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El paciente Chile Opinión

El paciente Chile

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Gonzalo Bacigalupe
Por : Gonzalo Bacigalupe Sicólogo y salubrista. Profesor de la Universidad de Massachusetts, Boston e investigador CreaSur, Universidad de Concepción
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La salud es un tema en la boca de casi la mayoría de las personas con quienes converso a medida que recorro las calles de Cerro Navia, Conchalí, Huechuraba, Independencia, Lo Prado, Quinta Normal, Recoleta y Renca. A pesar de la desinformación en relación al proceso constituyente, la ciudadanía está muy consciente de la salud como un derecho social primordial en la nueva Constitución.

Ése era también el sentimiento de las miles de reuniones en barrios durante ese proceso de diálogo en el 2015, cuando quisimos avanzar hacia una asamblea constituyente en un proceso que quedó truncado por la resistencia de todo tipo de sectores políticos, tanto de derecha como de izquierda. Recordemos además que conectado a la salud, la protección del medio ambiente era un tema igual de presente en todas esas conversaciones, junto con la necesidad imperiosa por una mayor participación y soberanía popular. La salud es, obviamente, mucho más que la instalación de un buen sistema de salud que asegure atención universal y gratuita a cada persona según sus necesidades y vulnerabilidades.

–Estoy esperando hace más de dos años y medio para que me operen, antes no me daban hora para la kinesióloga y, bueno, pues se puso todo peor y ahora me tienen que operar, pero no hay hora­­ –cuenta María desde su ventana en su casa en Lo Prado.

Escuché una historia parecida de una kinesióloga en Huechuraba, cuando explicaba las graves deficiencias en la atención de salud de su comuna y la necesidad de dar más recursos a la atención primaria.

Edelmira está sentada en una galería en el frontis de su casa.

–A mis 82 años apenas puedo caminar –dice en relación a la imposibilidad de salir a votar. No ha podido ver a la doctora del Cesfam del sector desde hace más de un año, y tampoco sabe si los medicamentos que toma todavía sirven para sus múltiples enfermedades crónicas.

Heriberto sale a saludar. Está en el décimo tercer día de una cuarentena porque tiene Covid-19.

–Estoy un poco cansado, pero bien… –dice mientras jadea. Su esposa lo está pasando mal porque también se contagió, sus hijas en edad escolar están aparentemente bien pero, a pesar de que él usa mascarilla, sus hijas no las usan y él no puede estar en aislamiento porque hay que cuidar a la familia.

Juan, detrás de las rejas de su casa, cuenta que está feliz porque ese día le toca la segunda dosis de la vacuna Covid-19. Juan deja ver un solo diente de una dentadura, claramente sin atención adecuada. A pesar de sus años y deterioro físico, se muestra feliz de poder ir a vacunarse esa tarde.

Marta, nos escucha mientras volanteamos en una villa cerca del río Mapocho en Quinta Normal. Nos cuenta de la muerte de su suegra y las peripecias que tuvieron que pasar para obtener un Certificado de Fallecimiento. “Déjela que duerma en su cama y mañana mandaremos un doctor a su casa”­­ –le dijo la trabajadora social de la Municipalidad. Pagó 80.000 pesos para que viniera un doctor el mismo día y poder comenzar los trámites para el funeral. Cuatro meses más tarde, la llamaron de la Municipalidad para que fuera a retirar las medicinas recetadas a su suegra meses antes de morir.

Pedro, con más de 60 años, sale fumando de su casa. Muestra claros signos de obesidad. Ha decidido no vacunarse, no cree nada de lo que dicen. Le cuento que es bueno que se vacune, pero no me cree. Dice saber poco. Se acerca su hermana quien dice que sus hermanos y hermanas, todos grandes como ellos, no se han enfermado y que van a estar bien, que para qué se van a vacunar. No han recibido información de ninguna cuadrilla de salud, ni de nadie cuando van a la feria en Cerro Navia.

Caminando por la calle me acerco a una mamá con dos hijas, le pregunto por los moretones que tiene en la cara. Cuenta que tiene diabetes, que no se ha vacunado y que esas heridas en la cara no se las han visto en el Consultorio: – Porque no se puede ir con esto del Covid-19 y además siempre me tramitan tanto –dice.

Es por todo esto que la salud se ha convertido en una preocupación personal, traspasando lo profesional, académico y político. Es una dimensión que nos atraviesa a todos y todas. Durante mi niñez y juventud pasaba enfermo, tenía siempre problemas estomacales, mi desarrollo físico era deficiente y visitaba constantemente al doctor. Mi madre, de hecho, me llevaba frecuentemente al doctor o a laboratorios para que me hicieran exámenes.

Mi salud mejoró algo en mi adultez joven, mientras comenzaba mi trabajo clínico con individuos y familias como psicólogo clínico. Mi trabajo como investigador me llevó a mirar las determinantes sociales de la salud, aquellas que llevan a la desigualdad, no sin antes haber estudiado el mundo de la drogadicción en poblaciones en el sector poniente de Santiago y, más tarde, la violencia contra la mujer en comunas como Conchalí, Renca, e Independencia. También me dediqué a estudiar las desigualdades en torno a la salud en poblaciones migrantes y trabajé con sobrevivientes de violaciones a los derechos humanos, así como de quienes sufrieron violencia y abuso en la familia.

Ya en la adultez mis problemas de salud volvieron. Fui diagnosticado con el síndrome autoinmune que incluye la intolerancia al gluten. El diagnóstico de celiaquía me trajo de vuelta a un compromiso con la importancia de la participación en la estructuración de la salud, especialmente de los pacientes crónicos: “nada sin nosotros”, dice la frase de los pacientes que forzaron el cambio del sistema de salud inglés hace décadas. Una máxima central que también se aplica a cómo visualizo la escritura de la Constitución. Eso es, un proceso en que nadie debe quedar fuera.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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