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La verdadera gravedad del calentamiento global y la crisis ecológica ANÁLISIS

La verdadera gravedad del calentamiento global y la crisis ecológica

Los peligros asociados a un calentamiento global superior a los dos grados centígrados no son los únicos a los cuales podríamos enfrentarnos en el futuro cercano. Un peligro más serio es el que representa, tal como plantean los científicos Natalia Shakhova e Igor Semiletov (Universidad de Alaska Fairbanks), el riesgo de liberaciones supermasivas inminentes de metano desde el Ártico. Esto último como producto del derretimiento acelerado del permafrost (o turbas congeladas) de las estepas y lechos marinos siberianos, y la consecuente desestabilización y potencial liberación de las enormes reservas naturales de metano existentes en dicha área.


Durante días recientes se ha conocido que un 86% de la población chilena considera al cambio climático como la mayor amenaza a la seguridad que enfrenta nuestro país. A nivel mundial, una serie de países colocan también este problema dentro de sus preocupaciones fundamentales. Y existen muy buenas razones para esta preocupación. De hecho, si se estableciera una analogía entre la crisis ecológica actual con algún tipo de enfermedad terminal, podríamos decir que aquella estaría a punto de alcanzar un carácter irreversible. Lo anterior por varios motivos basados en datos científicos irrefutables.

Uno de dichos datos es el reciente rebasamiento de las 400 partículas por millón (ppm) en los niveles de dióxido de carbono (CO2) atmosférico, pudiendo alcanzarse durante las próximas décadas cifras superiores a los 500 ppm. Para hacernos una idea de lo que significan estos números, basta con mencionar que jamás en la historia de nuestra especie hemos vivido en un planeta con niveles de CO2 semejantes. De hecho, de acuerdo a algunos científicos tales como James Hansen (ex director del Goddard Institute de la NASA), el límite de sustentabilidad de la civilización moderna se encontraría en cifras cercanas a los 350 ppm.

Niveles de CO2 actuales (NASA)

Lo anterior posee una importancia clavem debido a los efectos que tiene el dióxido de carbono en la atmósfera terrestre, constituyendo uno de los principales gases de efecto invernadero causantes del calentamiento global. Esto queda en evidencia si tomamos en cuenta las estimaciones de la ONU que, basándose en los niveles actuales de CO2 en el planeta y en la proyección de las emisiones industriales durante las próximas décadas, predicen un aumento probable de la temperatura global de hasta cinco grados centígrados para fines de este siglo. Es decir, una cifra ampliamente superior a la barrera de los dos grados centígrados, límite establecido a partir del cual el calentamiento global se transformaría en un fenómeno de enormes dimensiones.

Han sido justamente algunas de las principales agencias climáticas y potencias alrededor del mundo las que vienen reconociendo, progresivamente, esta dramática situación. Un ejemplo de aquello puede encontrarse en las afirmaciones de la ONU y algunos investigadores tales como Peter Cox (Hadley Center) en torno a las consecuencias que podría tener un aumento de tres o cuatro grados centígrados de la temperatura global durante este siglo, pudiendo producir este último la desaparición de una gran parte de los ecosistemas terrestres y marinos: por ejemplo, el Amazonas o los arrecifes coralinos.

De acuerdo al climatólogo Peter Wadhams, de la Universidad de Cambridge, en efecto, un aumento de cuatro grados centígrados se asociaría, inevitablemente, al quiebre de los sistemas agrícolas y la imposibilidad de la mantención de los sistemas urbanos y los niveles actuales de población mundial.

Zonas inhabitables en un planeta cuatro grados más caliente (New Scientist)

Si tomamos ahora el peor escenario de calentamiento global considerado por la ONU: es decir, un aumento de aproximadamente cinco o seis grados centígrados para fines de siglo, estaríamos refiriéndonos en este caso, nada menos, que a la posible extinción de una gran parte de las especies naturales.

