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Cuba o la “isla del sexo” Opinión

Cuba o la “isla del sexo”

Arturo Fontaine
Por : Arturo Fontaine Universidad Adolfo Ibáñez y Universidad de Chile.
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Este es un libro de conversaciones que se suceden con fluidez, agudeza y ritmo cubano. El interés casi nunca decae. Pato Fernández vive en un país que disfruta de esos tiempos de “pereza de la maldad” de que habla Arenas y es aquí y en Cuba un observador con ojo de lince. Sabe, aunque quisiera no saber. Vio y quisiera no haber visto. Sin embargo, escribió lo que vio. Su libro por eso vale más.


“Es la cuestión de la torre de Babel, que se construyó a espaldas de  Dios, no por alcanzar el cielo desde la tierra, sino por bajar a la tierra el cielo”.

Fedor Dostoiveski, Los Hermanos Karamazov.

Los que no hemos estado en Cuba sentimos en la piel lo que nos hemos perdido. Eso me  pasa mientra leo el libro de Patricio Fernández, lo que quiere decir que estamos ante un escritor de veras. Amor por el pueblo cubano, fascinación por las cubanas, simpatía con los ideales de la Revolución, el impacto de Obama y los Rolling Stones, una interpretación sobre quién fue Fidel Castro y un relato descarnado de las miserias de la vida real y cotidiana en la isla.

Todo eso y más hay en Cuba, viaje al fin de la revolución (Debate, 2018), una crónica informada, entretenida e inteligente que se basa en una multitud de prolongadas visitas que hizo Patricio Fernández, el fundador y director del semanario The Clinic, a la isla caribeña  entre los años 1992 y 2018. A Pato Fernández lo que ve no le gusta, sabe que está ante un fracaso monumental, pero, a la vez, no descarta del todo la posibilidad de que los “militares a cargo del aparato productivo consigan por fin que sus industrias rindan frutos y estos se distribuyan equitativamente entre ciudadanos cada vez más participativos”. (P. 406) De alguna manera conviven en nuestro narrador la constatación de que “el hombre no es como los socialistas quisieran” (P. 407) con la esperanza de que Cuba no se transforme en una sociedad capitalista más. Afirma: “Quizás no exista un mejor lugar en el mundo para los pobres”. (P. 406) Pero el libro mismo no alimenta esa esperanza.

“ ‘Como no hay toallas higiénicas —me contó Maryori—, para la menstruación recortamos las sábanas viejas y las doblamos como servilletas, pero lo peor es lavarlas para reusarlas, porque no te creas que sobran las sábanas viejas’. No había papel higiénico y en su lugar se usaban los periódicos, las revistas y los libros. Era imposible encontrar pollo, carne o pescado … era tanta la falta de alimentos que hasta los ratones desaparecieron. A los gatos los pescaban con anzuelos y carnadas, y como por lo general se hallaban en los techos, este oficio  fue  bautizado como “pesca de altura”. Apareció el jamón de perro. Adentro, en las tinas de los baños, la gente criaba animales para comérselos.” (P.27)

Así Kenia Rojas comenzó a criar cerdos apretujados en el lavadero del departamento. La prosa de Fernández logra en este pasaje una calidad extraordinaria gracias a su fría y convincente precisión quirúrgica. El problema mayor fue el mal olor sino las molestias de los vecinos por   los desesperados quejidos de los cerdos —“una mujel… alegó que la hacían llolal”— y la consiguiente visita del Comité de Defensa de la Revolución. La solución fue “el silenciador de cerdos”, un cirujano que por treinta dólares les extirpa las cuerdas vocales. Lo peor no eran los gritos y la sangre del chancho durante la operación sino después “cuando intenta gritar y no puede, y lo ves llorar con lágrimas en los ojos”. (P. 100)

Esto ocurría después del derrumbe de la Unión Soviética, cuyos subsidios apuntalaban la pobre economía cubana. Las cosas mejoraron, como se sabe, cuando, por una parte, Cuba le abrió las puertas al capitalismo hotelero y empezaron a llegar por miles y miles los turistas europeos y, por otra, la Venezuela de Chávez reemplazó a Moscú y empezó a subsidiar a Cuba. La isla necesita ser subsidiada. Entre tanto, Kenia Rojas sigue criando chanchos silenciados adentro de su departamento veinte años después.

