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Kervendy Alexandre (2008-2023) In memoriam Opinión

Kervendy Alexandre (2008-2023) In memoriam


Este miércoles, en el patio 155 del Cementerio General se efectuaron los funerales de Kervendy Alexandre. Murió al ahogarse en la piscina municipal de Pedro Aguirre Cerda el pasado sábado 11 de febrero, en circunstancias que se investigan. Había cumplido 15 años el 25 de enero.

A Kervendy lo conocimos en 2015, cuando tenía unos siete años. Tenía movilidad reducida en uno de sus brazos y una de sus piernas. Lidiaba con ello a la hora de los juegos, paseos y trayectos de ida y regreso. Nos enseñó a pronunciar su nombre.

Él era un activo participante de los talleres de ocio creativo que la organización haitiana OCACH hacía los sábados en la mañana para las infancias de su comunidad, hasta antes de la pandemia. En ese tiempo, en la población La Victoria. Había nacido en Haití y tuvo que aprender español al empezar la escuela en Chile. Era comunicativo y amable.

De acuerdo con lo reportado por la prensa, se deben esclarecer las causas de su muerte y determinar las responsabilidades que estarían implicadas. Según señala una testigo, antes que un accidente, Kervendy habría muerto por la omisión o denegación del debido auxilio:

El salvavidas corrió hacia el niño y después se devolvió, y dejó al niño ahí ahogándose, y los niños pedían “¡ayuda, ayuda!” […] Pasó que él estaba pidiendo ayuda y les dijo a los salvavidas, y los salvavidas estaban preocupados de otras chicas. Una persona “X” lo sacó del agua y ya habían pasado 5 minutos del tema, y ahí ya después, ni siquiera le hicieron RCP ni nada, porque lo dejaron ahí tirado en el suelo (Chilevisión Noticias, 12 de febrero de 2023 [01:52- 02:25]).

Nos desgarra la partida de Kervendy. Más que insistir en una reflexión de largo aliento, apremia que se dé atención al caso. Poner sobre la mesa cómo y por qué no se habría reaccionado a tiempo, teniendo en cuenta la facilidad con la que el desapego sustituye a la pulsión.

Lloramos como tragedia pérdidas irreparables pero evitables; habitamos el lamento y continuamos: naturalizamos u olvidamos. Esto nos recuerda a cuando José Saramago escribió sobre la exhibición fotográfica de Javier Bauluz titulada “Muerte a las puertas del paraíso”, que retrataba en un mismo encuadre la coincidencia de bañistas y cadáveres de migrantes naufragados en la playa de Zahara de los Atunes (Cádiz) en 2000. Principalmente, nos remite a los escenarios que ahí plantea el Premio Nobel de Literatura:

Que los bañistas acudan y lo rodeen compasivos, pero eso no durará mucho porque la compasión, como sabemos, se cansa fácilmente. Que los bañistas, tocados en su sensibilidad, enrollen la toalla y regresen a casa, pero eso significaría perder las últimas horas de playa porque, como igualmente sabemos, el mundo va a acabar mañana. Que los bañistas sigan en lo suyo, ya que el muerto, muerto está. (En López, 2013).

Kervendy no ha sido el primer niño haitiano que muere ahogado en una piscina pública. El 26 de enero de 2020 falleció Emmaus Louis, de 6 años, en la comuna de Quilicura. Vuelven las mismas preguntas surgidas en torno al fallecimiento de Joane Florvil en 2017, joven madre, cuya detención se gatilló por una llamada desde una Oficina de Protección de Derechos de la Infancia; mismo año que muere en la intemperie Benito Lalane, sin que nadie se enterara del frío y las condiciones en las que vivía. En 2019, se desvaneció irreversiblemente en la calle Rebeka Pierre, médica haitiana con un embarazo avanzado. La vida de Joseph Henry, hombre de 40 años llegó a su fin en 2018, luego de padecer dos días en el aeropuerto Arturo Merino Benítez, hasta que alguien se detuvo a prestarle auxilio.

La partida de Kervendy deja a una familia devastada. Su madre está embarazada y su hermana menor está por iniciar quinto básico con un traumático duelo a cuestas. Esta última, fue testigo de lo ocurrido en la piscina municipal. Ellas merecen el debido trato, reconocimiento y apoyo de  las autoridades, organismos y organizaciones encargadas de administrar justicia, de velar por los derechos de las infancias, los de las personas inmigradas y de aquellas con discapacidad. Indagar en torno a las circunstancias de este deceso, debiera remover algo en nuestras conciencias y en la predisposición para actuar con lucidez antirracista y de sentido de lo humano, ante cadenas que se narran como confusos hechos, y decantan objetivamente en la muerte. Solo el lamento no vale.

La muerte de Kervendy nos abruma. Nos trae el horror de vernos en la negligencia colectiva de ser espectadores de su partida. Nos enrostra la importancia de verlo, hacerlo presente, de darle un lugar, de preguntarnos por su banco de clases vacío, por quienes  quedan sin él. Nos lleva a pensar en las condiciones estructurales y culturales que hacen que nuestra sociedad resulte de esta forma y no de otra.

Kervendy no fue salvado. Por ahora nos quedamos con la sensación de que no se le extendió la mano para auxiliarle, ni para asegurar su acceso y disfrute de un espacio público como niño con discapacidad.

Su vida nos importa y queremos restituirle el lugar que le corresponde. Queremos  saber lo que ocurrió esa tarde, esperamos justicia y reparación para su familia. Trabajaremos para que su memoria se transforme en políticas de reconocimiento, para que las niñas y niños como Kervendy puedan crecer en paz,  en garantía y dignidad de derechos; para que tomemos conciencia de la fragilidad de la vida y de la potencia de cuidarla. Todas las vidas lo valen.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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