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Reflexiones para el día del Niño

Cristhie Mella Aguilera
Por : Cristhie Mella Aguilera Psicóloga, Mg. Criminología y Psicología Forense, Candidata a Doctora en Políticas Sociales. Universidad de Bristol, Reino Unido.
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Pareciera que en Chile los niños son visibilizados solo en fechas clave en tanto sujetos y objetos de consumo. Día del niño y navidad son los pocos espacios en que adquieren un protagonismo que si lo analizamos bien hasta resulta malsano, por cuanto sus expectativas y anhelos como infantes quedan reducidos a la lógica de la maquinaria mercantil que los asume como sujetos de consumo para la colocación de productos, desde los juguetes más tradicionales hasta los últimos inventos de la tecnología -tablets y juegos electrónicos- que por cierto los alejan cada vez más de las actividades más inherentes a la infancia como correr, jugar libres, saltar y estar en compañía de pares.

Por supuesto esto no es un fenómeno que ocurra en el vacío. Responde a discursos instalados en nuestra sociedad, digeridos y reproducidos por el mundo adulto que hoy modela en las nuevas generaciones los valores acordes a un modelo que promueve individualismo, consumo y hedonismo vacío. De ahí que las fechas de conmemoración se presten para la industria más que para la reflexión sobre avances y desafíos como sociedad. En infancia, ha sido señalado por organismos internacionales como Unicef, Chile aún mantiene deudas importantes en temas de igualdad, buen trato y garantías de derechos sociales básicos.

Es por ello que la celebración del Día del Niño debiera superar la vorágine que arrastra a las familias a la compra compulsiva de objetos que no responden a las necesidades más fundamentales de la infancia, sino que obedecen a una construcción distorsionada de lo que es darle protagonismo a los niños, una distorsión que obedece a los valores e ideologías que inspiran nuestra cotidianeidad y que aparecen muy arraigadas en nuestro orden social.

[cita tipo=»destaque»]Es por ello que la celebración del Día del Niño debiera superar la vorágine que arrastra a las familias a la compra compulsiva de objetos que no responden a las necesidades más fundamentales de la infancia, sino que obedecen a una construcción distorsionada de lo que es darle protagonismo a los niños, una distorsión que obedece a los valores e ideologías que inspiran nuestra cotidianeidad y que aparecen muy arraigadas en nuestro orden social.[/cita]

La instauración en Chile del modelo neoliberal sin duda ha jugado un gran papel en esta distorsión y mercantilización. Esa misma lógica es la que ha impedido que nuestro país logre visualizar la necesidad de que sus niños cuenten con suficientes espacios de expresión al cuidado de un mundo adulto respetuoso y consciente de su importancia para el futuro de la sociedad. No hemos sido capaces de avanzar en una cultura del respeto que garantice el ejercicio pleno de derechos, libres de toda forma de violencia, la que se ejerce desde el micro espacio cotidiano hasta a nivel macro, con la falta de políticas que vayan más allá de estándares mínimos. El derecho a vivir en un ambiente sano por ejemplo, con espacios suficientes para la recreación y libre de contaminación resulta quizá un lujo en un país donde el planeamiento urbano asigna muy poca importancia a las áreas verdes y lugares que faciliten las actividades lúdicas de la infancia como son los juegos y parques. Sin duda, muy de la mano con la cultura de Mall que se ha instituido como el “gran paseo “con toda la oferta de Mac Donalds y comida chatarra al paso. No por nada ha surgido una preocupación creciente de parte de las autoridades respecto de las tasas de obesidad infantil, donde la ley de etiquetado ha venido a ser un aporte.

Tampoco visibilizamos las necesidades de la infancia cuando mantenemos un sistema educacional excesivamente orientado al logro y la competencia por sobre la formación como seres humanos integrales. Un sistema que valora tanto la medición y que reduce a los niños en tanto personas a una cifra que se vuelve parte de su reconocimiento social desde los primeros años, plantea cuestionamientos sobre los valores que nos rigen. La necesidad de presentar a los hijos en base a si fueron los primeros del curso o no, si pasaron con nota sobre 6.5 o no, sin duda tiene un impacto sobre el concepto de sistema social que estamos promoviendo y que presiona a sus niños a cumplir con estándares de competencia poco sanos.

Sobre esto se ha visto el aumento de trastornos psicológicos y desmedro significativo de la salud mental de los niños, necesidad que tampoco es cubierta, debido a la escasa oferta en materia de salud para la población infantil. Son muy escasos los psicólogos y psiquiatras infantiles y fuera de la oferta privada, el sistema público de salud tampoco ofrece mayor cobertura.

También derivado del diseño del modelo educativo, está la limitación del tiempo que los niños pueden destinar a la recreación, ya que el modelo también reproduce la lógica neoliberal de formar ciudadanos adaptados a largas jornadas de funcionamiento-a veces improductivas- que permitan por cierto las largas jornadas laborales de padres y cuidadores, lo que reduce la vida familiar. Sobre esa carga de horas de trabajo para niños y familia, se agrega la ya cuestionada “tarea para la casa” que no hace más que prolongar la ya larga jornada diaria, y que en definitiva aporta a la instauración del discurso de la competencia y la productividad, ad hoc a nuestro modelo económico y en el que los niños aparecen como los aprendices. Casi parecen los niños aprendices de la época victoriana de Inglaterra en donde desde muy temprana edad se debía integrar la disciplina y la necesidad de ser sujetos productivos con su trabajo.

En definitiva, somos una sociedad que piensa poco en sus niños y que se ha quedado centrada en ser adultista, en mantener siempre el foco en las necesidades del mundo adulto antes que las de los niños. De ahí que muchas prácticas de maltrato sean invisibilizadas o toleradas, muy asociado a nuestra tradición autoritaria, por cierto.

En ese sentido, de nada sirven las firmas de acuerdos – como la Convención de los Derechos del Niño- que nuestro país ha suscrito en materia de focalización en la infancia, sino se cambian las prácticas y premisas que operan en el cotidiano. Desde el chofer de micro que se cree con derecho de amedrentar y hostilizar a los niños que utilizan este medio de locomoción, hasta los encargados de la educación que a menudo bajo condiciones de estrés o lo que sea, despliegan formas de maltrato que aun no incluyendo el castigo físico, van sumando al deterioro de la autoestima y el desarrollo integral de los niños que, con pocas posibilidades de defensa deben resistir amenazas, descalificaciones, menosprecio, estigmatización, etc.

Cuando nuevamente hacemos gala de la “Celebración del día del niño” debería quedarnos claro que lo que nuestros niños y niñas necesitan no se reduce a la oferta de la industria y maquinaria de consumo diseñada para ellos y para los bolsillos de sus padres. No son los grandes y costosos juguetes los que aseguran bienestar y desarrollo, sino la vivencia interna de los adultos que los rodean sean familiares o no, están comprometidos por garantizarles espacios y derechos que les permitan el esparcimiento, recreación, crecimiento y desarrollo integrales en una sociedad que los trata bien y los mantiene como protagonistas cada día, no solo un par de días.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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