En marzo de este año, establecíamos que el momento de descomposición que atraviesa el Chile actual producía una apertura relativa del escenario político-electoral, lo cual generaba condiciones favorables para que una fuerza política alternativa, el Frente Amplio, sacudiera el tablero político duopólico instalándose como un actor relevante dentro de éste. Para ello, debía pasar claramente a la ofensiva. Por un lado, volvió suya la máxima latina carpe diem: “aprovecha el momento”… de la descomposición. Por el otro, asumió una disposición táctica similar al término belicista alemán blitzkrieg o “guerra relámpago”.
En dicho contexto, la filtración de que el sociólogo Alberto Mayol era una de las cartas presidenciales barajadas por algunas orgánicas del sector y su posterior decisión de asumir tal desafío, permitió dinamizar la discusión sobre las posibilidades electorales del naciente conglomerado; discusión que se había iniciado con la victoria de Jorge Sharp en Valparaíso en octubre de 2016, y que por aquellos días se intensificaba con la decisión de la periodista Beatriz Sánchez de asumir el reto presidencial; apuesta que estuvo incentivada por la mediación y apoyo explícito de Gabriel Boric y Giorgio Jackson.
En paralelo, el bloque emergente ponía en marcha la construcción de un programa presidencial que presentaba un diseño participativo y deliberativo nunca antes visto en la historia política del Chile transicional.
Hasta ese momento, la discusión sobre las posibilidades que abría la disputa del campo presidencial se encontraba un tanto depreciada al interior del Frente Amplio, más allá de las potencialidades que contenía una apuesta programática como la anteriormente señalada. En la configuración de este escenario incidía el predominio estratégico que tenía para los partidos y movimientos del bloque conquistar algunos escaños en el Congreso, fundamentalmente en la Cámara de Diputados. La tendencia a privilegiar las parlamentarias -cuestión que incluso llegó llego a ser un factor de controversia en la relación del comando con los partidos en la recta final de la campaña- hoy se muestra clara y transparente: a mayor cantidad de escaños parlamentarios alcanzados, mayor capacidad para concentrar el predominio interno del bloque en el inicio del nuevo ciclo político este 19 de noviembre.
[cita tipo=»destaque»]Tal como ha manifestado Beatriz Sánchez, tanto sus votos como los obtenidos por las diversas candidaturas del Frente Amplio, no tienen “propiedad”. Nada más cierto, nada más responsable. Sin embargo, esto no significa renunciar a la conducción política del proceso de diálogo en tanto tercera fuerza política que ha recibido el apoyo de más de 1 millón 330 mil personas, las cuales, han depositado su confianza en Beatriz Sánchez y han adherido al proyecto frenteamplista.[/cita]
Antes de que este escenario decantara, la consecución de las primarias legales y el posterior debut electoral del Frente Amplio, permitió visibilizar por primera vez una correlación de fuerzas políticas inédita en la historia reciente del país. Mirado en retrospectiva, la autoexclusión del pacto gobernante de participar en las primarias presidenciales -punto de no retorno en el fraccionamiento de la centro-izquierda transicional- permitía evidenciar la disputa de dos proyectos políticos antagónicos, sin vasos comunicantes. El nuevo escenario no calzaba con los patrones adversariales reproducidos durante décadas por el reparto duopólico del poder en contextos electorales.
El 2 de julio, el Frente Amplio obtenía poco más de 327 mil votos; menos de un cuarto de la suma obtenida por sus adversarios en la derecha. La intelectualidad orgánica adscrita a la defensa del stato quo se apresuró en despreciar el caudal electoral obtenido por la coalición emergente, mientras en paralelo, la derecha instaló las bases para la construcción de su “nuevo relato”.
A punta de encuestas -hoy más que nunca, de dudosa reputación- la derecha fue instalando a nivel mediático la ‘atmosfera discursiva’ de que Sebastián Piñera tenía prácticamente asegurado su retorno a La Moneda. Incluso fue más allá. Dijeron que la sociedad chilena se había cansado de “proyectos refundacionalistas” que nos estaban conduciendo directo al despeñadero, justo cuando rozábamos el desarrollo. “Proyectos refundacionalistas”, miopes en sus diagnósticos, maximalistas en sus posturas, incompatibles con los deseos de nuestra sociedad meritocrática, nos decían.
Ya que estamos en tiempos de disculpas públicas por estimaciones imprecisas que terminan incidiendo en el resultado de una elección, bien valdría recordar in extenso la lectura otorgada por La Tercera a la última entrega del tristemente célebre “oráculo de la política chilena” publicada a fines de octubre: “La encuesta reciente del CEP parece confirmar la pérdida de apoyo de proyectos de refundación del modelo económico y social chileno, y que éste se ha volcado hacia propuestas que permitan al país retomar su camino al desarrollo. Mejores pensiones de vejez, calidad de las prestaciones en educación y salud, eficiencia en el combate a la delincuencia, son objetivos de importancia fundamental. Pero parece claro que la población entiende que todos estos bienes y servicios se logran en mejor forma con una economía funcionando bien, generando recursos fiscales, empleo y mejores remuneraciones”. ¿Cuál será la autocrítica que asumirá la línea editorial de La Tercera en vista a los últimos acontecimientos? Difícil saberlo.
