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El origen principal del golpe militar Opinión

El origen principal del golpe militar

Mario Waissbluth
Por : Mario Waissbluth Ingeniero civil de la Universidad de Chile, doctorado en ingeniería de la Universidad de Wisconsin, fundador y miembro del Consejo Consultivo del Centro de Sistemas Públicos del Departamento de Ingeniería de la Universidad de Chile y profesor del mismo Departamento.
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La historia se escribe en paletas de grises, no en blanco y negro como prefieren algunos. Con el correr de los años, terminé apreciando algunas de las políticas públicas de Pinochet en materia económica. Ciertamente no todas, pues su gobierno terminó en 1989 con cerca de 50% de personas bajo la línea de pobreza.


Desde la cancelación y defenestración de mi amigo Patricio Fernández a manos de las huestes nostálgicas del allendismo acrítico, se ha escrito un sinfín de columnas de opinión sobre este tema. Que si Allende fue un héroe o un inepto, un soñador o un comunista rabioso, y seguirá siendo así hasta la celebración del 50º Aniversario, que será tan polarizado o más que en décadas anteriores.

Lo que me ha sorprendido de la gran mayoría de estas columnas es el ombliguismo chilensis. Desde las declaraciones del PC hasta las de los habituales columnistas de El Mercurio, este fue un asunto de chilenos, por chilenos y para los chilenos. Falso. Chile estaba en el patio trasero de los EE.UU. en medio de la Guerra Fría, y desde el mismo día de la elección de Allende, su destino estuvo sellado. Nixon y Kissinger no iban a permitir otra Cuba en el continente americano. Claro, después vendrían los otros “detalles”, como la crisis económica, el ultrismo del PS, etc., pero, aunque no hubiera habido tanto desorden interno, la revolución con olor a empanadas y vino tinto estaba condenada desde antes de nacer. Buena parte de la jerarquía militar chilena había sido formada y entrenada en el Canal de Panamá por los militares americanos y era de un antimarxismo cuidadosamente inculcado. Los pocos militares que vacilaron fueron limpiamente purgados o muertos.

Como botón de muestra, una pequeña anécdota personal. Yo estuve exiliado por el dictador en México, desde 1975 hasta 1989, fecha de mi retorno al país. Ya dedicado al oficio de la consultoría, el Banco Interamericano de Desarrollo me contrató en 1995 para dar una asesoría a su oficina en Barbados, hermosa isla caribeña. El representante del banco era un gringo afable y simpático, aproximadamente de mi edad. Una noche me invitó a cenar a un grato restaurante a orilla del mar, y con el fluir de las cervezas nos contamos nuestros resúmenes de vida. Terminé contándole algunas de mis historias de exilio.

Con sonrisa socarrona me dijo: “Te contaré qué estaba yo haciendo el 11 de septiembre de 1973. Yo tenía tu edad a la fecha, o sea, unos 25 años, y era un miembro junior de la CIA, de bajo nivel, simplemente encargado del escritorio (desk) de Chile en Washington. Yo era el que enviaba y recibía los télex encriptados de ida y vuelta entre la CIA, los militares, y nuestra embajada en Santiago. En otras palabras, por mi escritorio pasó absolutamente todo lo que ocurrió antes, durante y después del golpe militar”.

Abrí los ojos como platos. “¡Por favor, cuéntame hasta el último detalle! Comienza por explicarme qué tan involucrada estuvo la CIA en el golpe militar”. Respondió “completamente. Lo planificamos desde marzo del 70, lo organizamos, y lo financiamos desde la huelga de los camioneros en adelante, hasta los detalles militares del día 11. Todo. Lo único malo fue que el plan consistía en que, a los seis meses del golpe, los militares llamaban a elecciones, ganaba la Democracia Cristiana y capítulo cerrado, pero a poco andar Pinochet nos mandó al demonio y siguió haciendo lo que él quería, con todo el resto de lo que tú ya sabes”. Pese a todos los intentos de los demócratas en Chile, y al disgusto de los gringos, Pinochet siguió aferrado al poder riéndose en sus caras.

Después de su arresto en Londres, al volver a Chile en el 2000 “por razones humanitarias debido a su deteriorada salud”, bajó del avión y se paró muy alegremente de la silla de ruedas en la pista de aterrizaje, saludando a sus huestes con el bastón. Esa escena en la tele le ha resultado tóxica a toda una generación de chilenos, y me incluyo.

Fue tan solo hasta 2004, 31 años después del golpe, que un juez dictaminó que Pinochet era médicamente apto para enfrentar un juicio y lo puso bajo arresto domiciliario. Pero el derrumbe final de su imagen en Chile, una vez más, se produjo gracias al Senado de Estados Unidos, que en aquel año develó la existencia de 127 cuentas relacionadas con Pinochet y su familia en el Banco Riggs de EEUU, por 27 millones de dólares. Eso sin contar con los Pinocheques girados a su hijito.

Muchos empresarios de la derecha chilena, que siempre habían hecho caso omiso como cómplices pasivos de sus violaciones de derechos humanos, nunca le perdonaron estos ratoneos después de haberlo apoyado financieramente todos esos años. Sus esposas mandaban a fundir sus anillos de oro y regalaban sus joyas para apoyar la heroica lucha contra el comunismo… que terminaban en las bóvedas de un banco en NY.

La historia se escribe en paletas de grises, no en blanco y negro como prefieren algunos. Con el correr de los años, terminé apreciando algunas de las políticas públicas de Pinochet en materia económica. Ciertamente no todas, pues su gobierno terminó en 1989 con cerca de 50% de personas bajo la línea de pobreza. Horrible. Crecimiento con extrema inequidad y segregación parece haber sido en la práctica su mantra y el de su equipo de Chicago Boys, pero la verdad es que crecimiento y liberalización de los mercados sí hubo y, a la larga, ya durante la Concertación, eso facilitó la salida de la pobreza de muchos millones de chilenos.

Tampoco santifico a Allende, pues nos condujo a una locura colectiva –que yo apoyé febrilmente– de pretender hacer la revolución marxista con el apoyo de una minoría de ciudadanos, en plena Guerra Fría y sin el apoyo de Moscú, que por cierto miró para otro lado. Allende tenía grandes propósitos que compartía y comparto hasta hoy, pero carentes de cualquier posibilidad práctica y menos aún política, con un proyecto social que después se derrumbaría en el muro de Berlín. Soy del grupo de personas de la izquierda chilena más adeptos a dialogar con la derecha económica, en búsqueda de un modelo social democrático de desarrollo, pero donde trazo una raya indeleble en el suelo y me niego rotundamente a dialogar, es con aquellos que le celebraron y siguen celebrando a Pinochet sus violaciones a los derechos humanos, incluso medio siglo después del golpe.

Con todo, la causa principal del golpe militar estaba ubicada en Washington y no en Santiago. Fuimos una pequeña pieza de ajedrez en una Guerra Fría que nos quedó muy grande.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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