Publicidad
El camino de Sánchez: ruptura y rescate del socialismo español Opinión

El camino de Sánchez: ruptura y rescate del socialismo español

Publicidad


Todo indica que entramos en un nuevo ciclo de polarización. Muchas sociedades relevantes para evaluar el espectro político han abandonado las convenciones acostumbradas, a través de gobiernos que se inclinan hacia posturas transformacionales de diverso signo, empujados por una ciudadanía que ya no requiere de meros administradores. La forma en que Trump desdibuja el consenso neoliberal es paradigmática y muestra que nada de esto es en principio mejor o peor que lo que había antes. Mientras ciertos grupos sociales celebran la victoria del conservadurismo de Bolsonaro y el encarcelamiento de Lula en Brasil, López Obrador representa a los indignados con la corrupción mexicana y un dique de contención del avance de la derecha en América Latina. En Europa, en tanto, el gobierno portugués despliega políticas anti-austeridad, mientras el intento de recuperar su identidad de izquierda del Partido Socialdemócrata Alemán llega tarde y el Brexit resta “momentum” a Jeremy Corbyn. En este marco de nuevos actores, sin certezas ni recetas, el resurgimiento de las ultraderechas, los nacionalismos y la fragmentación de la izquierda parecen formar parte de un mismo paquete desprovisto de espacio electoral para moderados.

En nuestro país, probablemente el caso que más expectativas genera en la izquierda, y principalmente en el Partido Socialista (PSCh), sea el español, donde el socialismo acaba de ganar las elecciones. No sólo es común para analistas y politólogos la comparación de las transiciones chilena y española, también podemos hacer el ejercicio de parear a las fuerzas políticas mayoritarias de ambos países por “aires de familia”, y lograremos una relación uno a uno con pocos elementos libres. Por esta razón, y en pleno proceso eleccionario en el PSCh, cabe preguntarse qué luces podría arrojar sobre nuestro devenir político la victoria de Pedro Sánchez.

Lo primero que vale la pena mencionar, es que el socialismo español ha sabido sortear con propuestas la emergencia de una izquierda alternativa. En las últimas elecciones, Podemos pasó de representar el riesgo de un “sorpasso” a jugar el rol de aliado débil con el que se puede formar un gobierno a la portuguesa pero no puede imponer condiciones. Aún conviniendo en el fuerte importe del conflicto con los independentistas que golpeó a Podemos (que junto a la corrupción también mermó la votación del Partido Popular), como de la publicidad de sus fracturas internas, debemos reconocer en Pedro Sánchez una capacidad mayor que en Pablo Iglesias de responder a vicisitudes similares, aumentando la votación en regiones como Cataluña sobre la base de un reconocimiento blando (con las variantes de su famosa “nación de naciones”).

Un segundo punto de interés estriba en la impronta programática de su propuesta. Pocos dudan en que Sánchez logró el corrimiento del PSOE hacia una izquierda socialdemócrata tradicional, entendiendo por esta a una posición que en nuestro país es aún representada solitariamente por la izquierda “no tradicional”, tildada de maximalista y combatida conjuntamente por el centro y la derecha. La propuesta del PSOE incluye un importante aumento de impuestos a las rentas más altas y a las grandes empresas, el gravamen a los gigantes tecnológicos y la banca a través de propuestas similares a las “tasa Google” y “tasa Tobin”, y la promoción de una “transición ecológica”. Lo anterior tributa en gran medida a la propuesta estrella de su programa 110 compromisos con la España que quieres: un “ingreso mínimo vital” que el PSOE espera convertir en “la piedra sobre la que construir la lucha contra la pobreza”. En este sentido, la victoria de Sánchez nos coloca el desafío de convencer en torno a un programa propositivo y ya no más de lo mismo.

Pero quizás el principal elemento que ilumine el escenario chileno sea que nada de lo anterior le haya caído del cielo a los socialistas españoles. La trayectoria de Sánchez no ha sido condescendiente sino de ruptura con el establishment del PSOE, confirmando que la redefinición exitosa de un proyecto político libre de conflictos es más que improbable. Nada de lo sucedido a fines de abril se comprendería sin la tozuda negativa de Sánchez a dar quórum a la conformación de un gobierno por parte de Mariano Rajoy en 2016, la factura que debió pagar ante los barones del PSOE que lo apoyaron en su primera postulación dimitiendo a la Secretaría General, su renuncia al escaño de diputado para volver a ser un militante más de su partido (“a partir del lunes cojo el coche y empiezo a recorrer cada rincón de España”) y la formidable victoria en las primarias de 2017, rodeado de las bases socialistas y en contra del “aparato partidario” del que se había divorciado y que decidió apoyar a Susana Díaz —entre los que se contaba a Alfredo Pérez Rubalcaba, Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero—. Las bases del PSOE creyeron en Sánchez en buena medida por su abierta crítica a las corruptelas partidarias, el fortalecimiento de la identidad de izquierda del partido y la conexión de su discurso con la vida cotidiana de los españoles.

El proyecto de Sánchez no es fruto de un proceso de recambio generacional principalmente, sino de un cambio de agenda. El problema de la política española no es de grupos etarios. Lo anterior queda claro si miramos el caso del Partido Popular. Frente al naufragio de Rajoy, este activó un rápido mecanismo de recambio de liderazgo para respaldar a Pablo Casado de 37 años quien reeditó la narrativa de Aznar. Se trataba del viejo partido en un rostro lozano y obtuvo el peor resultado electoral de los populares en su historia reciente. El propio Sánchez de 2015 es otro buen ejemplo de lo mismo. Surgió como la carta joven del viejo socialismo que aspiraba a frenar el avance de Podemos sin redefinir el proyecto del PSOE. Si lo generacional fuera un problema de carnet o alguna cuestión social de fondo se resolviera mirando el acta de nacimiento de un candidato, ¿por qué no fue hasta que Pedro Sánchez quebró con los barones que obtuvo un triunfo como el del pasado 28 de abril?

El camino de Sánchez, hasta el momento, ha sido sobre todo un desafío al establishment del PSOE, en cuyo desarrollo se acercó a las bases socialistas españolas renunciando a las prebendas del partido máquina. Esta es la principal tarea que nos deja a los socialistas chilenos; y en esto, particularmente, se equivocan quienes en un reciente artículo de El Mostrador, a penas mencionan dentro su trayectoria su labor contrahegemónica: aquella signada por el conflicto, la renuncia a privilegios y las decisiones con sentido de futuro. Presentar la ardua victoria del PSOE como un tejido sin costuras oculta más de lo que devela. Muy por el contrario, Pedro Sánchez podría ofrecer un modelo paradigmático a aquellos liderazgos emergentes, como el de Maya Fernández en el PSCh, que aspiran a redefinir un proyecto político en el marco de sociedades cambiantes como la nuestra, necesitada de nuevas alianzas, identidades coherentes, cambios generacionales, pero sobre todo coraje e improntas programáticas bien definidas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad