Publicidad

Fugas


Contar esta historia es contar parte de la historia, de la historia de un país, de una generación y sus opciones desde el Golpe del ’73  (y antes) hasta el triunfo de Piñera en 2017.

Son 44 años que no nos pasaron en vano.

Nací en 1955 en Santiago de Chile, hijo de la elite comunista, hijo de judíos ateos y marxistas que gozaban de toda la confianza de la dirección del  PC chileno.

En el departamento donde nací en la calle Portugal se reunía de manera clandestina la Comisión  Política del PC, en esos tiempos ilegal.  Yo era un bebé que intentaban hacer dormir, mientras los serios compañeros (no había mujeres en esa Comisión Política), decidían qué hacer en esas adversas circunstancias.

En 1958 el PC volvió al ruedo democrático,  luego de la derogación de la llamada Ley Maldita, que había puesto a los comunistas fuera de la legalidad.

Y pronto ya viviríamos en Ñuñoa. A mis progenitores les estaba yendo bien con negocios de abarrotes en La Vega. Nada de meritocracia,  pues no alcanzaron estudios universitarios, sino simple ojo comercial y trabajo duro. Se levantaban a las seis de la mañana para dirigirse a atender en La Vega, y volvían a casa tipo seis de la tarde.

¿Volvían a casa? En realidad volvían a “militar”. Comenzaba el trabajo político segundo a segundo, minuto a minuto, hora a hora. Terminan sus reuniones, sus “salidas a terreno”, cerca de la medianoche. Y los domingos que no se abría en La Vega y yo, con 10 años o algo más, oía temprano el golpe en el patio de la ruma amarrada del diario “El Siglo”. Tomábamos desayuno y Lily y Cecilio, mis progenitores, partían juntos a sus compañer@s a distribuirlo por el barrio.

Vivíamos en una linda casa. 168 mts2 en la calle Juan Moya al lado del Parque Juan XXIII (“nos vamos ‘al Juan’”, como le dicen l@s jóvenes ñuñoinos, donde lo pasan bomba, se imaginarán). Nos atendían al núcleo familiar (cinco personas, incluidos mis herman@s Jenny y Moisés), una cocinera y una “niña de mano”, ambas “puertas adentro”. Puro socialismo e igualdad.

Me rebelé de una manera muy extraña. Primero quise entrar a las JJCC a los 15 años. Mi padre dijo NO: “Ser comunista es un compromiso para  toda la vida, no tienes aún edad para decidir eso”.  Por supuesto que no le  hice caso y entré a las JJCC en el Instituto Nacional, donde cursaba la secundaria. A poca andar “la Jota” se congeló, había “una penetración China”, nos dijeron los mandamases.” ¿Qué tiene que ver Mao con lo que está pasando en Chile?”, pregunté al compañero que era mi jefe. “No sabemos, estamos averiguando”, me contestó. La locura total y quedé boteando.

A la sazón, en 1971, en plena UP en tercero medio conocí a mi nuevo profesor de filosofía, quien se parecía a Groucho Marx. Brillante a mis ojos. Era militante de la recién creada Izquierda Cristiana (IC), desprendida de la DC. Y me fui  tras sus ideas e ingresé a la IC. En  casa quedó la cagada, se pueden imaginar. ¿Qué hacía un judío hijo de comunistas históricos en la IC? (mi abuela materna fue bolchevique). Fue mi primera fuga. Vendrían otras.

[cita tipo=»destaque»]Hablo de la primera mitad de los ’90. Y allí ya estaba la  corrupción de los primeros gobiernos de la Concertación: INDAP, ENAMI y el Ministerio de Minería. Me rebelaba. Me decían: “No agites las aguas, no le cuentes al jefe”.[/cita]

Vino el Golpe y todo lo que ya conocemos. Estudiaba economía y en esos primeros años de la dictadura no había otra orgánica potente y disciplinada en la izquierda universitaria que no fuera la JJCC. Esta no fue una fuga, sino una vuelta al origen. Volvía al redil para luchar contra el tirano y ahí me mantuve hasta que egresé en 1979.

Después al “Partido”, a una comisión de economistas donde estaban Nicolás Eyzaguirre y Hernán Durán (hermano de Luisa, esposa de Lagos Escobar). Asesorábamos a dirigentes sindicales y sindicatos de base sobre la política económica de la dictadura, y discutíamos sobre la crisis internacional y su impacto económico en Chile.

Entonces, en ese ambiente enrarecido de 1982, decidí mi segunda fuga. Me iría a doctorar en economía a Canadá. El PC me dijo que NO, que debía quedarme a luchar en Chile. Me resistí y dije: “Sé que no soy un exiliado, me voy a preparar mejor para contribuir a una opción contra los Chicago Boys”.  NO me dijeron,  más de algun@ que hoy es neoliberal. Y partí a Toronto.

Me perdí, en consecuencia, lo mejor de la lucha contra la dictadura. Ya saben, 1982-1985. Leía los diarios chilenos en un café del centro de la ciudad, y no lo podía creer. Había luchado años en Chile, y ahora que estaba afuera “quemaban las papas”. Vino lo que tod@s conocemos. Regresé en agosto de 1985.