Maryori es una hija de la casa en la que se está quedando Pato a la que besa — beso que ella recibe con liviandad, con distracción— pero después le dice: “¿Y quieres dolmil solo?”. A los pocos días de amor, Pato le dice “Me voy, pero te volveré a buscar.” Ella le dice: “No te olvides de mí”. Entonces me saqué el reloj de la pulsera y se lo di. “Para que calcules cuánto tardo en regresar”, le dije. Y no creo estar mintiendo si aseguro que al cerrar la puerta la escuché llorar…” (P. 32) Ella tenía 18 y él, entonces, 20.

Sigo leyendo y subrayando.

Arturo: “Otro de los milagros del socialismo es haber conseguido que un Lada de 1975 cueste hoy quince mil dólares, cuando al poco tiempo de su fabricación se vendían por una quinta parte.” (P. 78)

El narrador: “Agarrarse a besos y manosearse en la parte de atrás de una carcacha puede ser incluso más fascinante que en la parte de atrás de un auto deportivo último modelo… te aseguro que el auto no importa nada. Pero todo el sueño neoliberal que habitamos nosotros apunta al auto”.(P. 117)

Sin embargo, Gerardo opina lo contrario.

Gerardo: “A mí me gusta Cuba, Patico. … Me divierto con los amigos, mis hijos tienen educación y salud, y si las cosas cambian sólo espero que sea para mejor. Porque también  son muchas las cosas que pueden echarse a perder si llegan los americanos con sus maletas llenas de dólares. Te pongo sólo un ejemplo: ¿tú piensas que alguna hembra se subirá a este carro si un yuma le toca la bocina desde algún deportivo del año? ¿Qué tú crees?” (P.275)

El narrador: “El asunto es que harto de aguardar, al cabo de una hora y media, desatendiendo los consejos de mi paciente antecesor, abandoné mi puesto en la cola. Al bajar la escalera que separa el parquecito de la calle, un revendedor me dijo: ‘¿quieres una tarjeta?’ La compré de inmediato.” Pagando un 50 por ciento más se consiguen tarjetas para acceder a internet sin hacer la cola. El mercado negro brota por todas partes y saca de apuros.

¿Y los logros en educación y salud? Bueno, la educación y la salud también son gratis en países capitalistas como Canadá o Suecia. La socialdemocracia es una variante del sistema capitalista que financia esos servicios gravando los salarios con altos impuestos. Pero ¿cuán buena será la educación cubana? Como Cuba no participa en las pruebas PISA, no lo sabemos. Lo que sí sabemos es que empiezan a aparecer “círculos” de enseñanza escolar pagada. Los niños usan uniforme y aprenden inglés. (P. 268-269)

“De la isla de la Revolución a la isla del sexo”

El narrador: “Cuba ya no es tanto la isla de la revolución como la isla del sexo. Para las nuevas generaciones, el socialismo no es más que una monserga gastada… el erotismo, en cambio,  se respira por todas partes”. (P.82) Pero a poco andar aparece el lado oscuro de esa alegría: el cobro. No se trata de prostitutas profesionales, como las que existen en todo el mundo. Es un fenómeno mucho más generalizado. “Gerardo me dijo un día: ‘yo no confío ni en mi madre ni  en mi esposa ni en mi hija’. Es frecuente que los jóvenes oferten a sus novias y que las madres consientan que sus hijas se prostituyan.” (P. 83) Un llamado telefónico de Pato para averiguar  el horario de un tren se traduce en un coqueteo con la funcionaria, Nidia, se intercambian números, ella llama al extranjero que todavía no ha visto, salen a comer. Eso ya es una recompensa, pues paga él. Nidia: ‘Pagan tan poco que ni para las celvezas alcanza.

