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El aprendizaje de la filosofía como derecho (y no sólo privilegio) en el nuevo Currículum Nacional

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Mario Sobarzo
Por : Mario Sobarzo Doctor en Filosofía
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La comunidad filosófica nacional está en alerta. La nueva propuesta de bases curriculares para 3º y 4º medio, presentadas por la Unidad de Currículum y Evaluación del Ministerio de Educación, fueron rechazadas por segunda vez por el Consejo Nacional de Educación (CNED).

Para entender lo que significa dicha alerta hay que retornar al año 2016, cuando tras la filtración de una presentación se conoció que filosofía pasaba a ser una asignatura electiva en el nuevo currículum nacional. En la nueva modalidad curricular se volvía a incluir al sistema técnico profesional que pasaría de tener 4 asignaturas obligatorias con 14 horas en común con el resto del sistema (mayoritariamente representado por el científico humanista), a tener 19 horas y 11 asignaturas.

Lo complejo de esto es que la prueba de Selección Universitaria se hace apuntando fundamentalmente a lo que se enseña en la modalidad científico humanista. Debido a ello se acentúa la separación en los puntajes de la PSU entre los y las estudiantes que egresan de este sistema educativo versus los que lo hacen de la técnico profesional. Al igualar el currículum nacional y aumentar las horas comunes se igualan las condiciones de acceso a la educación superior, fundamento necesario de la política de gratuidad.

Por ello, el nuevo Currículum Nacional se construyó bajo un enfoque que privilegia lo integrativo entre las actuales asignaturas, pero, además, donde los contenidos, formas de trabajo y reflexiones éticas y políticas, que articulan los aprendizajes necesarios, son pensados como comunes a todos y todas las jóvenes de Chile.

En el nuevo modelo curricular, y debido a la demanda desde el mundo social, así como del institucional propio de la filosofía (ACHIF, REPROFICH, universidades formadoras de profesores, incluyendo el apoyo del Colegio de Profesores), filosofía quedó entre las asignaturas de carácter obligatorio, (re)incorporándose, gracias a ello, en la Educación Técnico Profesional. Éste fue un triunfo de la comunidad filosófica y una exigencia de la sociedad civil que no dejó nada contento a los gremios que se articulan detrás de esta modalidad educativa.

Aunque el interés por la educación técnico profesional ha sido una constante de los intereses empresariales en Chile con proyectos emblemáticos (como el de la familia Matte), no es sino hasta los años 80, que se inicia un proceso de colonización del sistema por parte de nuevos grupos empresariales, que incluyeron hasta a la Cámara de la Producción y del Comercio (CPC). Es más, de aquella época data el virtual regalo del Instituto Nacional de Capacitación a la Corporación Nacional Privada de Desarrollo Social de dicha institución (CPC).

[cita tipo=»destaque»]Hoy, más de un año después que la filosofía tuvo que ser incorporada en el proyecto de bases curriculares, por exigencia social, nuevamente corre peligro. El Consejo Nacional de Educación (una institución representativa de la vieja correlación de fuerzas entre la UDI – Renovación Nacional, por una parte; la vieja Concertación, por la otra), volvió a impugnar la propuesta curricular apelando a la excesiva cantidad de asignaturas. [/cita]

Éste proceso de desposesión de la educación técnico profesional desde el Estado y su conversión en negocio en todos sus niveles educativos: educación escolar, educación técnico profesional y formación técnica (CFT), si bien se inicia en los 80, no termina ahí. Cabe recordar que esta última modalidad (CFT) fue creada en dictadura, como un modo de capitalizar la destrucción del sistema de escuelas técnicas y procesos de certificación laboral que poseía el Ministerio de Educación hasta el año 1973.

El cierre de este infausto proceso se completa en democracia, durante el gobierno de Ricardo Lagos y mientras era ministra de educación Mariana Aylwin. El currículum para la educación técnico profesional fue dictado, literalmente, por los gremios empresariales y los intereses privados, ligados a la educación técnico profesional. Se señaló como argumento para cercenar la filosofía y la formación humanista y artística, en forma importante, que se necesitaban más horas de formación en el ámbito técnico. Se necesitaban técnicos que tuvieran más horas de trabajo en su formación escolar.

