El mainstream chileno de la politología no termina de sacudirse de las mismas formas mediante las cuales analiza la realidad hace ya varias décadas: los partidos políticos como el único lugar donde se da la política, los gobiernos analizados en un plano cartesiano de izquierda a derecha, el votante como un ser racional que siempre elige fundado en principios objetivos y claros y el poder como una cosa que se monopoliza en el Estado y se ejerce a través de las fuerzas de orden. En fin, una serie de objetos de estudio que se ven como detrás de una vitrina y se analizan como se mueven los fluidos en una probeta. Es la politología del bipartidismo y la eterna transición, del pasado que no volverá, tendencia fielmente representada en Patricio Navia. A lo sumo, en la televisión verían una cosa que analizan mediante conceptos cursis como “gobernanza cultural”.
Maquiavelo haría trizas la opinología de Pato Navia. El consejero florentino fue el primero en plantear que el poder es básicamente una relación social y un conjunto de instrumentos de producción de hegemonía ideológica de un grupo contra otro. Es el padre de la política del antagonismo. En la televisión, por tanto, vería como se crean imaginarios y consensos colectivos. En los matinales, ahora que los políticos se ponen en fila para aparecer, convencer y colonizar el imaginario de la gente, analizaría como se dan ciertas verdades políticas e incluso los vería como fuente de concomiendo teórico.
Quizás, en Julio César vería una variante en el sentido de un fenómeno que irrumpe en la discusión pública y es difícil de catalogar. La variante Julio César es la representación de una transición y un sentir. Debajo de las transiciones políticas, como ésta que vive Chile, se dan también las transiciones sociales. Julio César es el ícono de una nueva forma de relacionarse con el poder. Recordemos que una forma del poder se da y ejerce a partir de la estructura estatal, pero depende siempre de los consensos de quienes lo aceptan. Existe, pues, una íntima relación entre un régimen social y el sujeto antropológico necesario para hacerlo funcionar. El sistema necesita que la gente interiorice y haga suyos conceptos como progreso o bien común.
Al influir en los imaginarios y crear consensos, la variante Julio César influye en el poder y el ideario público, porque hay política también en la cultura mediática como espacio donde se crean imaginarios y sentidos comunes que, al fin y al cabo, determinan los consensos de esa cosa que llamamos poder. La variante JC hace precisamente eso: Se mueve en el ámbito blando del poder y crea consensos colectivos. Traslada el sentido común hacia otro lado. La gente repite lo que dice, a veces “con respeto” y a veces no. La variante JC produce hegemonía, influye, crea nuevos significados. Cuenta y obliga a los demás periodistas a que también cuenten. No solo eso, obliga al resto de canales a contratar animadores que digan algo, no esas estatuas impávidas que nada los conmueve y que de tanta objetividad se transformaron en objetos.
La variante JC desequilibra la opinología de Pato Navia que mira al objeto observado desde una supuesta neutralidad objetiva. Donna Haraway contaba cómo las mujeres no servían como espectadoras para los experimentos de Boyle en los que mataba a los pájaros porque ellas se conmovían con el dolor de las aves, cosa que no sentían los científicos europeos, blancos y occidentales. Pato Navia es el Boyle de la opinología política y Julio César es el que se conmueve y llora por el pájaro. ¿Por qué no llorar si todos lloramos?, ¿por qué vivir en ese eterno empaquetamiento del Chile de la eterna transición donde todos, de una u otra forma, eran medios democratacristianos, siempre diciendo poquitas (el diminutivo es intencional) cosas para no ofender ni molestar a nadie?
La variante Julio César representa al sujeto que observa y siente. Dice garabatos como todo lo hacemos y piensa en figuras como el presidente, cuando llama al teléfono equivocado por ejemplo, de la misma manera que lo hacen los amigos que nos hablan por Whatsapp. Es cercano y rompe con el molde.
La variante JC influye incluso en la subjetividad: si ahí hay alguien que dice las cosas frente a todo el país, porque yo no, entonces, decirlas también en mi ámbito de acción personal. La variante Julio César va más allá de un animador de matinal. Es la representación de un consenso colectivo. Un sentir. Es uno de los símbolos, quizás el más mediático por tanto el con mayor responsabilidad, del nuevo Chile que comenzó a crearse a partir de octubre del 2019.
A mí me late que, por mucho que los dueños del Chile que muere llamen por teléfono para acusar a quienes representan al Chile que nace, esto llegó para quedarse. Y no se queda porque se haga un Golpe de Estado, se torture a la gente y se le obligue a la mala, se queda porque se instala en el sentido común, en la conversación de la calle, en el corazón de las mayorías.