El mes de Acuerdo Nacional, tiempos de división en el PC entre quienes empujaban la política de Rebelión Popular  de Masas y la lucha armada (el FPMR), y quienes todavía creían en un acuerdo amplio y pacífico con otras fuerzas de oposición (al estilo de los antiguos Frentes Populares, ya fenecidos). Estaba la zorra en el PC, en verdad. La tensión flotaba en el aire en cada encuentro informal de comunistas al que asistí en esa época, se tratara de amig@s o familiares.

Y me quedé boteando de nuevo. La división en 1987 entre el PC y su “Frente Partido” y el “Frente Autónomo” demostraría que no era un juego ni mucho menos. La más seria división del PC en su historia chilena.

El correlato en la sociedad toda era el giro de buena parte de la dirigencia opositora, la mayoría en verdad, hacia el neoliberalismo, desde socialistas a democratacristianos (formarían lo que llegó a llamarse “el Partido del Orden”, el núcleo duro de la elite concertacionista).

Lo pude comprobar en CIEPLAN, donde antes de partir a Canadá en 1982, había trabajado tres años (1979-1981). Me invitaban ya de vuelta en Chile a sus actividades públicas. Ahí estaban en torno al año 1990 Rolf Lüders y Patricia Matte, y otr@s más, socialistas algunos, escuchando a Rudiger Dornbusch (un ex Chicago Boy, a quien yo había escuchado en una charla en Toronto, y mis profesores de esa línea de la University of Toronto, se referían con un: “We lost him”). O bien fui testigo en CIEPLAN de discusiones sobre políticas sociales (“públicas”, les llaman ahora) donde se mezclaban economistas opositores y partidarios de Pinochet. Fue un shock.

Luego, años después, en el 2000, Alejandro Foxley admitiría en una entrevista que el modelo económico de Pinochet era en esencia el correcto, un adelanto a lo que vendría a nivel mundial. Eso dijo después el primer Ministro de Hacienda de la Concertación, contra todo lo que le escuché día a día en CIEPLAN entre 1979 y 1981. Vale pena citar a Foxley in extenso:

“Pinochet realizó una transformación, sobre todo en la economía chilena, la más importante que ha habido en este siglo. Tuvo el mérito de anticiparse al proceso de globalización que ocurrió una década después, al cual están tratando de encaramarse todos los países del mundo. Hay que reconocer su capacidad visionaria y la del equipo de economistas que entró en ese gobierno el año 73, con Sergio de Castro a la cabeza, en forma modesta y en cargos secundarios, pero que fueron capaces de persuadir a un gobierno militar -que creía en la planificación, en el control estatal  y en la verticalidad de las decisiones- de que había que abrir la economía al mundo, descentralizar, desregular, etc. Esa es una contribución histórica que va a perdurar por muchas décadas en Chile y que, quienes fuimos críticos de algunos aspectos de ese proceso en su momento, hoy lo reconocemos como un proceso de importancia histórica para Chile, que ha terminado siendo aceptado prácticamente por todos los sectores. Además, ha pasado el test de lo que significa hacer historia, pues terminó cambiando el modo de vida de todos los chilenos, para bien, no para mal. Eso es lo que yo creo, y eso sitúa a Pinochet en la historia de Chile en un alto lugar. Su drama personal es que, por las crueldades que se cometieron en materia de derechos humanos en ese período, esa contribución a la historia ha estado permanentemente ensombrecida” (Cosas; 5-5-2000, véase «La única y terrible retroexcavadora«, citado por Felipe Portales).

Y  entonces me dije: retorna al origen, no al judío ni comunista, sino a la literatura, a la que has amado desde los 14 años. Y comencé a escribir siendo un neófito en estos pagos. Me sentía seguro como economista, pero ya no me interesaba. Y  le di con todo a la novela, el cuento, el ensayo, y a formarme académicamente en literatura. Tercera fuga.

Al unísono trabajé en el Estado (ODEPA del Ministerio de Agricultura, COCHILCO), sin militar en ningún partido, solo como profesional. Hablo de la primera mitad de los ’90. Y allí ya estaba la  corrupción de los primeros gobiernos de la Concertación: INDAP, ENAMI y el Ministerio de Minería. Me rebelaba. Me decían: “No agites las aguas, no le cuentes al jefe”.

Renuncié en agosto de 1995. Además la literatura ya me había invadido. Y una amiga sabia me dijo, meses antes de esta abdicación, en el muelle del puerto de Valparaíso, a las cinco de la mañana: “Si no haces el giro te convertirás en un cínico”.

Veinte años después todo explotó, lo que ya se venía cocinando a fuego lento.

Y aquí estamos con la derecha y la extrema derecha de nuevo en el poder.

En el camino las cúpulas y operadores políticos de la Concertación y la Nueva Mayoría relajaron sus ideales, si no los perdieron por completo. L@s votantes de Guiller y Goic, cerca de un 30% de quienes fueron a las urnas en primera vuelta, son harina de otro costal. Ell@s verán qué hacer hacia delante luego del auto-entierro a que sus dirigentes los condujeron.

Espero que el Frente Amplio (FA) restituya los ideales, con su propuesta de país y opción de poder.

Y para cerrar, contrariamente a lo que dice la Presidenta Bachelet, en el FA habemos much@s que no somos “hij@s de…”.

Al menos quien escribe estas líneas se siente heredero de Lucy Steinberg Goldstein, mi abuela bolchevique.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias