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Los legisladores, el proceso constituyente y los mejores árbitros del mundo Opinión

Los legisladores, el proceso constituyente y los mejores árbitros del mundo

Pablo Cox Vial
Por : Pablo Cox Vial Prof. Asociado Universidad de Valparaíso Neurorradiólogo Hospital Carlos Van Buren
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Alhambra Nievas fue elegida la mejor árbitra del mundo el 2017, fue la primera mujer en arbitrar un partido internacional masculino de rugby entre las selecciones de Finlandia y Noruega. Les dio la espalda, levantando su brazo, a 15 tipos enormes a quienes sancionó con un penal en contra, tranquila sin miedo. Todos ellos retrocedieron 10 yardas en silencio, mascullando, pero en actitud de respeto.

Nigel Owen ha sido elegido uno de los mejores árbitros del mundo en la historia del rugby. Este hombre que intentó suicidarse a los 11 años al no poder o querer asumir su sexualidad, fue elegido el mejor en un ambiente aparentemente machista y primitivo. Públicamente asumió que era gay el año 2007, nada fácil en esa época y en este entorno. ¿Qué lo caracteriza y genera admiración mundial en el medio de la ovalada? Su serenidad y decisión en el cobro, “… como si fuera un maestro de escuela aprovechando de enseñar”. Su diálogo respetuoso pero severo con el que comete la falta y su sagacidad para identificar al que intenta simular una falta, aclarándole que si vuelve a cometer semejante deshonestidad, ”… no volverás a jugar en 2 semanas”.

En un deporte de alto contacto físico donde se pueden producir severas lesiones, tiene que existir disciplina y respeto. Respeto por el adversario y el árbitro, sin ellos no se puede jugar. No soy el más indicado para predicar esto. En el primer partido que jugué de niño, el árbitro me sancionó un penal. Acostumbrado al fútbol, me acerqué a alegarle. Nos hizo retroceder 10 yardas. Volví a encararlo y nos hizo retroceder otras 10 yardas. Todos mis compañeros de equipo me retaron, me tuve que quedar callado y retroceder. Al poco rato consideré que un adversario me había pegado un tacle alto e intenté pegarle, pero el árbitro me paró en seco, me sacó tarjeta amarilla y me sacó de la cancha por 10 minutos, “… para que te calmes y veamos si puedes seguir jugando, si no te vas para las duchas”. Era flacuchento, pero “aniñado” o más bien con problemas de control de impulso. En el equipo había otros que eran más altos, otros maceteados, gordos y chicos. Todos podíamos jugar y todos cumplíamos una función para el equipo. Por eso el reproche a mi actitud, yo estaba perjudicando al equipo. Mi rabia por la sensación de injusticia perjudicaba al colectivo.

La Constitución y las leyes son el acuerdo de una sociedad para poder vivir en comunidad. Significa entonces que se deben establecer reglas que todos estemos dispuestos a respetar y que tengamos que respetar para que podamos coexistir. Eso significa no pretender que los otros seres vivos deban desaparecer o quedar subyugados a mis intereses o pretensiones. Tenemos que estar de acuerdo en que exista alguien o algunos, que detenten la potestad para establecer la regla, decidir si se ha quebrantado y que la haga cumplir. En democracia serían poderes independientes. En su defecto, se requiere de una sociedad anarquista, con una capacidad de organización y autogestión que hasta la fecha no se ha dado a grandes escalas, ni siquiera en aquellos grupos devotos a alguna religión. Esto que suena sencillo es muy difícil cuando solo quiero ganar, que se cumpla mi objetivo o mi visión y termino cosificando al otro. 

A lo mejor, a la entrada del Congreso y de la próxima institucionalidad constituyente, habría que poner un cartel que existe en algunas canchas de rugby: “Le pedimos su más amplia colaboración, evite cualquier acción impropia. Aliente a su equipo guardando las formas, no insulte o menosprecie al rival, sea tolerante. El réferi siempre tiene razón y hay que respetarlo. Si usted no coincide con lo que está escrito, no concurra a presenciar un partido”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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