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Paternidad e inhibición emocional: la ternura como afecto desplazado Opinión Imagen referencial

Paternidad e inhibición emocional: la ternura como afecto desplazado

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Christian Ovalle V
Por : Christian Ovalle V Psicólogo Clínico • Psicoanalista Docente • Supervisor clínico
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Desde hace mucho tiempo se discute si la paternidad puede constituir una fuente de “desgaste” para los padres, en particular durante la espera y el cuidado de los hijos o hijas.


La llegada de un hijo, sobre todo cuando se trata del primero, es un momento primoroso para las parejas, cualesquiera que estas sean, y para sus miembros individualmente. Los cambios que se producen de este momento significativo y nuevo abarcan un sinfín de aspectos de la existencia misma, incluida la dimensión mental. En el campo psicológico y psicoanalítico, el rol del padre siempre ha sido relevante, especialmente en la obra psicoanalítica, donde fueron los propios sueños de Freud los que le permitieron confirmar la importancia fundamental de esta figura para el desarrollo, armónico o disarmónico, de la vida mental, tanto de él como de sus pacientes.

Incluso hay quienes sostienen que la figura del padre fue necesaria para el nacimiento del psicoanálisis. Así, desde esta perspectiva, se observa que tanto los estudios empíricos antiguos como los recientes sobre el apego de niños y niñas pequeños confirman la importancia de las relaciones precoces entre el hijo o la hija con el padre, así como del padre con su hijo o hija. Con énfasis en cómo el interés se ha centrado, principalmente, en el significado del padre para el niño o la niña y en su representación en los adultos, a diferencia de los estudios dirigidos a la comprensión del significado psicológico de ser padre, que han sido menos frecuentes.

Hoy en día ser padres representa una experiencia profunda y compleja, acompañada por la necesidad de adquirir un nuevo rol, una nueva función y una nueva imagen de sí mismo en las relaciones con los demás y con uno mismo. Es una transformación que permite enfrentar la comparación –y, por ende, la rivalidad– con la familia de origen. Entendemos así por qué puede hablarse de que es un trabajo psicológico el relacionarse con la paternidad, cuya complejidad puede ser evaluada mediante métodos de estudio diversos, pertenecientes a distintas disciplinas: antropología, sociología, psicología y psicoanálisis.

Una observación clínica atenta muestra la existencia de notables dificultades en los padres, especialmente, en aquellos primerizos, y evidencia cómo, a nivel psicológico y psicopatológico, estas dificultades –tanto prácticas como emocionales– se manifiestan de maneras muy variadas en las conductas, vivencias y verdaderos síntomas psiquiátricos.

Así, mientras los problemas clínicos e incluso patológicos de las madres no solo son estudiados sino también aceptados, los correspondientes cuadros paternos, o bien no son observados, o son considerados coincidencias casuales.

Desde hace mucho tiempo se discute si la paternidad puede constituir una fuente de “desgaste” para los padres, en particular durante la espera y el cuidado de los hijos o hijas. Y es con base en esta función –la paternidad– que, desde un punto de vista afectivo, el padre parece estar obligado a esconder sus propias necesidades para adecuarse a las de los otros miembros de la familia, en particular de sus hijos o hijas.

En este sentido, hoy en día escuchamos constantemente, de manera casi estereotipada, relatos de pacientes que hablan de “madres posesivas” y “padres emocionalmente ausentes”, comprometidos únicamente con el trabajo y el ejercicio de la autoridad, que sienten que ya han cumplido su “función” en la única e idealizada ocasión del nacimiento de sus hijos(as).

Continuando con el tema del desgaste, surge aquí un conflicto entre la necesidad de reprimir y la posibilidad de acoger sentimientos personales de ternura para desarrollar de forma válida la función paterna.

Sin embargo, si en reuniones científicas, clases universitarias, conversaciones familiares o triviales, se habla, por ejemplo, de los “trabajos de los padres expectantes” durante el embarazo y el parto de su pareja, un hombre probablemente reaccione con una sonrisa, con interés divertido, incrédulo, o con una benévola superioridad del tipo: “Está bien, pero a mí eso no me sucedería”. Mientras que, si la interlocutora es una mujer, en cambio, se percibe un “tierno deseo” y una suerte de “ojalá me pase”.

Si tenemos presente lo que escribió Sigmund Freud en El chiste y su relación con lo inconsciente (1905), se puede pensar que “queriendo entender al otro, el sujeto se pone en el lugar de la persona observada”, y es el contraste entre lo que le sucede a esa persona y lo que el sujeto cree que le sucedería, lo que determina el efecto cómico. En realidad, el sujeto en cuestión está convencido de que los futuros padres deben ser fuertes, responsables y no susceptibles a debilidades.

Sin embargo, desde esta perspectiva, los futuros padres, mediante la toma de distancia y la negación, terminan sufriendo problemas similares, agravados por el estereotipo común y difundido, que los define como guerreros y “proveedores de sustento”, sin debilidades afectivas. Aunque, claro está, hay excepciones.

Ahora bien, desde un punto de vista psicológico, hoy sabemos que tanto la maternidad como la paternidad son experiencias vividas que provocan profundas modificaciones, no solo del rol social, sino también del mundo interno y del sentimiento de identidad. “Volverse adulto” y “maduro” significa afrontar una serie de cambios que están, en gran parte, centrados en el paso gradual de la familia de origen a la familia de procreación y en la búsqueda de soluciones aptas para las nuevas condiciones socioculturales y tecnológicas, que no pueden abordarse con las modalidades aprendidas de generaciones anteriores. 

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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