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Inflación simbólica Opinión

Inflación simbólica

Daniel Chernilo
Por : Daniel Chernilo Profesor Titular de Sociología en la Escuela de Gobierno de la Universidad Adolfo Ibáñez en Santiago y Director del Doctorado en Procesos e Instituciones Políticas.
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Al igual de lo que sucede con el dinero que circula en la economía, el prestigio del que gozan líderes e instituciones circula en la sociedad. Algunos tienen más y otros menos, algunos lo acaparan y otros despilfarran, pero nadie puede acumularlo todo ni para siempre. Por cierto, el prestigio no se puede cuantificar con el nivel de precisión del dinero y la credibilidad pública es posiblemente incluso más volátil que los fondos a disposición en la cuenta corriente. Aun así, cuando ambos circulan tan rápidamente y sin un correlato con la economía y la sociedad reales, se crea una espiral inflacionaria de la que es difícil salir. 


La abrupta caída en la popularidad del Gobierno en sus primeras seis semanas se asemeja bastante a la caída en la aprobación que desde hace meses viene sufriendo la Convención Constitucional. Para explicar ambas, se suele apelar a una serie de razones. Cuando el tono es autocomplaciente, se acusa la existencia de una campaña en su contra, de medios que buscan hacerlos fracasar; cuando la preocupación es autoflagelante, se mencionan la inexperiencia, los “autogoles” y la necesidad de comunicar mejor lo que se hace. Nadie podría dudar de que hay algo de verdad en ambas posiciones, pero no son todo.

Tanto la Convención como el Gobierno tomaron la decisión de apelar constantemente a una serie de símbolos como forma de demostrar públicamente sus compromisos y lealtades más sentidas. Cada frase y cada gesto, cada rito, vestimenta, collar o pulsera, es presentado como la expresión sentida, cuidada y muy posiblemente genuina de las convicciones con las que se asumen las responsabilidades públicas. En sí mismo, nada de eso es un problema. Además de mostrar preocupación y compromiso, es una forma de expresar el hecho social fundamental de que Chile está efectivamente inmerso en un proceso de cambio social que es deseado por la gran mayoría de los ciudadanos.

[cita tipo=»destaque»]La razón principal por la que estos discursos fundacionales envejecen rápido y mal, es porque la apelación a la pureza simbólica es un viaje solo de ida.[/cita]

Por un lado, el esfuerzo inicial por marcar el sello propio es algo que todos los gobiernos e instituciones deben hacer. La “invención de la tradición” es un concepto acuñado por los historiadores Terence Ranger y Eric Hobsbawm justamente para graficar el hecho básico de que en las sociedades modernas todas las tradiciones son, en realidad, una puesta en escena del pasado con el propósito de adecuarlo a una realidad siempre en cambio. Por el otro, la forma en que el gobierno ha decidido hacer de los símbolos el centro de su acción política corre el riesgo del crecimiento tremendo de las expectativas que eso genera. Cuando cada detalle tiene tanto valor en sí mismo, es muy difícil después redimensionar, recalibrar, el éxito o fracaso de las propuestas sustantivas. Cuando cada promesa de campaña se justificó apelando a convicciones éticas, todas las inevitables acomodaciones posteriores no pueden ser vistas sino como una traición.

Esta razón explica que, para las distintas religiones, seguir los ritos al pie de la letra es tan fundamental: la pureza de símbolos y prácticas es difícil de distinguir de los valores sustantivos. Pero en la política hay una línea muy delgada entre, por ejemplo, la “informalidad” de no usar corbata y el “desorden” de un Gobierno que parece no saber lo que está haciendo. La dificultad proviene del hecho de que, cuando el símbolo antecede y domina a la política, las acciones posteriores serán siempre deficitarias. La razón principal por la que estos discursos fundacionales envejecen rápido y mal, es porque la apelación a la pureza simbólica es un viaje solo de ida.

Al igual de lo que sucede con el dinero que circula en la economía, el prestigio del que gozan líderes e instituciones circula en la sociedad. Algunos tienen más y otros menos, algunos lo acaparan y otros despilfarran, pero nadie puede acumularlo todo ni para siempre. Por cierto, el prestigio no se puede cuantificar con el nivel de precisión del dinero y la credibilidad pública es posiblemente incluso más volátil que los fondos a disposición en la cuenta corriente. Aun así, cuando ambos circulan tan rápidamente y sin un correlato con la economía y la sociedad reales, se crea una espiral inflacionaria de la que es difícil salir.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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