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Humedal El Membrillo: un ecosistema acorralado Opinión

Humedal El Membrillo: un ecosistema acorralado

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Pablo Salinas
Por : Pablo Salinas Comité ambiental de Algarrobo. Movimiento Rescate Pingüino
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Algarrobo, uno de los balnearios más tradicionales de Chile central, sumó hace algo más de dos décadas atrás un punto de atractivo extra a sus bondades naturales, San Alfonso del Mar. Desarrollo inmobiliario pionero a nivel local, condominio a gran escala levantado en primera línea de playa, alcanzó resonancia incluso más allá de nuestras fronteras por su piscina de dimensiones mastodónticas y aguas sospechosamente cristalinas. Desde entonces, inicios de los noventa, el modelo alcanzó pronto un éxito rotundo a lo largo de las costas chilenas, y la misma entonces extensa y despejada playa de fina arena de Algarrobo Norte vio cómo la expansión de San Alfonso, sumada a la aparición de otros condominios más pequeños, iban reduciendo su tamaño bajo el incontenible avance del cemento.

El apetito inmobiliario que pareció ensañarse con especial fruición con el borde costero algarrobino, amparado por una normativa urbanística particularmente laxa y permisiva, dejó casi por una anomalía del sistema una franja de algunos centenares de metros de extensión en esa codiciadísima primera línea de playa: el humedal El Membrillo. El ordenamiento territorial, redactado bajo las directrices impuestas por los hermanos Fischmann, creadores de San Alfonso, permitía levantar torres en el lugar, imponiendo restricciones mínimas. La aparente modorra, la tregua, llegó a su fin en 2014, cuando un gran proyecto inmobiliario entró a la Dirección de Obras municipal.

Pero ya entonces, cinco años atrás, las cosas habían cambiado. Si a comienzos de los noventa, albufera, campo dunario o ecosistema asociado a humedal no eran conceptos del todo presentes en la ciudadanía, ahora sí. El proyecto, que pretendía construir torres de varios pisos encima del hábitat de cientos de aves, hacer desaparecer flora nativa, canalizar y drenar las aguas del humedal y que sin vergüenza se nombró “Eco-Parque”, fue derribado por una reacción franca y coordinada entre los vecinos, la Fundación Kennedy y la Unidad de Medio Ambiente municipal.

Sin embargo, a fines del año pasado, el proyecto, reconvertido a 13 edificios de menor altura y 60 casas, se reflotó, desplazándose algo más al norte de su ubicación de 2014. Esta vez, pese al reacomodo, este “Eco-Parque 2” sigue conteniendo claras irregularidades: se emplaza dentro de la zona de protección costera y sobre la línea de cauce del estero El Yugo, uno de los afluentes del humedal, es decir, pretende ocupar bienes nacionales de uso público.

Los vecinos nuevamente reaccionaron; el Comité Ambiental local quiso hacer entrar en razón al director de Obras Municipales. Ante el mutismo de este, se elevó un reclamo ante su superior jerárquico, Evelyn Mansilla, SEREMI del Ministerio de Vivienda y Urbanismo. La respuesta de esta -que por ley basta presentar una “declaración jurada” por parte del interesado en construir para acreditar ante la autoridad ser propietario del terreno donde se emplazará el proyecto inmobiliario- no hizo más que robustecer el músculo de la defensa ciudadana. Hace pocos días, el abogado Gabriel Muñoz presentó un recurso de protección en su contra, en representación de las agrupaciones ambientales locales.

La comunidad algarrobina plantea hoy un drástico cuestionamiento al tipo de desarrollo que ha imperado durante las últimas décadas. Y es acá, en esta comuna, donde se está condensando uno de los ejemplos más contundentes de la nueva forma de generar gobernanza, donde la horizontalidad en el diálogo entre los representantes de la institucionalidad, la autoridad local, y la ciudadanía organizada empieza a operar en forma no concertada, ni tampoco carente de fricciones, pero efectiva y manifiesta en la práctica.

Y bajo este nuevo criterio, la preservación del sitio de nidificación del pilpilén o de una especie vegetal en peligro de extinción pesa tanto o más que el desarrollo de lujosos resorts que pretendan malamente recrear ambientes del Caribe en las frías costas del centro de Chile.

  

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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