Publicidad
¿No lo vimos venir? Opinión

¿No lo vimos venir?

Piergiorgio di Giminiani y Marcelo González Gálvez
Por : Piergiorgio di Giminiani y Marcelo González Gálvez Académicos de la Escuela de Antropología de la Pontificia Universidad Católica de Chile.
Ver Más

Mientras escribimos estas palabras, sigue el menosprecio de ciertas voces hacia el rechazo popular. En ese relato, el pueblo no sabe a lo que aspira y, si lo hace, se encuentra totalmente envuelto en un deseo individualista y siútico que lo lleva a desear sucedáneos de los servicios provistos en el barrio alto. Reconocemos que es fácil escribir ex post facto y que, ante las muchas señales ocurridas en el proceso, relacionadas con intransigencia y maximalismo, no tuvimos la valentía necesaria para discutirlas con claridad en el momento. Preferimos mirar a los convencidos de ambos lados y reducir todo a una cuestión de comprensión y fake news, o una elección polar entre un nuevo y un viejo modelo. No lo vimos venir esta vez. Nos olvidamos de las aspiraciones de muchos, y las excluimos de lo moral y políticamente válido. Tanto en el contexto constitucional como la vida democrática en general, si es que hay que comenzar de algún lado, tal vez podemos partir repensando la aspiración como una manera de vivir en sociedad, en la que solidaridad y éxito económico individual no deben ser mutuamente excluyentes. Como investigadores y simpatizantes del mundo progresista, no podemos permitirnos seguir hablando del pueblo sin que reconozcamos sus aspiraciones en toda su complejidad. Ese debiese ser nuestro deber y nuestra aspiración.


Todas las mañanas, camino a uno de los campus donde se educa parte de la elite chilena, atestiguamos una estructura que sobresale en tamaño del resto de las casas de una población santiaguina. Fuera de la estructura, filas de jóvenes y niños acompañados por sus padres, uniformados con faldas entablilladas y poleras polo impecablemente planchadas, esperan su turno para pasar por el protocolo COVID de ingreso a su colegio. El establecimiento en cuestión, de régimen particular subvencionado, tiene fama de ser el mejor del sector, repleto de estudiantes con familias preocupadas y presentes, con un rendimiento relativamente aceptable en las pruebas estandarizadas ministeriales, y con un cierto énfasis en la enseñanza del inglés que se denota en su nombre: Stellar College.

Horas después del apabullante rechazo que tuvo la propuesta de nueva Constitución, y estando aún abrumados por la derrota de nuestra opción, no hemos podido dejar de pensar en el Stellar College, y cómo, en lo que encarna, podría estar una parte importante de cualquier interpretación sobre lo sucedido. En fútbol se dice que siempre es más fácil opinar con el diario del lunes, pero no es esa nuestra intención, sino ofrecer una reflexión retrospectiva sobre el proceso y su resultado, particularmente ahora que campean las explicaciones culpando a la campaña de desinformación, a la ignorancia del pueblo, y al deseo de alienación del explotado, por el fracaso de un texto que, desde el sentido común progresista, parecía rozar la perfección.

El problema, siguiendo con la metáfora futbolística, es que es distinto perder 1-0, con un gol dudoso en el último minuto del partido, que perder 5-0 después de que te hicieron 4 goles en la primera media hora. Y cualquier director técnico que no quiera entender esto tiene los días contados.

[cita tipo=»destaque»]Aspiración no es esperanza o fantasía, es un horizonte cambiante sobre nosotros mismos.[/cita]

En los últimos años hemos dedicado parte importante de nuestros esfuerzos investigativos a estudiar el microemprendimiento, un fenómeno menospreciado en general por las ciencias sociales, usualmente porque encarnaría esa figura reaccionaria que no tiene ninguna motivación política explícita, ni tampoco un proyecto que en lo sustantivo pueda ser considerado como colectivo. Nos parece curioso, por decir lo menos.

El emprendimiento y la innovación constituyen un discurso que avanza a pasos agigantados en distintos grupos sociales, y que se halla legitimado como el motor fundamental del crecimiento y el progreso a nivel oficial. A nosotros, entre muchas otras cosas, lo que la práctica etnográfica sobre el microemprendimiento nos ha enseñado es la existencia de una atención primordial sobre el mejoramiento personal constante, que tiende a ser valorada, por los mismos emprendedores, más que los resultados materiales supuestos que buscaría cualquier proceso que implique emprender. Según la Encuesta de Microemprendimiento 2019 del INE, existían 2.057.903 personas microemprendedoras en el país, y muchas de sus iniciativas corresponden a actividades comerciales que solo recientemente han sido repensadas como empresariales. Gran parte de ellas están destinadas a desaparecer pocos meses después de iniciarse, mientras otras seguirán surgiendo, en un escenario que asume la flexibilidad y la capacidad de reponerse a la adversidad como elementos centrales.