Veinticinco dólares al mes. Date cuenta. …Después salgo en la tahde, busco un extranjero y a diveltihnos.” (P.155) Le dice a Pato: “Aquí estoy conversando contigo y de ti no sacaré un CUC (moneda convertible a dólares). Claro que si después de la entrevista pasamos al arroz con manteca…” (P.159) Habla de que si algún italiano se lo ofreciera, se iría con él. “…No es que desee su vida: lo describe como un boleto de salida al mundo”, comenta nuestro narrador.(P. 155). De modo que el objetivo último es seducir al extranjero y casarse para poder huir.

Me tocó conocer a una cubana que dio con ese italiano, un amigo mío, un tipo aficionado a bailar, inteligente, simpático, vital y como treinta años mayor que ella. Mi amigo italiano se enamoró, se casó y sacó a la cubana de Cuba. Visto desde afuera lo que ella buscaba era claro como el agua, pero mi amigo sentía que ambos estaban profundamente enamorados. Apenas ella obtuvo la nacionalidad italiana, se divorció y voló a Estados Unidos.

“Por la encendida calle antillana

Va Tembandumba de la Quimbamba

—Rumba, macumba, candombe, bámbula—…”

El gran poema de Palés Matos habla de la sensualidad antillana. Pero eso nada tiene que ver con la prostitución de esa sensualidad que es lo que se vive en Cuba. Sensualidad hay  también en Puerto Rico y en la Cuba de Miami, pero genuina. Nuestro autor piensa “en África salvaje”, en el catolicismo que “nunca se impusiera sobre la santería… para concluir que aquí “no se hace el amor como en el resto de los países occidentales, un amor vinculado a ideas y compromisos, sino uno más parecido a la savia de los árboles”… (P. 82) Pero no es la cultura sino el sistema el que empuja a las mujeres a denigrarse. Porque dicho sin subterfugios, de  eso se trata, al fin.Y algo análogo ocurre con la prostitución masculina del cual este libro no dice nada. La masiva prostitución cubana es el resultado del socialismo cubano. ¿Sólo cubano? Cuando estuve en la Unión Soviética me tocó ver un fenómeno no tan exagerado, pero hasta cierto punto parecido, las jóvenes aglomeradas a la entrada de los hoteles abordando a los extranjeros con engañosa fascinación… Y, por ejemplo, Jorge Edwards, en Esclavos de la consigna, sus entretenidísimas e iluminadoras Memorias II, recién aparecidas, (Lumen, 2018), conoce en Praga a una checa “joven, más bien robusta, bonita, que parecía seducida de antemano con todo lo que llevaba del mundo exterior, que subió conmigo a mi habitación del ex José Stalin sin mayor problema, y que también resultó, a su amable manera, adoradora de la moneda del enemigo norteamericano”. (P.228)

Escribe nuestro narrador: “Hay un silencio incómodo al fondo de la alegría cubana”. (P.398) Y con razón.

Noto una omisión en estas crónicas que a un chileno como yo le duele. Como informó el   propio semanario The Clinic (16 /4/10), Tito Baudrand, un chileno, gerente la empresa Río Zaza, de propiedad de otro chileno, Max Marambio, muere en La Habana en abril del 2010. Estaba con orden de arraigo por “presuntas irregularidades y violaciones de las leyes vigentes” cometidas por los directivos de esta empresa de alimentos asociada al Estado cubano. Marambio, teniente coronel de Fuerzas Especiales, muy cercano a Fidel Castro, y entrevistado largamente en el libro, cae en desgracia cuando Raúl Castro toma el poder. Baudrand fue sometido a una seguidilla de interrogatorios policiales y murió después de uno de ellos en su casa, de un ataque cardíaco. El asunto merecía, creo, alguna indagación.

Grillo:”La disidencia no ha conseguido seducir a la población, porque apuntan todo su reclamo al tema de los derechos humanos, y eso no es lo que le importa a la gente. Acá todos están preocupados de la escasez.” (P.242)

La prensa no reportea sino que sirve para transmitir boletines y mensajes de un Gobierno que clausura sistemáticamente medios online. Por ejemplo, El Estornudo14yMedioDiario de CubaCiberCubaCafé Fuerte. Pero a casi nadie le interesan esos problemas. Lo primero es sobrevivir. Y eso se logra gracias al maldito mercado que el socialismo reprime, pero no logra abolir.

