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Hablando del Congreso, hablando de populismo

Por: Sharun Uttamchandani Mujica


Señor Director:

Hay una lista en constante actualización de palabras que operan en el campo político chileno. Discursivamente, su uso es táctico, y comúnmente constituye una estrategia basada en diferenciarse del adversario. Hasta ahí todo normal. Pero ¿hasta cuándo hay que repetir una idea para hacerla discurso político?

Esta lista, a pesar de actualizarse siempre, está liderada por el concepto de populismo. El populismo, es una forma política que aparece casi siempre como adjetivo calificativo, y su uso es para calificar propuestas y demandas al sistema político. De populismo poco se define, y su uso es tan común e impreciso, como estratégico.

Hace pocos días, con curiosidad la ciudadanía atendía los anuncios de Sebastián Piñera en su cuenta pública. Sin duda, el aplausómetro tuvo su peak cuando el mandatario anuncia la reducción del número de congresistas en el Senado y en la Cámara de Diputados. El discurso de los promotores de esta medida aparece en dos formas principales. Así, la derecha chilena saca a relucir lo más vertebral de su discurso: eficiencia, austeridad y resultados: “hacer la pega”. Como si de una firma se tratara, medimos el outcome del Congreso como quien mide unidades producidas en una empresa. No es la trascendencia y profundidad de las políticas públicas formuladas en el legislativo, es la frecuencia y magnitud lo que cuenta. Luego, el Congreso pierde toda posibilidad de ser un espacio estratégico para la formulación de políticas públicas de largo plazo, y se remite al conocido órgano que administra y blinda la institucionalidad.

Detrás de esta propuesta de reducción legislativa hay algo más que eficiencias y resultados. Lo que sostiene este anuncio es una visión democrática distinta, una visión de representación política menos extendida, que es evidentemente contraria a la última reforma electoral. La matemática poco puede equivocarse, y tal reducción de congresales reduce la -moderada -proporcionalidad de la regla electoral operante. Hasta acá, cualquier juicio es normativo o cosa de gustos. Los sistemas electorales en el mundo varían, generando o gobernabilidad, o representatividad, o ambas.

Así, el oficialismo afirma que la reforma que puso final al sistema binominal no ha ofrecido resultados meritorios para justificar el aumento de congresales. Entonces, ¿Cuáles son los resultados que se esperan a partir de la labor del congresista? ¿Cuál será la función del Congreso? Esto es interesante, en tanto el oficialismo esperaría que la labor parlamentaria pudiera acoplarse, converger, o al menos llegar a coincidir con la agenda legislativa del Ejecutivo. Pero el actual sistema proporcional está articulado para asegurar la representatividad de la diversidad política del país, no para lograr metas, como si cada ley aprobada fuera una unidad producida. Asimismo, siguiendo el argumento del “rendimiento legislativo”, sería propio darle las facultades al Presidente para gobernar por decreto (si lo que importase fuera cumplir metas procesos legislativos efectivamente completados).

Lo anterior supondría un cierto antagonismo entre una comunidad de votantes que miran con recelo el rendimiento del Congreso y una comunidad política, que aparecen distanciadas. Cuando el Gobierno propone que el número de escaños debe ser reducido le da vigor a este conflicto, tomando partido por una comunidad que ajena y extraña al comportamiento de los políticos. Con esto, el oficialismo está siguiendo la receta básica y tradicional de los populismos: sindicar un grupo de la sociedad, comúnmente excluido- (Nosotros), contra otro grupo dominante de la sociedad (Ellos).

En segundo lugar, se acusa a la regla electoral actual permitir la elección de candidatos con porcentajes marginales de votos. Y es efectivo: Chile Vamos, la ex Nueva Mayoría y el Frente Amplio lograron escaños a partir de la suma de votos. Así, por ejemplo, el diputado que obtiene más votos a nivel nacional en la última elección, Giorgio Jackson, “arrastra” a dos de sus colegas de lista: Natalia Castillo y Gonzalo Winter. Siguiendo la lógica del Ejecutivo, esto no está bien. El diputado Jackson debería quedarse con sus votos y ya. En la realidad, si los sistemas electorales proporcionales funcionaran así, estarían yendo en contra los pilares de las democracias modernas y sanas. Si el sistema electoral no ofreciera incentivos para que las personas voten pensando en el partido antes que en el político, estaríamos asistiendo a un momento (ahora sí) realmente populista: la política al servicio de la personalidad. La experiencia de algunos neopopulismos da cuenta de la práctica de gobernar bypasseando o prescindiendo del partido (Carlos Menem y Alberto Fujimori).

Sostener, como tercer argumento, que el número de congresistas resultantes de los comicios del 2017 ha resultado en un aumento injustificado de gastos, hace inevitable volver al debate sobre las dietas parlamentarias. Acá, el populismo vuelve a aparecer, pero ahora en forma discursiva, usado como adjetivo calificativo. La crítica hacia la propuesta de reducción de las dietas en el Congreso es que estaríamos ante una idea populista. Sin embargo, nada puede seguir explicando los altos sueldos recibidos en el legislativo, habiéndose agotado todos los argumentos tradicionales: es falso que altos sueldos evitarán la corrupción de los funcionarios, y es falso que altos sueldos van a asegurar las competencias técnicas, y menos las aptitudes morales, de los Congresistas chilenos.

El populismo sigue figurando como una herramienta muy útil a la estrategia discursiva en los conflictos del campo político chileno. Su uso es tan abundante como la imprecisión en sus definiciones.

Sharun Uttamchandani Mujica

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