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De los escaños reservados a los indígenas como mercancía del sistema político Opinión

De los escaños reservados a los indígenas como mercancía del sistema político

Diego Ancalao Gavilán
Por : Diego Ancalao Gavilán Profesor, politico y dirigente Mapuche
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En cuanto a los cupos reservados para indígenas, simplemente no podemos seguir siendo mercancía de los dueños del poder político, de los partidos y el Congreso. Esta discusión se ha sostenido sobre cálculos electorales de conveniencia, donde los indígenas somos mucho más un estorbo que un aporte a la rica diversidad de este país. Estamos inmersos en una isla de segregación política, social y ciudadana, en la cual no podemos decidir nuestro futuro. En resumen, este no es un problema demográfico, es un problema de cómo se gestiona el poder político, con un acento notoriamente racista.


Aquellos días del estallido social se popularizó la frase “Chile despertó”. Esas palabras describen muy bien lo ocurrido, en el entendido que ese despertar no fue de un sueño reparador, sino más bien de la pesadilla de un largo periodo de penas, abusos y discriminación de la gran mayoría de los ciudadanos de este país. Mucha gente salió de un extenso letargo de indiferencia y resignación, para manifestar que no tolerará más la condición de excluidos.
Esa actitud, de una mayoría que optó por abandonar la esclavitud del silencio, también ha tenido como efecto, el terror de esa casta que ha establecido las reglas del juego de la institucionalidad democrática que nos ha gobernado hasta ahora. Sin embargo, ese pequeño grupo que ha administrado el poder a su antojo, ha transitado del desconcierto inicial y el pánico de perderlo todo, a la mirada fría de los acontecimientos para buscar las estrategias que le permitan mantenerse en la posición de privilegio de la que han gozado.
Esa casta, en la que participa todo el abanico del sistema político, incluido un grupo de jóvenes que generó la expectativa de un cambio, parecen tener como libro de cabecera un viejo texto, escrito hace 507 años. En efecto, Maquiavelo, en “El Príncipe”, recomienda a los gobernantes el modo de alcanzar, mantener y gestionar el poder y afirma: “Los que con ayuda de la fortuna se convierten de particulares en príncipes poco esfuerzo necesitan para llegar a serlo, pero deben realizar muchos esfuerzos para mantenerse” y luego agrega: “El que menos ha confiado en el azar es siempre el que más tiempo se ha conservado en su conquista”.
Y el camino se trazó a partir del «Acuerdo por la paz social y la nueva Constitución», suscrito por los partidos, como reacción ante un escenario que sabían cómo controlar. No quiero atribuir malas intenciones ese acuerdo, solo digo que su implementación ha dejado en evidencia el esfuerzo de esa casta por mantener el orden que les ha dado buenos y abundantes frutos.
A esos “líderes” de un sistema profundamente corrompido, les recuerdo una frase de su “libro sagrado”, cuando Maquiavelo advertía: “Se engaña quien cree que nuevas recompensas hacen olvidar a los grandes seres humanos las viejas injusticias de que han sido víctimas”.
Como no es bueno difamar a la gente, veamos los hechos, que hablan por sí solos. Todos hemos sido testigos de como se ha ido dilatando el tema de los escaños reservados para los pueblos indígenas, en el contexto del diseño de la Convención Constitucional. En ese proceso, que ha sido analizado en profundidad por los partidos, respecto de las ventajas y desventajas que les traen, dejaron fuera a los pueblos indígenas, a los independientes y a los dirigentes sociales, que son justamente los grupos que hoy están en completa desigualdad respecto de los espacios de participación real.
Entonces, en vez de que el resultado de las movilizaciones sociales fuera la profundización de la democracia, parece estar ocurriendo exactamente lo contrario. Quienes impulsaron el cambio, que fue el pueblo movilizado y no los partidos, han quedado afuera de este espacio de nuevo diálogo democrático del que son sus legítimos autores.
Y parece contradictoria esta situación, pues es justamente a través del diálogo político, el modo en que debe posibilitarse la participación del ciudadano en la toma de decisiones, para acentuar la democracia y evitar los conflictos, ya sean estos políticos económicos, sociales o indígenas. Esta es la relevancia de establecer procedimientos legítimos y legales que permitan asegurar la expresión y el desarrollo de las capacidades y oportunidades a la ciudadanía chilena y también a las ciudadanías indígenas.
La profundización de la democracia supone la construcción de una ciudadanía integral, que reconozca la soberanía popular como la fuente legítima del poder y que establece la existencia y buen funcionamiento del Estado. Y es que nuestra soberanía de pueblo termina inmediatamente después de votar, pues este parece ser el único derecho al que tenemos un acceso libre e igualitario.
¿Cómo es posible, entonces, que nos movilicemos tanto y tantos, y no cambiemos nada? Una de las razones es porque el sistema político nos está llevando al terreno que domina, el Congreso, una Convención Constitucional a la medida, acuerdos instrumentales y todos los espacios que aún controla.