Esa “propensión a trocar,  a permutar y cambiar una cosa por otra” —las palabras son de  Adam Smith— es poderosa. “El hombre… está casi permanentemente necesitado de la ayuda de sus semejantes, y le resultará inútil esperarla exclusivamente de su benevolencia. Es más probable que la consiga si puede conseguir en su favor el propio interés de los demás , y mostrarles que el actuar según él demanda redundará en beneficio de ellos. Esto es lo que propone quien ofrece a otro un trato: dame esto que deseo y obtendrás esto otro que deseas tú”. (La riqueza de las naciones, P.398) Cuba socialista confirma en Cuba la validez de Adam Smith. “Pretendieron ser más justos y mejores que el resto,”, escribe Fernández, “ y han terminando ‘resolviendo’ la existencia ‘por la izquierda’, como dicen ellos. Muy pocos viven de su trabajo y son muchísimos los que roban para subsistir. El camionero estatal roba el petróleo de su camión y lo vende, el albañil estatal roba el cemento y lo vende, el carnicero la carne y así sucesivamente, de modo que fuera de los márgenes del socialismo habita una economía desregulada”. (P. 308) A esta fuerza del mercado apuntó Foucault al afirmar: “Estos mecanismos inteligibles y necesarios… pueden ser contrariados, enturbiados, obscurecidos pero de todas maneras no podrán evitarse, no será posible suspenderlos total y definitivamente. De uno u otro modo reaparecerán en la práctica gubernamental”. (El Nacimiento de la Biopolítica, p. 33).

Escribe Fernández: “El concepto mismo de revolución se me volvió de una soberbia  indigerible. ¿Cómo era posible que una generación se sintiera repentinamente poseedora de una verdad que no había comprendido la suma de sus antepasados?” (P. 45)

El socialismo se nutre, sobre todo, de una crítica moral al capitalismo y a la conducta de las personas en el mundo capitalista. Pero este libro muestra lo que es la moral real a la que llegan quienes viven en los socialismos reales.

La Revolución no fracasó por meros errores Humanos

Los funcionarios a cargo del sistema económico estatal cubano no lograrán lo que Pato Fernández quizás todavía añore. Nuestro cronista pareciera concordar, en el fondo, con Abraham, cuya publicación online ha sido clausurada: “La Revolución… pudo ser una cosa idílica, lo más fantástico del mundo, pero en el camino se torció, se cometieron errores humanos y testarudeces…” (P. 269) Pero no es así. La Revolución, dado el sistema económico socialista centralizado que implantó, no podía resultar.

El fracaso del socialismo cubano no se debe a meros errores humanos ni a la casualidad. El socialismo estatiza los medios de producción y fija precios ajenos a lo que indica el mercado.  Al no haber un mercado de medios de producción no se sabe cuál es su precio y entonces cualquier inversión se basa en un cálculo que, en rigor, no puede hacerse, pues se ignora un precio clave. Esto sólo se atenúa usando los precios de mercado del mundo capitalista. Al no haber un libre mercado de la propiedad del suelo, ¿a qué precio conviene entregar un terreno con playa a una empresa extranjera hotelera? ¿Cómo saberlo? Este problema lo planteó von Mises en 1920… Los esfuerzos de pizarrón por “simular” el mercado en la práctica no han  dado resultados. En gran medida, porque la información económica relevante se encuentra fragmentada y dispersa. Además, es cambiante. Conseguirla y transmitirla —lo mostró Hayek— no es gratis. El libre mercado, en cambio, proporciona incentivos que hacen que la información circule y se exprese espontáneamente en los precios. Si se fijan los precios fuera de su valor de mercado son mentirosos, y ocurre lo que ocurrió, por ejemplo, en la administración de los Kirchner en Argentina. Por eso es que el socialismo ha fracasado en Cuba, pero también en la Alemania prusiana, en Corea del Norte, en Rusia, en China y, ahora, fracasa estrepitosamente en Venezuela. El camino chavista se parece más a la vía chilena al socialismo de la Unidad Popular que a la vía armada del Che Gevara y de Castro. Pero aunque la ruta difiere el puerto al que se acerca Venezuela se parece cada vez más a la Cuba de Castro. Nada eso impedirá que esta utopía vuelva a intentarse. Hay que contar, más bien, con “the triumph of hope over experience.”

