Publicidad
Cómo nos tocó vivir el exilio Opinión Créditos: Facebook Juan Guillermo Tejeda

Cómo nos tocó vivir el exilio

Juan Guillermo Tejeda
Por : Juan Guillermo Tejeda Escritor, artista visual y Premio Nacional "Sello de excelencia en Diseño" (2013).
Ver Más

Para quienes se mofen de lo que fue el dolor de exilio y persecución que sufrimos quienes conformamos una generación brillante que quedó dispersa y destruida por los hechos sanguinarios de 1973, para ellos o ellas nada, distancia y desprecio.


Una vez, en el transcurso de un almuerzo, terminé de tener tratos con un amigo, ahora ex amigo, a partir de un comentario ligero que hizo él reiteradamente sobre cómo vive un chileno en el extranjero, y sobre cómo nos tocó vivir el exilio a los que como apestados tuvimos que desaparecer del mapa so amenaza de pasar a integrar los listados de ejecutados o desaparecidos de Amnesty International.
Esa sonrisa divertida y frívola sin empatía alguna dando cuenta él, que no había estado allí, de mi estadía en Europa como si hubiese sido un viaje turístico, de placer, se me atravesó de manera insoportable, superior a mis fuerzas, no fue la primera vez que se lo escuché, y es verdad que en esos años aprendí muchas cosas y tuve acceso a lo que en el Chile subdesarrollado era más precario, por ejemplo librerías exquisitas con libros de precios muy agradables, museos famosos internacionalmente, pero todo eso se nos daba flotando en el vacío de la nada, sin redes, desprovistos de nuestros lazos familiares y amistosos de siempre, y sometidos a veces a la más cruel carencia de recursos, como cuando nació mi hija mayor y hubo una complicación clínica que se superó felizmente, pero dejé sin pagar una cuenta equivalente hoy a varios millones en el hospital especializado de unas monjas, y regresamos a nuestro miserable departamento en un pueblo obrero cercano a Barcelona, no teníamos nada pero salimos adelante, yo cogía el tren para ir a trabajar, por suerte gracias a Nelson Leiva tuve donde hacer clases de diseño, y llevaba de colación un pancito con sardinas que era lo más ínfimo que podía allí comer alguien.
Nunca me he quejado de nada, el exilio me lo gané por abanderizarme con unas banderas que me parecían un poco raras y a la vez propias de un corazón bien puesto, desde niño detesté la pobreza y las jerarquías soberbias, y esos sufrimientos los guardo allí, en mi corazón, los viví junto a mi amorosa de entonces que lo dejó todo en Santiago por acompañarme, y continuamos la vida, salimos adelante. Pero tal como no me quejo, no soporto la frivolidad de esos comentarios que quieren hacer aparecer como un gozo unos años de sufrimiento intenso vividos en países lejanos, años que transcurrieron sobre todo al principio pero en verdad siempre como sin banda sonora, en el vacío, sin conocer casi a nadie, sin formar parte de nada, sabiendo que en un tiempo largo no íbamos a volver a nuestros barrios y a nuestra gente ni ver la cordillera ni comer cazuela ni dulce de membrillo, perdonen ustedes lo folclórico de la frase.
Escuché esos comentarios infames muchas veces, ya de vuelta, por la tele, estaban también a veces en boca de quienes habían padecido la dictadura en el país, y formaba todo eso parte del guión que escribieron esos asesinos corruptos respecto de quienes vivimos un tiempo fuera de nuestra tierra como apestados, como leprosos y perdedores. Querían aplastarnos y humillarnos, detener nuestro latido, borrarnos de la historia.
He perdido algunas batallas en la vida y he ganado otras, y estoy orgulloso de haber vivido, de haber batallado a mi manera por lo que creí correcto, por ejemplo por ser un artista sin necesidad de ser un bicho raro marginal y desfinanciado, por dedicarme a lo que me gusta aunque sea un oficio mixto difícil de reconocer para algunos, por poner mi corazón al servicio de causas a lo mejor perdidas pero que a medio plazo o a largo plazo se van a transformar en ganadoras por su lógica natural, he estado instintivamente contra la injusticia, contra el sofoco religioso y heterón de la vida sexual, contra los colegios autoritarios y su cultura del bullying, contra el colonialismo, contra las ceremonias artísticas y culturales, contra la ansiedad por enriquecerse infinitamente los millonarios, contra la intromisión de las grandes empresas en los asuntos públicos, me pareció siempre que todo eso es una basura de la que finalmente nos vamos a librar, en fin, yo ya entiendo de qué se trata, no soy ningún héroe, simplemente siento lo que siento y trato de comunicarlo si así corresponde.
Afortunadamente pude regresar a Chile y seguir haciendo lo mío desde el lugar que me corresponde, no fue fácil, también hubo y aun hay en ese regreso mucha cosa ingrata. Todo esto es sin llorar.
Y para quienes se mofen de lo que fue el dolor de exilio y persecución que sufrimos quienes conformamos una generación brillante que quedó dispersa y destruida por los hechos sanguinarios de 1973, para ellos o ellas nada, distancia y desprecio.
***
* Esta opinión fue originalmente publicada en el Facebook de Juan Guillermo Tejeda. Ver AQUÍ
  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias