Opinión
Debo reconocer que desde un tiempo a esta parte, la palabra inclusión la he escuchado más que nunca. Por una parte, me alegra que al menos nos vayamos familiarizando con “la palabra”. Sin embargo, por otra, pongo en duda si quienes tanto hablamos de Inclusión sabemos el alcance y la transcendencia que tiene en la vida de todos nosotros si realmente la aprendemos desde niños.
Resulta que hoy es casi transversal “ser inclusivo” en todo y resulta ser parte de un buen discurso si se utiliza la palabra en el debido contexto, siempre con la bajada de que todos queremos un mejor país. Sin embargo, para quienes trabajamos en temas de inclusión sabemos que muchos no entienden nada del verdadero sentido y alcance del concepto y cómo nos mejoraría los niveles de calidad de vida, educación, tolerancia, visión de futuro, si fuera incorporado en todos los colegios y nuestros niños lo entendieran y asumieran en cada uno de los ámbitos de su vida.
Porque está muy bien que cada establecimiento educacional quiera tener sus propios estándares para medir calidad, excelencia académica, valores, aspectos sociales, etc. Pero ¿quién ha reparado en incorporar a la malla curricular la asignatura de inclusión?
No hablemos sólo de calidad educativa en términos de contenidos o de resultados en las distintas pruebas, sino de infraestructura, condiciones higiénicas y de seguridad. El ambiente en una escuela define la motivación y objetivos de cada estudiante, sujetos con derechos muchas veces obviados al momento de establecer partidas presupuestarias.
En situaciones de crisis, además, la escuela deja de lado sus prioridades educativas y formativas para hacer frente a necesidades de primera instancia, como asistir en la comida, la higiene y la salubridad de los alumnos.
Hoy hemos hecho grandes esfuerzos como país para mejorar en varios aspectos: accesibilidad en transporte, viviendas y espacios públicos, hemos sido insistentes en recalcar que la tendencia actual es promover la Autonomía e Independencia de las personas con discapacidad, se han dictado leyes sobre la inclusión laboral para PcD, existe incluso una Ley de Inclusión Escolar. Sin embargo, todo aquello no tendrá el resultado esperado si desde los primeros años de nuestra educación no comenzamos a hablar e incorporar el concepto y la trascendencia de lo que significa la verdadera Inclusión.
Esa es la clave: la intervención en la primera infancia, allí donde no existen los prejuicios ni barreras, ni ningún estigma de si piensa distinto, se ve distinto o simplemente es distinto. Allí, nadie discrimina, sólo aprenden lo que se les enseña!
Tanto profesores, comunidad educativa y familia deben comprender que todos somos diferentes, la sala de clases promueve la diversidad y no se puede pretender que todos aprendan lo mismo, en el mismo momento y de la misma manera, hay que valorar las diversas estrategias y formas de trabajo.
A mi juicio, creo fervientemente que en nuestros colegios hoy hace falta más que nunca un giro de timón hacia ese camino, una decisión seria y comprometida con todos los niños que estamos educando para ayudarles no sólo a tener más competencias y habilidades humanistas y/o científicas, excelencia académica y mejores resultados, sino también y casi más importante que aquello, enseñarles que la vida tiene matices y colores distintos, que uno no siempre gana y que la vida siempre se encarga de hacernos enfrentar distintas situaciones donde ninguno de los ramos que estudiamos en el colegio, no sirven para enfrentarlas. Eso es educar para convertirnos en un mejor país. ¡Definitivamente tenemos mucho trabajo por delante!