Como dice Foucault “el mercado… constituye un lugar de veridicción, y con ello quiero decir   un lugar de verificación y falseamiento de la práctica gubernamental”. (P. 49) Esto vale incluso en una economía socialista que ahoga el mercado. En Cuba día a día el mercado falsea las decisiones del gobierno y muestra que su omnipotencia no es tal. El “hombre nuevo”, tras 59 años de Revolución se comporta igual que el hombre viejo del capitalismo. Y el sistema degrada al hombre y, sobre todo, a la mujer y les roba, como vemos, su dignidad.

Y hay razones —como mostró Hayek en Camino de servidumbre y corrobora la experiencia de múltiples países— por las que el control político que conlleva un sistema económico centralizado tiende a bloquear la posibilidad de una democracia. Lo vio Trotsky: «el viejo principio: quien no trabaja, no come, ha sido sustituido por uno nuevo: quien no obedece, no come». (La revolución traicionada, 1937) En palabras de Fidel Castro: “Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, ningún derecho.” (30/6/61) (www.cuba.cu.) Por cierto, qué es lo revolucionario y qué no, lo va definiendo y redefiniendo el líder de la revolución, quien encabeza el Partido. “Para que no se pueda abusar del poder”, escribió Montesquieu, “hace falta que, por la disposición de las cosas, el poder detenga al poder.” El sistema cubano, por el contrario, está construido para concentrar todo el poder en las mismas manos.

Nuestro narrador da cuenta de que el Estado falla. Al frente del restaurante que mira al puerto al que va hay uno “mucho mejor ubicado”, pero “pertenece al Estado, y no sólo carece de las comodidades básicas, sino que para comer tiene únicamente pizzas de dos tipos —con queso y tomate o queso, tomate y salame—, donde sólo el tomate funciona… A la inmensa terraza que hay en el segundo nivel no llega la atención de su personal… pudiendo ser el restaurante más agradable de La Habana, jamás hay gente.” En cambio, El Templete, “ofrece los mismos platos que un buen restaurante catalán de Occidente, y las garzonas son todas veintiañeras preciosas”. (P. 155-156) Es uno de los sitios donde va la “nueva burguesía  cubana”,que incluye, se nos informa, a los artistas que ganan en dólares. Hay interés en los galeristas extranjeros por pintores cubanos, por ejemplo. Esos pintores viven en y del maldito mercado libre. En Cuba hay dos mundos: el de los que ganan dólares y los que no.

“No estamos ante una dictadura cruel, pero sí totalitaria… el costo permanente a pagar si se quiere resistir al capitalismo. El Líder es el Dios de un sistema panóptico, donde la vigilancia acabó por instalarse al interior del individuo. La dictadura combate a un peligroso enemigo interno…el régimen totalitalitario lo anula: su misión es abortarlo antes que germine”. (P.243) Pregunta: ¿Por qué lo descrito no es cruel?

Este espíritu totalitario del sistema lo vio de un solo golpe y escribió con exactitud Jorge Edwards en su magistral Persona non grata (1973), un libro cuya significación crece con los años.