Éste proceso corrió en paralelo a la expansión de la matrícula y, por ende, un suculento negocio, mediante los Centros de Formación Técnica y los Institutos Profesionales. Un negocio (nec otium = sin ocio) para el que la filosofía no sólo resulta irrelevante, sino, además, contraproducente. El ejercicio del ocio, esa condición inherentemente creadora del tiempo, de quienes son libres, enseñada a quienes no lo son, es un error que ningún empresario educacional puede tolerar.

Con la implementación del nuevo currículum desde el 2001 en adelante, la filosofía, literalmente se extinguió de la educación para adultos y de la educación técnico profesional. Aunque algunas escuelas y liceos decidieron mantener algunos cursos de ética, estos casi siempre están orientados por criterios evangelizadores, más que reflexivos. Por ello no resulta extraño que en DUOC UC hasta el día de hoy existan cursos de doctrina religiosa cristiana, que son parte de la malla obligatoria para sus carreras profesionales.

Una mirada, construida desde los intereses de sostenedores poderosos, ve a la filosofía como algo superfluo, mientras, por otra parte, la religión es algo necesario. Sin embargo, esto es raro. Le falta el sujeto para quien la filosofía no es necesaria.

Sabemos, sin duda, que los gremios empresariales no consideran a la filosofía algo superfluo, pues los colegios particulares en que van sus hijos e hijas, muchas veces, tienen la asignatura, incluso, desde la enseñanza básica. De este modo hay que rectificar la frase: la filosofía es superflua en las escuelas que se sostienen con su caridad y/o con los recursos que el Estado aporta para educar a las y los jóvenes pobres; es decir, la educación técnico profesional.

Hoy, más de un año después que la filosofía tuvo que ser incorporada en el proyecto de bases curriculares, por exigencia social, nuevamente corre peligro. El Consejo Nacional de Educación (una institución representativa de la vieja correlación de fuerzas entre la UDI – Renovación Nacional, por una parte; la vieja Concertación, por la otra), volvió a impugnar la propuesta curricular apelando a la excesiva cantidad de asignaturas. Una parte importante de la comunidad educativa nacional ha tendido a interpretar que se están refiriendo a la filosofía… esa actividad superflua para los técnicos que el “país necesita”.

La filosofía como asignatura del currículum nacional es connatural a nuestra República. Sin embargo, hasta la década de los años 60 era, como lo señala Marcela Gaete, un tema para hombres, blancos y de élite, pues sólo existía en el sistema científico humanista, en la modalidad masculina. Es decir, el lugar exacto en que se formaban los hombres que heredarían la administración y la propiedad en dicha República. Pero desde esos años (‘60) en adelante, la filosofía también llegó a “las otras” y a los pobres. Siempre insuficientemente, sin duda, pero empezó a avanzar por esos derroteros. La filosofía como algo necesario de aprender y desarrollar por “todas” (necesario, pues cuando se usaba el masculino era literal) y también por esos “otros”, los jóvenes pobres, que también parecían tener uso de razón, y no sólo eran adiestrados para el trabajo.

Lo que expresó la sociedad civil por medio de cartas, debates televisivos, e incluso, acciones en el espacio público, defendiendo la existencia de la filosofía en el currículum obligatorio nacional, el año 2016, expresa este deseo de participar de un conocimiento y una forma de comprensión del mundo que es tan inherentemente humana que incluso (y por lo mismo), tiene que ser considerada un derecho. Es el único modo en que nuestra educación puede avanzar desde una concepción puramente utilitaria, en términos económicos, de los y las jóvenes que se forman en el sistema técnico profesional hacia una concepción de ellos y ellas ante todo como ciudadanos y ciudadanas, pero, fundamentalmente, seres humanos con los mismos derechos.

Cuando más de la mitad de la sociedad chilena quiere seguir avanzando en reformas que construyan igualdad, reivindicar el aprendizaje de la filosofía en el sistema escolar como un derecho, se alinea con esta exigencia democrática mayoritaria. Es de esperar que las autoridades técnicas del CNED, que se encuentran ahí por decisión de ese sistema democrático, no lo olviden.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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