Más allá de esto, lo que queda claro es que toda esta ‘atmósfera discursiva’ se derrumbó el domingo pasado, en gran medida, por la contundencia electoral mostrada por una coalición política que tiene menos de un año de existencia formal. El 20 + 20 + (1+19) alcanzado por el Frente Amplio (20 puntos en la presidencial, 20 escaños en la Cámara, 1 en el Senado y 19 Consejeros Regionales, respectivamente) tiene una significación similar a la que tiene en el juego del ajedrez el avance de un peón sobre la última línea de la retaguardia contraria. El peón, en su avanzada, termina transformándose en torre, aumentando de este modo sus potencialidades, capacidades y valoración en el marco de la disputa.
En efecto, el Frente Amplio que despertó el domingo 19 es radicalmente distinto al que se levantó el día 20. Por supuesto, aumento de poder y capacidad negociadora, significa a su vez aumento de presión a nivel interno. A comienzos de semana el contexto es favorable, ya que gran parte de la presión del sistema político se concentra en el principal perjudicado de la jornada, la DC, partido que el día 19 se acostó jibarizado y el día 20 lo hizo acéfalo.
Con todo, la tendencia a la fragmentación que presenta nuestro actual sistema de partidos -el cual, al igual que el resto del orbe, comienza a transitar de la moderación a la polarización- adviene en distintas modalidades, cuestión que también nos advierte sobre el ascenso de una extrema derecha que adquiere visibilidad a medida que también se aleja del mero marco testimonial.
En algunos organismos, la tendencia a la fragmentación es producto del agotamiento y envejecimiento. En otros, del surgimiento y el crecimiento. Este último caso, que es el del Frente Amplio, enfrenta su dilema más apremiante en su aún corta existencia: ¿cómo enfrentará el bloque el escenario de segunda vuelta?
Por ahora, lo más adecuado para el bloque sería comenzar a transparentar las distintas posiciones que existen en la interna del conglomerado, sin dejar de observar los procesos de consolidación hegemónica alcanzados por Revolución Democrática, seguido por el Partido Humanista y Movimiento Autonomista, sobre todo los dos primeros, que tienen asegurada su pervivencia partidaria tras los resultados electorales del domingo. Por supuesto, resulta imperativo para el Frente Amplio, entre otras cosas, abrir el debate a una sociedad que mayoritariamente sigue sintiéndose desencantada y hastiada de la política, además de elevar el nivel de la discusión, viabilizar su recepción en las “grandes audiencias”, evitar las descalificaciones cruzadas y actuar con responsabilidad.
Esto último, claro está, no significa ceder a la tentación de respaldar ciegamente al candidato de la Fuerza de la Mayoría a fin de “evitar el triunfo de la derecha”. Si Michelle Bachelet termina otorgándole por segunda vez la banda presidencial a Sebastián Piñera, es obvio que la exclusiva responsabilidad de concretarse un suceso como éste recae en el actual pacto gobernante, incapaz de cumplir los compromisos electorales que habían asumido al momento inventar el hoy extinto acuerdo político-programático denominado Nueva Mayoría. Piénsese en la deriva de sus tres reformas emblemáticas -tributaria, educacional y constitucional- para tomar nota de la gravedad del asunto.
Tal como ha manifestado Beatriz Sánchez, tanto sus votos como los obtenidos por las diversas candidaturas del Frente Amplio, no tienen “propiedad”. Nada más cierto, nada más responsable. Sin embargo, esto no significa renunciar a la conducción política del proceso de diálogo en tanto tercera fuerza política que ha recibido el apoyo de más de 1 millón 330 mil personas, las cuales, han depositado su confianza en Beatriz Sánchez y han adherido al proyecto frenteamplista.
Poner los puntos consustanciales del ‘Programa de Muchos’ en el centro de la opinión pública, pareciera ser uno de los desafíos cruciales en los días venideros, mientras en paralelo se descarta cualquier tentativa de conformar gobierno y negociar cargos a espaldas de los militantes, independientes y electorado frenteamplista. Gabriel Boric y varios/as diputados de la nueva bancada frenteamplista se han expresado algunos puntos programáticos con claridad: terminar con las AFP, Asamblea Constituyente, impuesto a los súper ricos, seguro único de salud que permita terminar con el negocio de las Isapres, descentralización regional efectiva, agua como bien público, entre otros.
Es de esperar que la fecha auto-impuesta por Beatriz Sánchez para comunicar la posición del Frente Amplio de cara a la segunda vuelta el próximo miércoles 29 de noviembre, permita resolver en buen término la posición unitaria que asumirá el bloque en la actual coyuntura electoral.
Para el Frente Amplio, el corto plazo es complejo.
El mediano plazo -aunque prometedor- lo será aún más.