Ocurre que la revolución cubana importa no sólo a los cubanos. Ocurre que Cuba inspiró y apoyó en toda Latinoamérica movimientos que, de una manera u otra, buscaban derrocar el orden burgués e instaurar un socialismo basado en Marx y en Lenin. Los Tupamaros en Uruguay, los Montoneros y el ERP en Argentina, el MIR (que justificaba la violencia contra la democracia de tiempos de Frei Montalva) y el Frente Manuel Rodríguez en Chile, el FMNL de San Salvador, las FARC de Colombia y tantos más. El famoso Departamento América, cuyo  jefe era Manuel “Barbaroja” Piñeiro, estaba a cargo de estimular y apoyar a los movimientos guerrilleros del continente. Pato Fernández conversa con Ibrahim, un ex alto oficial cubano del Departamento América, “conocido y respetado por toda la dirigencia de la izquierda en  América Latina, cercano a Barbaroja, y a su entorno de cobatientes ‘heroicos’, muchos conocidos por sus chapas y apodos, entre los que ‘Ibrahim’, así, sin apellido, como si fuera el único Ibrahim del mundo, se pronunciaba con familiaridad.”(P. 110) Ibrahim añora los años en que se dedicaba a “empujar rebeliones”. Le dice: “si te digo que no echo  de  menos los tiempos en que paseaba por Latinoamérica empujando rebeliones te estaría mintiendo”. (P.111) Cita con admiración a Fidel: “prefiero un proyecto equivocado que mantenga la unidad, a un acierto que divida”. (P. 111) Nada se dice, sin embargo, en esta conversación acerca del completo fracaso militar y político del proyecto que Ibrahim empujaba paseándose por  nuestros países. Ibrahim sabe, por ejemplo, acerca de la lucha armada del MIR contra el Presidente Frei Montalva y, más tarde, la fallida lucha armada del MIR y del Frente Patriótico Manuel Rodríguez y otras organizaciones contra la dictadura de Pinochet. El intento de exportar la revolución cubana tuvo como consecuencia que miles de jóvenes se inmolaron en  el altar de la irrealidad y fortalecieron las respuestas dictatoriales. Sin la Cuba de Fidel no habríamos tenido a Bordaberry en Uruguay, ni a Pinochet en Chile, ni a Videla en Argentina, por ejemplo. Pero Ibrahim sólo recuerda con nostalgia sus paseos que, a fin de cuentas, sólo eran posibles gracias al dinero soviético.

Fidel y Jesús

Fidel ha querido ser enterrado en una roca transportada especialmente al cementerio de Santiago para quedar cerca de José Martí. Jacques, una cubana, le comenta a Pato: “¿Acaso Jesús no se hubiera enterrado en una roca así?” (P. 350) Cuenta Mateo en su evangelio que José de Arimatea pidió el cuerpo de Jesús y lo enterró en “un sepulcro nuevo que había hecho excavar en la roca”. (Mateo, 60). A la roca de Fidel, según cuenta Fernández, llegó pronto una paloma que hizo pensar en la otra, esa que se posó sobre el hombro de Fidel mientras discurseaba cuando entró victorioso a La Habana.

Fernández ve en Fidel una figura religiosa y patronal. “Mientras los valores de la democracia se diluyen en el pueblo que la practica, los del socialismo parecen requerir de un santo que las encarne y una organización bien jerarquizada que las perpetúe”. (P.338). Recuerdo las reflexiones de Régis Debray en sus memorias, Alabados sean nuestros señores, sobre la manera en que se pronuncia en Cuba la palabra ‘Revolución’. A mí me parece que, como concepto, se parece mucho al de ‘Conversión’ en la tradición cristiana. Es más una transformación moral interior causada por una cierta convicción, una cierta fe, que el resultado de una transformación de las estructuras de la base económica de la sociedad.

Pero Fidel es, además el hijo de un patrón, del dueño de un ingenio azucarero — Birán— de “clara estructura feudal”, rodeado por los ingenios de la United Fruit, la Miranda Sugar Company que le compran su producción. “¿No habrá algo — se pregunta nuestro autor— en  su enfrentamiento irrenunciable a los Estados Unidos que proviene de la subyugación de Birán a la United Fruit? ¿No se convirtió acaso Fidel en el patrón de un fundo del tamaño de un país?” (P.185) Al leer esto se me vino a la memoria algo que me contó Laura Ducci hace años. Ella, una chilena que tenía entonces algo de veinte años, conoció a Fidel cuando era un líder de la Federación de Estudiantes Universitarios (FEU). Almorzaron juntos. Recordaba a Fidel como un tipo atractivo, que se lo habló casi todo. ¿De qué? Sólo se acordaba de lo mucho que atacaba a los yanquis. Quizás Fidel era más un enemigo de Estados Unidos que un comunista. Quizás era más un nacionalista que un comunista. Quizás su odio cerval a Estados Unidos, al tipo de sociedad que representa, lo llevó a atar su país a la Unión Soviética. Quizás el marxismo latinoamericano sea una máscara del nacionalismo.

