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El boom de las materias primas Opinión

El boom de las materias primas

Sergio Arancibia
Por : Sergio Arancibia Doctor en Economía, Licenciado en Comunicación Social, profesor universitario
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Este problema no es nuevo en América Latina. En lo que va corrido de este siglo –y también en décadas anteriores– varios países de la región han enfrentado –y gozado– de períodos de grandes ingresos provenientes de la venta de sus bienes primarios de exportación.


Chile se encuentra a las puertas de un gran boom de la industria cuprífera, que se manifiesta, entre otras cosas, en que el precio internacional del cobre bordea ya los 5 dólares por libra, que no es un precio que tenga antecedentes similares en otro momento de la historia de Chile ni de la industria cuprífera mundial. 

Si a ello se suma la irrupción del litio, que –aun cuando recientemente ha enfrentado una cierta disminución en su precio internacional– sigue siendo en nuestro comercio exterior un producto nuevo, con gran demanda internacional, todo parece indicar que jugaremos en primera división y con alianzas mutuamente convenientes con las grandes empresas nacionales y extranjeras con experiencia y tecnología en ese mercado.

Se le plantea a Chile, en este posible escenario, el problema de cómo ocupar en la forma más racional, productiva y sustentable los incrementados recursos financieros que entrarán en el país. 

Este problema no es nuevo en América Latina. En lo que va corrido de este siglo –y también en décadas anteriores– varios países de la región han enfrentado –y gozado– de períodos de grandes ingresos provenientes de la venta de sus bienes primarios de exportación. Es el caso del petróleo venezolano, que presentó elevados precios internacionales en el primer período del presidente Carlos Andrés Pérez, en la década del 70 del siglo pasado, y en el último período del presidente Chávez, en los primeros años del siglo presente. Fue también el caso de Brasil y Argentina que vivieron períodos de esplendor y de bonanza, con el auge de la soya. Bolivia, con el presidente Morales, y con el gas, también pasó por situaciones similares. 

Dichas experiencias regionales arrojan lecciones interesantes, sobre todo respecto a lo que no se debe hacer en tales circunstancias. Esos países, de la mano de sus gobernantes del momento, gastaron grandes recursos en procesos encaminados a incrementar rápidamente el consumo nacional mediante la producción o importación de bienes y servicios incapaces de autosostenerse sin el apoyo continuo de los recursos financieros que el Estado les pudiese proporcionar, lo cual, por lo general, es de fácil implementación y rinde buenos dividendos políticos en el corto plazo. Ceder a esa tentación –o a las presiones correspondientes– es fácil, mientras que mantener una adecuada y estricta dosificación entre el gasto social y el gasto encaminado a incrementar la productividad de los factores es mucho más difícil.   

La experiencia ajena indica también que los altos precios de las materias primas no son eternos, sino que cambios tecnológicos, el descubrimiento de nuevos yacimientos o de nuevas formas de extracción, cambios en los patrones de consumo o cambios de carácter geopolítico que alteren la demanda, la oferta o la localización en el planeta de determinados bienes pueden conducir a corto plazo a la reducción o colapso de la bonanza.

Hay, por lo tanto, que invertir parte de los recursos extraordinarios en mantener o incrementar la excelencia productiva y tecnológica de los yacimientos que generan los mayores ingresos, y no asumir que se tiene un monopolio sobre la gallina de los huevos de oro. La tecnología siempre puede terminar por ganarles la pelea a las capacidades que descansan solo en la generosidad de la naturaleza.  

De una larga lista de reflexiones posibles sobre este tema, queremos terminar esta columna recordando que la banca internacional es sumamente ágil y generosa en prestar cuando visualiza crecimiento y altos ingresos –como tiburones que huelen sangre– y muy rápida e intransigente para cobrar a los primeros síntomas de término o de reversión de la situación inicial. Y si el final de la bonanza nos pilla endeudados, con ingresos reducidos y sin haber incrementado la productividad de los factores productivos, el dolor y la tristeza podrían ser mucho más grandes.  

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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