De hecho, cursos de capacitación en distintas materias que son ofrecidos a incipientes emprendedores por oficinas municipales y corporaciones de distinta índole frecuentemente se desmarcan de un foco técnico para abarcar toda la esfera social e íntima del microemprendedor, enfatizando la importancia de aprender a fracasar y seguir con esperanza en la propia capacidad mediante la inventiva, la creación de redes adecuadas y el esfuerzo constante. La figura del microemprendedor, desdeñada en ciertas esferas progresistas dentro y fuera de la academia, en tanto escenificaría un individualismo neoliberal, no es patrimonio de ningún sector político, a pesar de que ha sido capitalizada con éxito por partidos recientemente creados con una orientación explícita posideológica. Los afanes de muchos microemprendedores se enmarcan en la igualdad de condiciones, en una meritocracia que no naturalice el éxito individual, sino que sepa reconocer privilegios y desventajas, permitiendo a cada uno avanzar en la medida de sus propias posibilidades.

Entre muchas otras cosas, el microemprendimiento y su expansión nos han permitido repensar ciertas dimensiones de la política. Horas después del plebiscito, quien habla del fracaso de la propuesta constitucional de la Convención refiere principalmente a la impopularidad de las normas referidas al aborto, a la plurinacionalidad y todos sus derivados, o a ciertas ambigüedades relativas a la propiedad de los inmuebles o fondos de pensiones. Sin embargo, ¿qué pasa si hay otras aspiraciones trastocadas inadvertidamente por el texto? Cuando pensamos en Stellar College y en lo que encarna, o en los centros médicos que proliferan en los malls, que atienden con bonos Fonasa en modalidad de libre elección, muchas veces se ve una ausencia del Estado aprovechada por privados, o de plano una actitud “aspiracional”, en un sentido peyorativo.

No obstante, ¿qué ocurre si observamos lo mismo en clave microemprendedora? Desde esta perspectiva se valora, como un logro y como una meta, el ser capaz de proveerse lo que se considera son cada vez mejores servicios, poder acceder progresivamente a bienes de mayor estatus, y con ello adquirir crecientemente mayores oportunidades y reconocimiento social. Desde esta lógica, el Stellar College deja de ser lo que entendíamos, y pasa a ser una posibilidad concreta de avanzar, de ser mejor. Acá hablaríamos de aspiración, pero en otro sentido.

En el microemprendimiento la aspiración no es solo un proyecto económico, sino también uno moral construido de relaciones comerciales y afectivas con el entorno. Como señala la filosofa Agnes Callard, en su libro que lleva por título este mismo concepto, la aspiración es un proceso de racionalidad práctica dirigido a incorporar valores que nos constituyen como sujetos, que nos permite aprender sobre nosotros y ajustar nuestras trayectorias de vida de manera reflexiva. Aspiración no es esperanza o fantasía, es un horizonte cambiante sobre nosotros mismos.

Mientras escribimos estas palabras, sigue el menosprecio de ciertas voces hacia el rechazo popular. En ese relato, el pueblo no sabe a lo que aspira y, si lo hace, se encuentra totalmente envuelto en un deseo individualista y siútico que lo lleva a desear sucedáneos de los servicios provistos en el barrio alto. Reconocemos que es fácil escribir ex post facto y que, ante las muchas señales ocurridas en el proceso, relacionadas con intransigencia y maximalismo, no tuvimos la valentía necesaria para discutirlas con claridad en el momento. Preferimos mirar a los convencidos de ambos lados y reducir todo a una cuestión de comprensión y fake news, o una elección polar entre un nuevo y un viejo modelo.

No lo vimos venir esta vez. Nos olvidamos de las aspiraciones de muchos, y las excluimos de lo moral y políticamente válido. Tanto en el contexto constitucional como la vida democrática en general, si es que hay que comenzar de algún lado, tal vez podemos partir repensando la aspiración como una manera de vivir en sociedad, en la que solidaridad y éxito económico individual no deben ser mutuamente excluyentes. Como investigadores y simpatizantes del mundo progresista, no podemos permitirnos seguir hablando del pueblo sin que reconozcamos sus aspiraciones en toda su complejidad. Ese debiese ser nuestro deber y nuestra aspiración.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias