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Nueva realidad, ¿nuevas cabezas? Opinión

Nueva realidad, ¿nuevas cabezas?

Renato Moretti
Por : Renato Moretti psicólogo y doctor en Sociología. Académico de la Facultad de Psicología UAH y miembro del Centro de Estudios en Ciencia y Tecnología CECTS UAH.
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La necesidad de memorizar refleja una escasez de saber objetivado.


A comienzos de la década pasada, Michel Serres escribió un hermoso y breve libro titulado Pulgarcita[1]. El autor hace ver la enorme diferencia entre las experiencias de los nacidos en el siglo XXI y las de sus padres y abuelos. A esta juventud, hijos e hijas de un mundo trastocado, queremos enseñar un saber hecho para otra época que, además, suele estar disponible por medio de la tecnología. Pero esta juventud ya “no tiene la misma cabeza” de sus ancestros.

Siguiendo a Serres, antes de la imprenta de tipos móviles, hacía falta contar con una cabeza bien abastecida si uno se dedicaba a una disciplina del saber. Pero desde los inicios de la Modernidad, con la difusión del libro y la proliferación de sus centros de acopio, ya no era necesaria una cabeza llena sino una cabeza bien formada: más que saber, una cabeza que supiera cómo saber. 

La necesidad de memorizar refleja una escasez de saber objetivado. Fahrenheit 451 nos mostró un mundo donde, gracias a la memoria, las obras impresas sobreviven a su destrucción. No vivimos en ese mundo, pero cabe la duda de si viviremos mucho tiempo más en el de la letra impresa. Nuestras ciudades están cubiertas de letras, pero pueden ser reemplazadas por códigos y señales. Nuestras universidades por mucho tiempo estuvieron hechas a la medida del libro, pero hoy parecieran acercarse a la del ordenador, otra forma objetivada de saber. Y ese mundo en ciernes, que ya no sería de la escritura ni del libro, ¿qué tipo de cabeza requerirá?

La respuesta es que la voluntad de la Reina de Corazones se va imponiendo en este nuevo País de las Maravillas: ya ni siquiera habrá una cabeza sobre nuestros hombros.

“De nuestra cabeza ósea y neuronal ha salido nuestra cabeza inteligente. Entre nuestras manos, la caja-ordenador contiene y hace funcionar, efectivamente, aquello que antes llamábamos nuestras “facultades”: una memoria, mil veces más poderosa que la nuestra; una imaginación enriquecida por millones de íconos; una razón también, ya que hay tantos programas que pueden resolver cien problemas que nosotros, solos, nunca hubiéramos resuelto. Nuestra cabeza, hela aquí, ante nosotros, en esa caja cognitiva y objetivada.” (Serres, 2014).

Aquí nos encontramos con, quizás, uno de los efectos más excitantes y peligrosos del cambio sociocultural y tecnológico contemporáneo. Uno puede pensar que usa la tecnología para googlear, conversar, recordar o corregir, como quien usa cualquier herramienta. En este esquema, hay instrumentos legítimos e ilegítimos para hacer cosas, y buena parte del trabajo educativo consiste en controlarlos. Pero es mucho más interesante asumir con todas sus implicaciones que el desafío contemporáneo es reconocer una humanidad-sin-cabeza, en la medida que nuestras capacidades se escapan, amplifican y transforman al conectarse con las tecnologías, que nos estamos convirtiendo en algo más. El trabajo educativo debe avanzar menos en la dirección del control y más en la dirección de aprender a formar parte de un modo existencial híbrido, más que humano, humano-y-tecnológico.

Todo esto se puede tomar como una manera de hablar para impactar. Desde hace mucho tiempo, ciertas psicologías enseñan que la cognición se distribuye, que nuestra conciencia depende de los medios socialmente compartidos del pensamiento, que nuestro ser se proyecta por el mundo más allá de nuestros cuerpos. En realidad, nuestras cabezas nunca estuvieron clausuradas al exterior. Sin embargo, nuestra nueva imbricación con la tecnología es demasiado patente y problemática para reducir su comprensión a las viejas formas derivadas de la escritura y la imprenta.



  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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