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Proceso Constituyente: ¿lo multilateral como inspiración? Opinión Crédito: ATON

Proceso Constituyente: ¿lo multilateral como inspiración?

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Gilberto Aranda y Sergio Toro
Por : Gilberto Aranda y Sergio Toro Académico de los Instituto de Estudios Internacionales de las Universidades de Chile y de la Universidad Arturo Prat; y abogado de la Universidad de Valparaíso, LLM, MPA y Diplomático de Carrera.
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Lo que caracteriza a la dinámica multilateral es el compromiso de los actores con los medios que se ajustan al logro de fines determinados. Los medios desplegados se basan principalmente en la palabra (logos), que se transforma en «diá-logos» y «multi-logos», acompañada de credibilidad (ethos) y sensibilidad (pathos). El despliegue de estos medios adquiere sentido en la búsqueda del “consenso”. Después de todo, ninguna democracia puede sobrevivir “sin cierta forma de consenso respecto de la adhesión a valores ético-políticos que constituyen sus principios de legitimidad y a las instituciones en las cuales se inscriben” (Mouffe, 2018: 119). Lo anterior no significa que las diferencias se extingan, sino que su encuadre tiene lugar dentro de un agonismo que, reconociendo la existencia de diferencias contrastantes –en lugar del schmittiano guión de antagonismos amigos/enemigos–, no impiden la “puesta en común”.


En las distancias y proximidades también hay un lenguaje, a veces casi imperceptible, afirmaba Edward Hall en La dimensión Oculta (1966). Y también hay lugares que, a través de su aurora natural, invitan a abreviar la distancia para propiciar la conversación. Es lo que pasa, por ejemplo, con el Jardín de Rosas o el Café Viena en el complejo de Naciones Unidas en Nueva York o en el Parque Ariana que rodea las instalaciones de la Oficina de Naciones Unidas en Ginebra. Se trata de espacios creados precisamente para dar una oportunidad a la palabra, tal vez a un breve diálogo, cuando no a una conversación que pone fin a la distancia en sala y al protocolo del rito y que, eventualmente, tiene la potencia de desactivar las defensas y ofrecer un sendero, por estrecho que sea, hacia la confianza mutua. El multilateralismo conoce bien esa secuencia virtuosa del entendimiento humano: palabra, diálogo, conversación, confianza mutua, negociación, concesiones recíprocas, equilibrios semánticos, caveats, ambigüedad constructiva y la creación del consenso sobre los medios y fines comunes.

“Yo soy yo y mi circunstancia”, decía Ortega y Gasset. Hoy la circunstancia mundial es una pandemia que ha disminuido aquellos locus que fungen de puentes entre personas que piensan, viven y sienten de forma diferente. En Chile, la Convención Constitucional abrió un proceso histórico inédito, con 155 convencionales que se han preparado desde hace meses, algunos por años, para participar en forma directa de la construcción de Chile desde la norma jurídica fundamental. Estamos todos expectantes y la mayoría, como nosotros, permanecemos optimistas.

La pluralidad de convencionales, elegidos conforme al sistema electoral D’Hondt, que privilegia la elección por listas sobre las personas –con criterios de paridad de género, escaños reservados a pueblos indígenas, y con condiciones óptimas para la participación de independientes–, es una fortaleza en términos de la representatividad y legitimidad de un Chile que, desde la recuperación del sistema democrático en 1990, ha multiplicado su diversidad interior como resultado del profundo cambio cultural experimentado a nivel doméstico e internacional. Esto debe ser interpretado en momentos en que la cuestión de la “sociedad del riesgo” (Beck, 1992) es más visible que en el pretérito inmediato, tanto por las persistencias de ciertas exclusiones y el aumento de la precariedad laboral, así como por ese Cisne Negro llamado pandemia, por lo que la tarea de hacer comunidad en medio de un ambiente hostil (Bauman, 2001) resulta un imperativo mayor.

