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El doctor Peña certifica una muerte sin cadáver Opinión Fotos: AgenciaUNO

El doctor Peña certifica una muerte sin cadáver

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Guillermo Pickering
Por : Guillermo Pickering Abogado, exsubsecretario del Interior y de Obras Públicas.
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Carlos Peña es un intelectual influyente. Pero su columna que comento es más una declaración que una argumentación, y no resiste el estándar que él mismo impone a los demás. No hay citas, no hay análisis histórico, no hay diálogo con la tradición política que juzga. Solo una opinión en voz alta.


Carlos Peña, en una reciente entrevista, proclama que la Democracia Cristiana ha perdido todo sentido en la sociedad contemporánea. Lo dice con esa seguridad que tanto fascina como deslumbra: breve, tajante, sin matices ni pruebas. En su juicio, la DC sería un artefacto ideológico del siglo XX, desprovisto de vigencia en el mundo actual. No es una tesis: es un epitafio. Y como todo epitafio busca ser original, pero se precipita, porque certifica la muerte sin cadáver.

La Democracia Cristiana –chilena y universal– no solo no ha perdido sentido: se vuelve cada día más necesaria ante el colapso de los modelos que Peña omite. Donde él ve obsolescencia, muchos vemos una esperanza. Donde él ve silencio, nosotros vemos potencia contenida. No porque el partido esté en su mejor momento –eso sería ceguera–, sino porque las preguntas que dieron origen a la DC siguen interpelando y están vigentes para millones de personas.

La Democracia Cristiana no es una nostalgia ni una cofradía de exministros melancólicos. Es una tradición política que articula una visión profundamente actual de la persona humana, el bien común y la economía. La suya es una ética pública fundada en la dignidad, no en la eficiencia; en la justicia social, no en la rendición tecnocrática; en la comunidad, no en el individuo abstraído del otro.

¿Ha leído Carlos Peña la encíclica Fratelli tutti de Francisco? ¿Ha escuchado el llamado de la ONU a un nuevo contrato social global? ¿Ha seguido los debates en Europa sobre la reforma del capitalismo para hacerlo más inclusivo, verde y justo? ¿No percibe en la crisis ecológica, en el auge de los populismos, en el desprecio por la política, una interpelación al paradigma que glorifica la competencia, el mérito abstracto y el mercado desregulado?

Porque es ese paradigma –el que Peña nunca parece dispuesto a cuestionar con el mismo rigor con que fustiga a sus adversarios– el que hoy hace agua. Y es frente a ese naufragio que reaparecen, con renovado vigor, las ideas democratacristianas: el desarrollo integral, la economía al servicio del ser humano, la solidaridad como principio estructurante del orden político y económico.

Peña comete un error común en tiempos cínicos: confundir el debilitamiento institucional de un partido con la muerte de sus ideas. Pero las ideas no mueren con los votos. Mueren cuando dejan de decir algo sobre el mundo. Y las nuestras siguen diciendo, cada vez con más claridad.

Que la DC esté hoy ausente del Parlamento o debilitada en sus estructuras no implica que su matriz haya caducado. Implica, sí, que debe reconstituirse, modernizarse, abrirse a nuevas formas de organización, superar sus errores y traiciones. Pero la crítica política seria no se construye sobre cadáveres imaginarios, sino sobre realidades dinámicas.

Además, si vamos a usar el criterio de presencia electoral como vara moral, entonces debiéramos enterrar también al socialismo democrático, al liberalismo y a todo el pensamiento humanista, que no llena estadios pero sostiene democracias.

Vivimos una era de soledad social, desigualdad estructural, ansiedad existencial y vaciamiento del sentido común compartido. El individualismo radical ha dejado un saldo de desarraigo, resentimiento y fragmentación. El mercado, cuando se convierte en principio de organización total, no emancipa: disgrega. Lo comunitario, lo solidario, lo público, se ha vuelto contracultural. Y ahí es donde reaparece la DC como respuesta política, no como testimonio.

Frente a la polarización, la tecnocracia fría, el populismo mesiánico y el nihilismo de las élites, la propuesta democratacristiana articula una alternativa: democracia con cohesión, economía con justicia, libertad con responsabilidad, identidad con hospitalidad.

¿Dónde está ese espacio? En cada trabajador precarizado que sabe que el mercado no lo protege. En cada joven que busca sentido más allá del éxito. En cada barrio que resiste la violencia con comunidad. En cada país que busca reconstruir una narrativa que no divida entre patriotas y enemigos internos.

Carlos Peña es un intelectual influyente. Pero su columna que comento es más una declaración que una argumentación, y no resiste el estándar que él mismo impone a los demás. No hay citas, no hay análisis histórico, no hay diálogo con la tradición política que juzga. Solo una opinión en voz alta, sostenida en el vacío de su propio estilo.

Las ideas deben defenderse con razones, no con la celebridad. Y aquí están las razones. La DC tiene sentido hoy porque el mundo está girando hacia problemas que ella lleva décadas pensando. Porque el bien común no ha muerto. Porque la justicia social no es un adorno. Porque la política no es gestión, sino proyecto. Y porque todavía hay quienes no están dispuestos a rendirse ante el prejuicio bien escrito.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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