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Las flores, las zapatillas y la felicidad en pandemia


Las flores pueden ser mortales. O por lo menos, aterrarnos de manera profunda. No se trata de flores especialmente horrorosas, ni de peculiares ponzoñas, sino de las espinosas metáforas que las habitan. Neruda, por ejemplo, se regocijaba en su poema Walking around con la diabólica imagen de asustar a un notario con un lirio cortado. El acto de violencia en el imaginario de Neruda no estribaba en que el lirio fuera un memento mori, sino en que la flor por sí misma contenía una promesa de inocencia irresuelta.

Si después de Ritzer, y de otros tantos, el consumo ha devenido una nueva religión secular, también Marx y sus afamadas flores, tal como ha mostrado el teólogo radical Peter Rollins, han adquirido nuevos colores y se han engalanado con nuevas y peligrosas metáforas. Marx, tal como Neruda, en su famosa introducción a Zur Kritik der Hegel’schen Rechts-Philosophie, nos interpela también con la misteriosa violencia de la orla de una flor:

La crítica -sostiene Marx- deshojó la flor imaginaria que se encuentra en la cadena, no para que el hombre cargue la cadena desconsolada y carente de fantasía, sino para que él se deshaga de la cadena y corte la flor viva.

Deshojar la flor imaginaria en la cadena significaba para Marx eliminar la esperanza de que nuestra subordinación a la religión y a la iglesia nos aportaría lo que él llamaba la felicidad verdadera. Su tranquilizadora seguridad no era sino el opio que nos impedía ver lo que él llamó «la condición que requiere de ilusiones».

Hoy en día no es la religión el centro de nuestra «felicidad ilusoria», sino, como sostiene Rollins, el consumo, y más concretamente, la acumulación desbocada de mercancías. La retirada y la muerte de Dios inauguradas como desmitificación secularizante en la modernidad, han abierto nuevos campos de disputa por el dominio del alma humana y han acuñado nuevos ídolos tutelares. Nuestro siglo, siguiendo a Ritzer, está marcado por la idolatría de las mercancías y por la reestructuración de las prácticas ceremoniales de carácter religioso como formas más o menos abiertas de consumo. Esta nueva religión secularizada de la que habla Ritzer, no es, sin embargo, un acto discontinuo entre otros, es una actitud permanente, la actitud del que se somete a la dictadura de las mercancías, al reflejo fatuo de aquello que envejece tan rápido como gana valor y cuyo inoponible fulgor nos lleva a aceptar el peso de una cadena que conoce tanto de resistencias como de olvidos. 

La cadena en la que brilla la orla de la flor imaginaria está más que nunca presente en Chile y en la medida en que nos quita libertad, que nos domina casi sin contrapesos, el lustre de la flor imaginaria que nos promete una felicidad real brilla con más fuerza que nunca. Esto es lo que muestran, en efecto, una y otra vez las aglomeraciones en los centros comerciales en tiempos de pandemia. Pese a la insensatez profunda del que pone en riesgo todo y a todos por una mercancía, la sensación de un vacío que no se puede llenar, la adopción de una configuración de nuestro deseo que no tiene límites en las formas del capitalismo actual, y la tendencia constante a reemplazar realidad con ilusiones -que es la propia lógica fetichizante del capital-, es la circunstancia que nos exige la ilusión del consumo. En efecto, la flor brilla más, porque la cadena nunca ha sido más pesada.

Ya no podemos depositar nuestras esperanzas en que la crítica provenga del marxismo o de la deconstrucción que ha terminado siendo un verdadero aliado del capital, sino más bien, en lo que, con el propio Ritzer, podemos llamar un nuevo proceso de desencantamiento. El desencantamiento estriba en escrutar «las circunstancias que requieren de la ilusión» no para tener que llevar la cadena sin ningún tipo de consuelo, sino, nuevamente, para romperla y cortar la flor viva. Cada vez que ponemos nuestras esperanzas en la flor imaginaria el abismo en nosotros crece sin control, porque nos sentimos más solos, más indefensos y más vulnerables. Nos sometemos a la visión de los demás, nos dejamos encantar por la hermosa promesa que hay en los ojos de los otros y en ser ad-mirados por ellos, pero la terrible verdad es que si todos están preocupados en exhibirse, nadie está (ad)mirando. Después de caminar 25 cuadras, las zapatillas tan preciadas se hunden irremediablemente en el anonimato y en el vacío de las promesas defraudadas de felicidad con las que engalanamos nuestro cuerpo. No nos vestimos con la felicidad, sino con la osamenta de un sueño. Nadie sabe cuál es la flor verdadera, pero de lo que se trata es, si no de aprender a reconocer cuál es la flor imaginaria, sí, ante todo, la cadena que nos domina bajo el brillo espurio de lo que no podemos oler, saborear ni tocar. Aprender a reconocer «la circunstancia que requiere de la ilusión» implica entender que el consumo desatado es hoy más que nunca «el suspiro de la criatura oprimida, el corazón de un mundo sin corazón, y el alma de una condición sin alma».

Andrés Gatica Gattamelati

Doctorando en Filosofía

Ruprecht-Karls-Universität Heidelberg

Pontificia Universidad Católica de Chile

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