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En defensa de la filosofía

Por: Mauricio de Gilbert


Señor Director:

Según las últimas noticias que he leído y escuchado por los medios de comunicación virtualizados, se han generado nuevos reglamentos en el ministerio de educación, que limitan el aprendizaje y la reflexión de la filosofía, además otros conocimientos, en los liceos secundarios de nuestro país. Lo cual lo encuentro un error, grave debo agregar, cuando en los discursos políticos, jurídicos y legislativos, se escucha decir, una y otra vez, que el «progreso» y «desarrollo» de un país, no consiste solo en el crecimiento económico, sino también en aquello que no se puede comprar, con todo el dinero del mundo, y que son las preguntas que acompañan nuestra condición de ser-humano. Que de alguna manera metafísica se encarna en nosotros como trascendentes, esenciales, aunque solo sea como preguntas metafísicas, pero de la cual nuestra especie no puede desprenderse, menos con un decreto, aunque quiera. Crecer, progresar, desarrollarse, y luego la pregunta: ¿y luego qué?, ¿qué sentido o significado, aunque sea ilusorio, tiene toda esa acumulación en definitiva, sino es aquello que, muchas veces, tristemente yace en nuestra existencia, de modo palpitante y sin repuesta, ¿y luego qué?. Tal vez si nuestra ciencia pudiera ya contestar, con sus cyborg, posthumanos y singularidades simuladas, la respuesta de la muerte, el panorama sería diferente, sin embargo, y provisoriamente, las palabras del filósofo martin heidegger debería resonar con más fuerza que nunca para los que amamos este saber: La filosofía es una de las pocas necesidades y a veces necesidades autónomas y creadoras de la experiencia histórica humana.

Un epígrafe de Diógenes Laercio sintetiza el papel de la filosofía en una sociedad o sistemas social y para la existencia singular nuestra inscrita en ellas, se refiere a Platón, tal vez el más grande de los que han filosofado entre nuestra especie, que dice: ¿Cómo habría podido curar Febo el alma humana sin engendrar en la Hélade a Platón, hijo de Poseidón. Pues como su hijo Asclepio es médico del cuerpo, así del alma inmortal lo es Platón.

Cómo, me pregunto yo, cuando por un lado se dice que se desea afianzar la condición frágil humana, en medio del crecimiento, el progreso y el desarrollo económico, por otro se quita uno de los fármacos predilectos de la(s) humanidad(es), para quitar(se) los dolores y enfermedades del alma, que a lo mejor son metafísicas, pero precisamente por ello. Desgraciadamente pareciera que ya no queda en nuestros gobernantes ni un pan que rebanar.

Mauricio de Gilbert

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