[cita tipo=»destaque»]En el multilateralismo no hay verdades absolutas. El que denuesta se denuesta; el que agrede se agrede; el que grita se grita. Si no hay resultados, es el bien común superior el que asume el mayor perjuicio. Como hábitat multilateral, la Convención Constitucional requiere conversación (to be a good listener is an asset) y, en algunos casos, concesiones recíprocas. La esperanza es que la nueva Carta Magna, fruto del consenso más amplio, valide su eco político-social por las próximas décadas.[/cita]

En este sentido, es bueno recordar que hace pocos días se publicó en este mismo medio la columna “Sobre el diálogo en el proceso constituyente”. Sus autores son un grupo de profesionales cuyo esfuerzo fue, si lo interpretamos bien, poner a disposición de los constituyentes sus conocimientos relativos a los procesos de mediación, negociación y resolución de conflictos. El presente artículo tiene esa misma finalidad: contribuir y acompañar con lo que pensamos, tenemos y poseemos; en este caso, se trata de ideas, conceptos, experiencia y buena fe.

La pregunta que incita a esta contribución es: ¿Cómo ayudar a compatibilizar la riqueza que representa la diversidad de la Convención Constitucional con un diálogo constante y sincero que se revela como requisito sine qua non para la formación del consenso necesario que dará vida a ese acto creativo llamado Constitución Política de Chile?

Lo que transmitimos a los constituyentes a través de estas letras de paz, desde la academia y la práctica profesional, es una invitación: dejarse inspirar por la diplomacia, específicamente por la diplomacia multilateral, como parte de las mejores prácticas y herramientas que pueden coadyuvar al cumplimiento cabal y oportuno del mandato popular. El multilateralismo, como un espacio de diálogo en la diversidad destinado a asumir desafíos comunes, es una actividad humana que se fue perfeccionando desde tiempos inmemoriales y cuyas últimas manifestaciones se encuentran en el Congreso de Viena (1815), la Sociedad de las Naciones (1914) y esa obra monumental llamada Organización de Naciones Unidas (1945).

Si el multilateralismo refleja un significado complejo, se puede utilizar simplemente la palabra “cooperación”; esa cooperación que múltiples actores están dispuestos a entregar como entendimiento común para alcanzar un objetivo también común que es superior al de las partes que lo crean. El multilateralismo siempre se ha desenvuelto en la diversidad: de vestimentas, idiomas, gestos, culturas, pensamientos, formas de actuar y de pensar. La diversidad nunca ha sido un obstáculo para los acuerdos.

Aunque se suele contraponer el multilateralismo (entendimiento común que puede dar lugar a una acción colectiva) al unilateralismo (entendimiento singular que puede dar lugar a una acción individual), también existe una práctica multipolar que apunta a esferas o espacios de concertación o influencias polares, que a menudo reflejan identidades esencializadas. En los espacios multilaterales los grandes se hacen sentir, pero no hay que engañarse: los países pequeños y medianos tienen representación, voz y voto, y existe la posibilidad cierta de que, si unen y articulan sus voluntades, pueden incluso tener “incidencia” o llegar a ser “actores”. En el multilateralismo todos los países son más iguales, ha dicho Juan Somavía.

¿Pero cómo puede ayudar concretamente nuestra experiencia multilateral internacional en el proceso constituyente local? Sostenemos que la dinámica convencional podría considerar las prácticas multilaterales para poder cumplir el mandato popular. Es posible que los constituyentes desconozcan, en todo o parte, que el ejercicio que están realizando es técnicamente un proceso multilateral. Más que un conflicto a resolver, el objetivo es el acto creativo prospectivo.

El proceso por el cual la nueva Constitución Política de Chile será elaborada, discutida y, en el mejor de los escenarios, aprobada, no difiere de aquel proceso multilateral por el cual se elaboró, discutió y aprobó la Carta de Naciones Unidas en el marco de la Conferencia de San Francisco en 1945, la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible en 2015 o el Acuerdo de Paris sobre Cambio Climático en 2016. Son todos casos de procesos multilaterales exitosos. El multilateralismo se encuentra fuertemente signado por una sociedad global que, como dice Nussbaum (2019), se encuentra en movimiento y es enfáticamente cosmopolita y cuya traducción en los entornos domésticos es de multiculturalidad (Kymlicka, 1995).

