nadie puede negar que tienen toda la razón en escandalizarse porque se va a poner mucho peor para ellos, y lo saben. No podemos sino reconocer que es fácil empatizar con la postura de Aranda, pues, en el fondo, hoy ellos están descubriendo como han pasado de ser una mayoría absoluta, al grupo fanático de turno que sale a la calle a reclamar por la pérdida de sus privilegios, y eso que «se vienen cosas peores», dice La Biblia.
El problema, sin embargo, es que lo descubren muy tarde. Su desconcierto probablemente se explica por el hecho de que han ostentado la posición dominante durante mucho tiempo. Tanto tiempo, que llegaron a creer que lo suyo no era una imposición más, sino la expresión espontánea de un supuesto orden natural. Tanto, que asumieron que lo suyo no era ideología, sino biología; que no era Religión, sino Derecho. Demasiado, demasiado tiempo, al punto en que confundieron un país que por décadas permaneció aislado de la realidad, con la humanidad completa y que, aun actualmente, piensan que estas son cuestiones sobre las que la sociedad debe «debatir».
Pero se equivocan rotundamente, como siempre, no hay nada que debatir, esto ya no está en disputa. Las leyes de los países más importantes del mundo, los académicos más distinguidos de todas las disciplinas y la inmensa mayoría de la sociedad ya ha resuelto el punto hace décadas y el resultado es ineludible: Los del bando «maligno» ganamos, los «degenerados» los «pro-muerte», los «comeguaguas» y los «invertidos» ya ganamos, lo que pasa es que ahora sólo les estamos pasando la factura.
Así, sólo queda concluir que al respecto se aplica a la perfección una frase apócrifa atribuida a Don Quijote: «¡Dejad que los perros ladren, Sancho… Es señal de que avanzamos!». Este Bus «de la libertad» es, nada más y nada menos que eso, los ladridos de siempre a los que ya estamos acostumbrados.