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Un bien escaso Opinión

Un bien escaso

Rodrigo Alvarez Valdés
Por : Rodrigo Alvarez Valdés Doctor en Estudios Latinoamericanos (USACH). Coordinador e Investigador del Programa Centro de Estudios Coreanos de IDEA y profesor de la Universidad de Santiago de Chile. Master of Arts en Economía Política Internacional por la Universidad de Tsukuba (Japón) y IVLP por el The United States Department of State Bureau of Educational and Culture Affairs. Periodista Universidad Diego Portales.
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Desde la perspectiva de la comunicación, es interesante el llamado político que se desprendió del presidente de la Corte Suprema, Guillermo Silva, en la ceremonia de inauguración del año judicial de 2020.

Y es que la máxima autoridad del poder judicial sostuvo que es “imprescindible hacer un llamado a los actores políticos y sociales a hacer un esfuerzo por escucharse recíprocamente”, esto con el objetivo de alcanzar “consenso y ceder posición”.

La tensión que vive el país, más allá de nuestras convicciones políticas, tiene, como diáfanamente se exterioriza del análisis realizado por el máximo tribunal, un denominador en común: el diagnóstico de que hoy estamos en medio de una seria dificultad al comunicarnos, lo que se manifiesta en la “negación del otro”, parafraseando a Jean Paul Sartre.

Se observan discursos explícitos e implícitos que exaltan, de un lado y del otro, cuestiones que la serena razón condenarían, pero que la radicalización de las interpretaciones las deja en una especie de limbo vacío de conceptos valóricos. Dicho de otra forma: depende de la posición (política e ideológica) desde la cual se le está interpretando, el valor relativo que se le otorga a ese signo de los tiempos.

Sabemos que la acción de comunicar implica complejidad en la interacción social; y si esta no existiese, nadie sería capaz de conocer a fondo el mundo que nos rodea y mucho menos compartir las experiencias e interpretaciones propias de cada ser humano con los demás. Se produce entonces una tensión profunda entre el signo, el significado y el significante, donde dependiendo de su visión, será la interpretación.

Por ejemplo, para una parte de la sociedad chilena, la “primera línea” es inconcebible, ya que representa la destrucción y el caos. Para otro universo, es un signo que representa un grupo de sujetos que han sido, incluso, definidos como héroes, tal como sucedió en el Foro Latinoamericano de DDHH realizado en enero de 2019 en el ex Congreso.

Y, del mismo modo, una pequeña fracción final no entiende el fin último de este grupo.

En los dos primeros casos, las tres variables están alineadas para quienes están en esas posiciones, pero en el tercero de los grupos existe una desconexión entre signo, significado y significante.

La comunicación es en sí un ejercicio de transacción, donde las partes deben ceder y enfrentar interpretaciones de una realidad. En esencia, como sostiene Fernando Zamora, “casi a diario somos parte del enigmático proceso por el cual alguien comunica o da a entender algo a alguien, pero donde la pregunta ¿cómo se entienden dos personas?, [sigue siendo] un misterio no resuelto; esta situación da paso al problema de la alteridad”; es decir, la existencia del otro.

Desde esta perspectiva, con el fin de que este no sea un diálogo en que las partes no se escuchan, los actores políticos y sociales de Chile requieren un camino que les permita: (1) consensuar una definición de la realidad post 18 de octubre; (2) establecer categorías discursivas que orienten y determinen los objetivos de crecimiento y desarrollo para los próximos 50 años; (3) un análisis común sobre los errores del modelo y la (4) elaboración de un signo (con su significado y significante) que nos permita volver a entendernos.

Es importantísimo entender que comunicarse —un bien escaso en estos días—, necesariamente implica un acto de interpretar y comprender la realidad, pero que debe ser desde un colectivo y no desde una división permanente.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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