Lo que caracteriza a la dinámica multilateral es el compromiso de los actores con los medios que se ajustan al logro de fines determinados. Los medios desplegados se basan principalmente en la palabra (logos), que se transforma en diá-logos y multi-logos, acompañada de credibilidad (ethos) y sensibilidad (pathos). El despliegue de estos medios adquiere sentido en la búsqueda del “consenso”. Después de todo, ninguna democracia puede sobrevivir “sin cierta forma de consenso respecto de la adhesión a valores ético-políticos que constituyen sus principios de legitimidad y a las instituciones en las cuales se inscriben” (Mouffe, 2018: 119). Lo anterior no significa que las diferencias se extingan, sino que su encuadre tiene lugar dentro de un agonismo que, reconociendo la existencia de diferencias contrastantes –en lugar del schmittiano guión de antagonismos amigos/enemigos–, no impiden la “puesta en común”.

El consenso multilateral no es unanimidad, sino una etapa de la conversación-negociación en la que múltiples actores se reconocen en una coordenada específica que pasa a iluminar “lo común que nos une”. El multilateralismo no es solo la relación sujeto-objeto, sino también un movimiento dialéctico ascendente basado en ideas y el uso de la palabra oral y escrita, encaminado hacia ese punto de encuentro llamado “consenso”. El consenso es, entonces, un espacio-tiempo en el cual los actores perciben que todos han hecho un esfuerzo para ajustar sus puntos de vistas y que las fórmulas verbales reflejan esa adaptación. Es un espacio-tiempo donde los partícipes ceden –sin renunciar a sus valores– para realizar el fin común. Stricto sensu, en los hábitats multilaterales se negocian palabras, frases, verbos rectores y transitivos, adjetivos, predicados, objetos y sujetos. Si no hay consenso, entonces se aplica la regla de la mayoría.

La combinación de logos, ethos y pathos informa el multilateralismo moderno. Los constituyentes están en el mejor de los hábitats multilaterales, porque en los ambientes fragmentados, los consensos o mayorías se construyen temáticamente por medio de una geometría variable basada en acuerdos transversales que trascienden el grupo identitario primario. Una modalidad funcional es la creación de “grupos afines”, que adoptan muchas veces la denominación general de “Grupo de Amigos”.

Así, por ejemplo, Chile participa en el marco de Naciones Unidas, entre otros, en el “Grupo de Amigos de los países de Renta Media”, “Grupo de Amigos de Seguridad Alimentaria y Nutrición”, “Grupo de Amigos del Español”, “Grupo de Amigos por la Igualdad de Género”. Lo que caracteriza a los “Grupos de Amigos” es la promoción de temas de interés común dentro de una diversidad en origen. El concepto de “Grupo de Amigos” podría ayudar a los constituyentes, en la medida que sean grupos transversales: “Grupo de Amigos de los Derechos de los Niños”, “Grupo de Amigos de la Diplomacia y las Relaciones Internacionales”, “Grupo de Amigos del Desarrollo Sostenible”, podrían ser solo ejemplos. Los Grupos de Amigos son zonas de encuentro y, en la medida que sean transversales, ayudan a crear confianzas mutuas.

En el multilateralismo no hay verdades absolutas. El que denuesta se denuesta; el que agrede se agrede; el que grita se grita. Si no hay resultados, es el bien común superior el que asume el mayor perjuicio. Como hábitat multilateral, la Convención Constitucional requiere conversación (to be a good listener is an asset) y, en algunos casos, concesiones recíprocas. La esperanza es que la nueva Carta Magna, fruto del consenso más amplio, valide su eco político-social por las próximas décadas.

Finalmente, cabe anotar que el formato escogido para la Convención Constitucional conlleva desafíos importantes. El tiempo asignado es más bien breve. La contingencia desvía la concentración en el logro del mandato. La ausencia de un Café Viena, Parque de Ariana o Jardín de Rosas resta el espacio de pausa y encuentro causal o designado para los diálogos que nutren toda conversación encaminada al consenso. Nadie dijo que iba a ser fácil. Este es el otro nombre que tiene nuestra patria.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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