Producto de la grave sequía que azota a gran parte del país, han surgido relatos y demandas ciudadanas que exigen poner fin a cultivos agrícolas por un supuesto consumo hídrico excesivo y un negativo impacto ambiental, dejando de lado la evidencia científica a la hora de buscar soluciones. En este contexto me gustaría referirme al cultivo de la palta —que como ingeniero agrónomo llevo décadas analizando científicamente— el que creo ha sido criticado injustamente, pero que ha visto un respiro con nuevos análisis que contribuyen al debate.
Hace algunas semanas los medios cubrieron positivamente los resultados de un estudio que analizó la producción de estos cultivos en Chile, realizado por el Centro Regional del Agua para Zonas Áridas y Semiáridas de América Latina y el Caribe (CAZALAC), organismo patrocinado por la Unesco. Además de destacar lo valioso que es contar con este tipo de estudios para una discusión informada y honesta, lo más relevante son sus conclusiones en base a un trabajo empírico en zonas muestrales de alta representatividad.
El estudio concluye que el cultivo de paltas Hass en Chile hace un uso “eficiente y adecuado” del agua, producto del enorme esfuerzo por tecnificar el riego en casi el 100% de su área plantada. Junto a ello, demuestra que sus plantaciones son capaces de dar soporte y ayudar en la mantención de un ecosistema nativo que se encuentra en riesgo de degradación producto de la megasequía. Si bien cambia la vegetación existente en la ladera, su reemplazo a largo plazo es positivo ya que genera un suelo con mayor cobertura vegetal que presenta una alta biodiversidad y un elevado volumen de hojarasca, lo que reduce el riesgo de erosión y capta enormes cantidades de CO2. Y con ello, se frena el avance de la desertificación, lo que las especies nativas no son capaces de contrarrestar por sí solas.
En términos ambientales, al ser una especie perenne, la absorción de CO2 de la atmósfera y la subsecuente liberación de oxígeno por parte de las plantaciones de paltos adultos provoca durante todo el año un efecto ecológico positivo, lo que ayuda a contrarrestar el efecto invernadero de forma superior al de las especies nativas.
Los resultados de CAZALAC reafirman otros estudios en la materia como los trabajos realizados por el INIA en 2010 y 2011. Este organismo midió la huella de carbono de estos frutales determinando que tienen un balance positivo, lo que es relevante en un contexto de cambio climático dado que contribuye a disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero. En un segundo trabajo midió la huella hídrica de los paltos en distintas regiones (IV, V y RM), arrojando que su consumo de agua es en promedio de 420 litros por kilo, una huella hídrica media similar a otros frutales, que está muy por debajo de otros cultivos; e incluso es mucho menor que otros productos de consumo como los alimentos procesados y la ropa, que no han tenido la misma atención.
Junto a ello, es igualmente relevante destacar que la investigación pone de manifiesto que los paltos representan una actividad económica que crea trabajo permanente, en cumplimiento de las orientaciones de la Convención de las Naciones Unidas, lo que adquiere especial relevancia en el escenario económico actual marcado por la pandemia.
Sin duda que queda camino por avanzar en la gestión hídrica de la agricultura dado el contexto de megasequía. No obstante, se debe tener en cuenta la información científica ya existente, que en este caso corrobora que el cultivo de palto es sustentable medioambientalmente. Los debates se tienen que dar, pero de manera informada. Como bien sabemos, muchas veces los datos matan los relatos.