Desde las últimas elecciones presidenciales norteamericanas de 2016 el tema de la seguridad cibernética e injerencia en asuntos domésticos por actores externos se ha popularizado. Esta injerencia es realizada a través de herramientas cibernéticas y campañas mediáticas que tienen como objetivo influir en la opinión pública local, estrategia que fue bautizada como “sharp power” por los autores Christopher Walker y Jessica Ludwig, del thinktank estadounidense National Endowment for Democracy, y puede ser traducida como «poder agudo o penetrante».
El concepto de “sharp power” fue endosado por el conocido científico norteamericano Josehp Nye en un reciente artículo publicado en la revista ForeignAffairs, titulado «How Sharp Power Threatens Soft Power». Josepeh Nye es autor de los conceptos de “hard power” (poder basado en la coerción, en gran parte en función de su fuerza militar o económica) y “soft power” (en contraste, basado en la atracción, resultante del aspecto cultural, de los ideales políticos y de las políticas de un país) y defiende que existe, actualmente, una guerra de información llevada a cabo por regímenes autoritarios, particularmente China y Rusia, países que «gastan decenas de miles de millones de dólares para moldear las percepciones del público y el comportamiento de las personas alrededor del mundo», diseminando información maliciosa a escala global con finalidad política.
De acuerdo con Nye, el ejemplo más reciente del uso de la sharp power ocurrió en las elecciones presidenciales estadounidenses de 2016, vencidas por el republicano Donald Trump. Durante la campaña, circularon noticias falsas, siendo su autoría atribuida a sitios vinculados al gobierno ruso. Estas informaciones circularon ampliamente en las redes sociales, influenciando el debate político en favor de Trump.
Según un informe publicado en enero de 2017 por la Comunidad de Inteligencia de los EEUU, el presidente ruso, Vladimir Putin, encargó una campaña de influencia en 2016 destinada impactar las elecciones presidenciales de Estados Unidos. El informe señala que los objetivos de Rusia fueron perjudicar la fe pública en el proceso democrático de Estados Unidos, denigrar a la Secretaria de Estado Hilary Clinton y perjudicar su elección y potencial presidencia.
Aún según el informe, la campaña de influencia de Moscú combinó operaciones de inteligencia secretas, como la actividad cibernética, con los esfuerzos públicos de agencias del gobierno ruso, de los medios de comunicación financiados por el Estado y usuarios pagados de redes sociales, conocidos como «trolls».
A pesar de la popularización de esta temática y de la reciente teorización del concepto de sharp power, como nos recuerda Nye, la manipulación de ideas, percepciones políticas y procesos electorales tiene una larga historia. Sin embargo, la diferencia se encuentra no en su formato, sino en la velocidad con que estas informaciones pueden extenderse en la actualidad, además del bajo costo para hacerlo.
[cita tipo=»destaque»]Controversias aparte, si en el pasado los ataques cibernéticos eran dirigidos principalmente a la recolección de información y el espionaje, así como perjudicar sistemas de informacionales, existe ahora un fenómeno en el que la guerra cibernética se ocupa de adquirir recursos de información que puedan ser usados y divulgados en momentos considerados estratégicos por los actores.[/cita]
Recientemente el director nacional de los servicios secretos norteamericanos, Dan Coats, destacó la continuación de las actividades cibernéticas conducidas por Rusia, Corea Del Norte, China e Irán, y advirtió que «Estados Unidos está bajo ataque», dirigidos por entidades que están usando el poder cibernético para penetrar prácticamente todas las acciones importantes que ocurren en los Estados Unidos. Dan Coats, el director de la CIA, Mike Pompeo, y el jefe de la Agencia de Seguridad Nacional, Mike Rogers, confirmaron la actividad de influencia rusa con miras a las elecciones norteamericanas de 2018.
Esta «guerra no observable» que está en curso actualmente es el resultado de las tensiones entre Rusia y EEUU, una guerra cibernética, que va más allá de las actividades en curso de recolección de informaciones y espionaje. Una de sus consecuencias más dañinas es la inseguridad a la que se expone el proceso democrático a través de la difusión tendenciosa de materiales, que tienen el potencial de afectar los patrones de votación nacionales e influir en el escenario político nacional.
A diferencia de las guerras tradicionales, los actuales ataques cibernéticos ocurren en tiempos habituales, lo que impone un desafío a los sistemas de seguridad estatales, que normalmente se movilizan en tiempos de emergencia y riesgos de conflictos armados. Sin embargo, hay también cuestionamientos sobre la aplicación del término «guerra» para estos eventos. Algunos estudiosos, como Thomas Rid, argumentan que, para que un ataque cibernético pueda ser calificado como un acto de guerra, necesitaría ser físicamente violento o al menos tener el potencial de causar daños físicos.
Controversias aparte, si en el pasado los ataques cibernéticos eran dirigidos principalmente a la recolección de información y el espionaje, así como perjudicar sistemas de informacionales, existe ahora un fenómeno en el que la guerra cibernética se ocupa de adquirir recursos de información que puedan ser usados y divulgados en momentos considerados estratégicos por los actores. Esta reconfiguración de la amenaza cibernética nos lleva a un nuevo concepto de ejercicio de poder adoptado frecuentemente por los regímenes autoritarios, un concepto cuyos atributos clave son la censura, la manipulación y la distracción, en lugar de la persuasión y la atracción del soft power.