Mi memoria salta a Otra vez el mar, la novela de Reinaldo Arenas. En una batalla fantasmagórica, la “mujer de las uñas variables” se “desgarra un seno, se para en punta, toma aliento. ¡Chevrolet!, grita con voz que retumba sobre el murmullo. Todos quedamos paralizados… ¡Chevrolet! vuelve a repetir la mujer…. ¡Aire acondicionado!… ¡Tocadiscos de alta fidelidad!… ¡Máquinas de coser Singer!… ¡Lavadoras eléctricas!… ¡Crema Pons!… ¡Cocacola!…

¡Papas fritas!… ¡Pan de pasas!… ¡Pan de maní!… ¡Pan de Navidad!… Menciona ahora a voz tronante, miles de productos que desde hacía muchos años habíamos olvidado su existencia. Marcas de televisores, cortinas, estilos de casas, trajes, discos, mantequillas…” Esa mujer gritando los productos de la sociedad de consumo que añora es lo que recordé con fuerza mientras leía estas crónicas escritas desde Cuba.

Pensé, como tantos, que la caída del Muro de Berlín y de la Union Soviética era el fin de los socialismos reales. Y, sin embargo, el sueño socialista no muere. Ahí está Venezuela. El modelo bolivariano, por la vía electoral, conduce paso a paso al mismo lugar que Cuba, al mismo totalitarismo, a la misma pobreza que lo acompaña y sostiene. “The triumph of hope over experience…” Por eso de que la pobreza doblega, desprendo de este libro que el bloqueo fortalece el sistema, que la política de Obama era más peligrosa para los Castro que la de Trump.

Porque, claro, nada de lo anterior importa cuando se cede al inmortal deseo de construir una sociedad de ángeles. Como si reconocer la realidad de lo que somos fuera una renuncia moral y estética inaceptable. Como si el mundo real que los escritores muestran en  sus obras debiera ser negado o contrapesado por la imagen difusa de un paraíso terrenal, de una Edad de Oro sin escasez y sin violencia. Como si ver lo que hay no fuera soportable sino a condición de que esa realidad sea transitoria y superable. Arenas lo puso en estos términos en esa misma novela: “El hombre, en su miseria ancestral, en su debilidad patética y congénita, no puede tolerar su libertad. Cuando, por una pereza de la maldad, la disfruta, se llena de angustias existenciales, de culpas, de complejos, de resentimientos para consigo mismo y hasta para con sus semejantes, quiere inmolarse, corre desesperada y lastimosamente en busca de alguien que le pegue una argolla al cuello y le conceda el honor de darle un puntapié en el culo… Tocado por una suerte de majadería trágica, a la vez que por un recuerdo de la manada, no cesa de buscar el objeto de su sometimiento y sumisión.”

Cierro estas páginas y me hace falta saber qué habría sido de Maryori. ¿Nunca Pato volvió tocar su puerta? Porque su figura, tierna y fugaz, se me pegó en la memoria.

Este es un libro de conversaciones que se suceden con fluidez, agudeza y ritmo cubano. El interés casi nunca decae. Pato Fernández vive en un país que disfruta de esos tiempos de “pereza de la maldad” de que habla Arenas y es aquí y en Cuba un observador con ojo de lince. Sabe, aunque quisiera no saber. Vio y quisiera no haber visto. Sin embargo, escribió lo que vio. Su libro por eso vale más.

Arturo Fontaine. Escritor chileno. Su última novela es “La vida doble”(Tusquets).

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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