 

[cita tipo=»destaque»]Más allá de este proceso constitucional, debe haber un padrón indígena abierto para que los indígenas se elijan entre sus pares. Un Estado que asume su carácter plurinacional, reconoce la capacidad de los pueblos a definir su propio destino.[/cita]

Mientras tanto, la sociedad se ha empobrecido y existe un número creciente de personas que con suerte tienen para comer. Cada vez es más claro que no existe un proyecto de sociedad colectivo y más bien se continúa imponiendo un modelo individual en que cada cual vela por sus propios intereses. Como lo dice Francisco en Fratelli Tutti “El sálvese quien pueda” se traducirá rápidamente en el “todos contra todos”, y eso será peor que una pandemia”.
Esta forma de sociedad colisiona fuertemente con nuestra visión del kume mongen (buen vivir), que adoptó el pueblo mapuche hace miles de años, donde la máxima es “soy, porque somos”.
En cuanto a los cupos reservados para indígenas, simplemente no podemos seguir siendo mercancía de los dueños del poder político, de los partidos y el Congreso. Esta discusión se ha sostenido sobre cálculos electorales de conveniencia, donde los indígenas somos mucho más un estorbo que un aporte a la rica diversidad de este país. Estamos inmersos en una isla de segregación política, social y ciudadana, en la cual no podemos decidir nuestro futuro. En resumen, este no es un problema demográfico, es un problema de cómo se gestiona el poder político, con un acento notoriamente racista.
Por lo que hay que desmitificar afirmaciones con respecto a los cupos reservados indígenas. Existen algunos fundamentalistas, disfrazados de “tanque de pensamiento”, como el caso de Libertad y Desarrollo, que ha dicho, vergonzosamente, que los cupos reservados afectan la libertad del voto. No hay duda que en democracia eligen las mayoría, pero, ¿cómo se acoge la opinión de las minorías? Más allá de este proceso constitucional, debe haber un padrón indígena abierto para que los indígenas se elijan entre sus pares. Un Estado que asume su carácter plurinacional, reconoce la capacidad de los pueblos a definir su propio destino.
Otro argumento mañoso en contra de los cupos de pueblos originarios, dice relación con una supuesta defensa de los derechos de otras minorías. Al respecto declaro mi respeto a todas las minorías y su derecho a existir y expresarse, sin embargo, no se pueden comparar los pueblos indígenas con muchas minorías que en definitiva, son consecuencia de la sociedad que ha creado el Estado. En el caso de los pueblos indígenas, debe recordarse que habitamos este territorio mucho antes que se constituyera el Estado, por lo que estamos en el ámbito de los derechos naturales.
Por otra parte, los pueblos originarios son naciones, con idioma, con una cultura identitaria, con una historia milenaria que defender, y con un futuro en común. No una población indígena pobre y violenta como nos intentar presentar.
Al fin y al cabo, el problema no es la democracia, ni los partidos, son quienes se han apropiado del poder utilizando sus partidos y quienes han administrado una democracia como un traje a la medida. Necesitamos políticos decentes, gente buena, líderes y lideresas con carácter de estadistas, gobernantes que estén empapados de la realidad de los ciudadanos normales. Y debemos poner en las prioridades de toda la sociedad, los dolores que el pueblo ha puesto en la agenda pública.
A quienes no han entendido, debemos clarificarles que no somos de derecha ni de izquierda, somos los de abajo luchando por la dignidad que nos corresponde. Estamos en contra de todos quienes han roto el pacto social, para construir sus privilegios a costa del sacrificio de las grandes mayorías sociales.
Esa casta no solo ha hecho leyes que le acomodan, sino que han violado impunemente, las leyes que deben asegurar el bien común. Es por eso que los de la periferia y los excluidos, les hemos perdido el respeto. El desafío de mantener la gobernabilidad necesariamente pasa por recomponer la confianza con los actores de la democracia. Para ello se requiere construir una agenda legitimada social y políticamente, lo que supone ver avances hacia una nueva concepción del desarrollo.
Esa es la tarea del momento: caminar hacia un desarrollo humano más inclusivo y duradero, que es lo que nosotros hemos llamado, el buen vivir.

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