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El resentimiento desde la base

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Por: Christian Castañeda Ortíz


Señor Director:

Desde pequeños asoma a nuestras vidas un dicho controversial que a su vez convertimos en propio, nos dedicamos a transmitirlo sin siquiera darle una vuelta a este, como casi todo lo que se nos enseña en la vida. Me refiero al dicho “el que quiere, puede”.

No hay duda de que lo hemos oído en más de una ocasión, desde adultos, profesores, padres, madres, familiares lejanos o incluso en televisión. Esta frase casi motivacional hacia los jóvenes donde se deja entrever que todo aquel que lo desee, puede cumplir con los estándares  de la sociedad chilena: educación media y superior, un trabajo con remuneraciones altas, una casa propia y una familia numerosa, dejando sin más, a todo aquel que no logre alcanzar al nirvana social, un espacio en el fracaso. Sin embargo, nunca nos hemos puesto a pensar en lo que implica este dicho, o a su vez, lo que significa cumplir con las expectativas sociales.

Para dar sentido a esta célebre frase, el primer gran error que cometemos es ubicar a todos los individuos en la calidad de iguales, pero, ¿Es Chile un país destacado en su equidad social, política, cultural o económica? La respuesta para mí, estimado director, es no, y es que existen una variedad de factores que arrasan con la vida de una persona privándole de derechos en este país. Derecho a la educación, salud pública, a un ambiente tranquilo donde poder estudiar, trabajar, agua, luz, baño o comida, todos derechos vulnerados en un sector desde un factor clave: la economía.

Y es que es difícil hablar de igualdad si nos encontramos en el índice de desigualdad mundial (Gini) del 46,6% (coeficiente donde 0,00% es la utopía de un país en perfecta igualdad), como ubicarnos en el mismo lado de la calle si en este país el 1% más rico se adjudica el 26,5% de las riquezas netas, mientras que el 50% más vulnerable de la población aborda solo un 2,1%, y no solo a nivel nacional nos encontramos con tantas distancias.

En un análisis más comunal tomaremos Vitacura y Puente Alto como las comunas que lideran los primeros y últimos lugares del Indice de Calidad de Vida Urbana en Chile. La avismal diferencia dentro de la Región Metropolitana puede ser contestada los recursos que maneja cada una de las comunas. Vitacura por ejemplo tiene una inyección comunal de 89.391 millones de pesos como presupuesto, mientras que Puente Alto se maneja con 73.130 millones de pesos; la diferencia de la que hablaba radica en (la realidad per cápita) que cada persona de la comuna de Vitacura tiene predestinada para si desde la comuna un total de 1.046.933 pesos, mientras que un puentealtino solo obtiene 128.726 pesos. De ahí en más nos hacen sentido los indices de delincuencia, cantidad de luminarias, deserción escolar, cantidad de centro de menores, accesibilidad de transporte particular, educación de calidad, ambiente sano, o simplemente tiempos de espera en algún sistema de salud.

Es fácil ubicar a toda la población en un mismo saco, apuntando a todo aquel que no logra superar los obstáculos de este sistema económico que pronto se transforman en sociales, culturales, políticos, etc. Pero no es fácil decirle a un niño que duerme con más de sus hermanos en una cama, en una toma de terreno, sin agua potable, donde no existe un libro que desarrolle su hábito de estudio, que porque no quiso, no pudo lograr lo que se propuso. La convicción es una cosa, la ideología, los sueños, son cosas que como seres humanos nos tiran, pero tira más la realidad, y la realidad es señor director, que querer, no siempre es poder.

Christian Castañeda Ortíz

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