[cita tipo=»destaque»]La gravedad de lo anterior radica en que dichas liberaciones supermasivas implicarían, entre otras cosas, una aceleración del calentamiento global, rebasándose con ello la ya mencionada barrera de los dos grados en fechas tan cercanas como la década de 2020. En el peor de los casos, de producirse estas liberaciones (las cuales, de acuerdo a algunos estudios, podrían ya encontrarse en fase inicial), estaríamos hablando de un aumento de la temperatura mundial que podría llegar a los diez grados centígrados (o más) hacia el 2100. Esto último, si tomamos en cuenta además –tal como plantea el ya citado climatólogo Peter Cox– el efecto catalizador que tendría la disminución de los aerosoles en la atmósfera terrestre.[/cita]

Y aquí no existe exageración alguna, esto si tenemos en cuenta que un aumento de cinco o seis grados centígrados en pocas décadas constituiría un fenómeno de tal gravedad que tendría pocos parangones en la historia geológica. Es más, algunos de los cambios ambientales más drásticos que ha presenciado la humanidad en el pasado, entre otros el ocurrido al fin de la época glacial (o Pleistoceno), cuando la temperatura mundial experimentó un incremento de aproximadamente 5 grados centígrados, se produjo en un periodo de varios miles de años y no en décadas, tal como podría suceder hoy.

Cabe destacar, asimismo, que ejemplos de un aumento fulminante de cinco o seis grados centígrados de la temperatura global solo pueden encontrarse en algunos de los eventos climáticos más destructivos del pasado terrestre. Uno de aquellos es el llamado “Máximo Térmico del Paleoceno-Eoceno” (PETM), el cual habría dado paso a un violento fenómeno de extinción masiva que marcó la aparición de los linajes de mamíferos actuales.

Ahora bien, los peligros asociados a un calentamiento global superior a los dos grados centígrados no son los únicos a los cuales podríamos enfrentarnos en el futuro cercano. Un peligro todavía más grave es el que representa, tal como plantean los científicos Natalia Shakhova e Igor Semiletov (Universidad de Alaska Fairbanks), el riesgo de liberaciones supermasivas inminentes de metano desde el Ártico. Esto último como producto del derretimiento acelerado del permafrost (o turbas congeladas) de las estepas y lechos marinos siberianos, y la consecuente desestabilización y potencial liberación de las enormes reservas naturales de metano existentes en dicha área.

En este caso, nos estaríamos refiriendo a reservas de carbón cuyo impacto superaría ampliamente al de la totalidad de los gases de efecto invernadero liberados por el hombre desde el comienzo de la Revolución Industrial. Esto, si tenemos en cuenta, por ejemplo, que solamente el 1% de los depósitos estudiados en Siberia oriental por Shakova y Semiletov (aquello sin considerar el conjunto de las reservas de metano existentes en otras zonas de Siberia, Alaska u otros puntos del Ártico), serviría para doblar la cantidad de metano existente actualmente en la atmósfera.

Reservas naturales de metano y emisiones industriales desde el siglo XIX (Sam Carana)

La gravedad de lo anterior radica en que dichas liberaciones supermasivas implicarían, entre otras cosas, una aceleración del calentamiento global, rebasándose con ello la ya mencionada barrera de los dos grados en fechas tan cercanas como la década de 2020. En el peor de los casos, de producirse estas liberaciones (las cuales, de acuerdo a algunos estudios, podrían ya encontrarse en fase inicial), estaríamos hablando de un aumento de la temperatura mundial que podría llegar a los diez grados centígrados (o más) hacia el 2100. Esto último, si tomamos en cuenta además –tal como plantea el ya citado climatólogo Peter Cox– el efecto catalizador que tendría la disminución de los aerosoles en la atmósfera terrestre.

Y en este punto ya no existe mucha discusión o conjetura posible. Un calentamiento global que supere los cuatro o cinco grados en pocas décadas durante este siglo, nos pondría ante un escenario nunca antes registrado en el mundo actual. Tal vez el único parangón posible con un escenario de este tipo sería el desarrollado durante la extinción Pérmica-Triásica que acabó, hace 250 millones de años, con más del 95% de la vida sobre la Tierra.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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