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Memoria colectiva, memoriales y 27F

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Por: Paula Cortés M


Señor Director:

El próximo miércoles se cumplen 9 años de la tragedia que Chile recuerda como “27F”, el terremoto y tsunami más destructivo en los últimos 50 años en el país. No lejos de la polémica, en 2013 se levanta el memorial del 27F en Concepción, y que según el reporte de Radio Bío Bío, hoy se encuentra vandalizado y abandonado a su suerte. A través de este artículo, y basado en un estudio desarrollado por el proyecto chileno-japonés Kokoronokea (Cortés, Marín, Egas & Marinkovic, 2018), busco generar reflexión acerca de cómo funcionan los memoriales en el mundo y en Chile, y cómo las autoridades y ciudadanía podrían mejorar las instancias del “recordar” en público.

El primer cuestionamiento entorno a un memorial es qué exactamente recordar (y qué olvidar). La literatura en memoria e identidad destaca que se debieran recordar aquellos eventos públicos e históricos que cambian el rumbo de vida de las personas, en los que los recuerdos dejan de ser solo individuales y pasan a ser compartidos por una generación completa. Una segunda pregunta es cómo recordar. Una forma de hacerlo son los llamados memoriales, artefactos culturales materializados en monumentos u otras formas de representación gráfica. Los memoriales son una expresión cultural bastante utilizada en el mundo para recordar diversos eventos; sin duda, la proliferación de memoriales de la Segunda Guerra Mundial en Estados Unidos y Europa da cuenta de ello. Finalmente, una tercera pregunta es para qué, lo que hace alusión a su función; más allá del recordar, ¿cuáles son las funciones de los memoriales?

Para responder esta pregunta en relación con los memoriales de desastres de origen natural, desarrollamos un estudio en Japón, país hermano de terremotos y tsunamis. En este estudio se observaron trece memoriales de los tres mayores desastres en el país. Luego de analizar las características materiales de los memoriales, así como la relación con la comunidad y sus visitantes, concluimos que en Japón los memoriales cumplen cuatro funciones: informar, educar, espiritualidad y esparcimiento. De esta manera, cada espacio de memoria tiene un propósito que no se cumple en sí mismo, sino que se define en su relación con la comunidad en la que se levanta el memorial. Por ejemplo, los lugares que cumplen una función espiritual por lo general son levantados en el lugar preciso donde ocurrió el evento, utilizando material y estructuras originales que han quedado destruidas (vestigios, ruinas). Entorno a estos memoriales se mantiene una actitud de respeto y silencio, dando espacio para quienes acuden a orar por sus seres queridos. Diametralmente diferentes son los memoriales que buscan entretener y recrear a la comunidad. Estos lugares otorgan espacios de interacción social, comercial y cultural, y cuentan con una gama de atracciones turísticas, que también pueden ser aprovechados como espacios educativos.
Otra de las grandes conclusiones de este trabajo tiene relación con la dimensión estética de los memoriales, es decir, si es atractivo o si puede considerarse un lugar bonito, de gusto. En el memorial japonés no dominan figuras abstractas, no impone diseño ni requiere de interpretaciones intelectuales de quien lo observa. En este sentido, el memorial genera memoria a través de la experiencia natural y espontánea con el espacio.

Evidentemente, la experiencia japonesa nos hace preguntarnos qué sucede con los espacios de memoria colectiva de desastres de origen natural en nuestro país. Más en detalle, surgen cuestionamientos de por qué el memorial del 27F en Concepción no es efectivo, y por el contrario, se encuentra rallado, orinado y vacío. ¿Cuál es su función? ¿Cuál es la relación que tiene con la comunidad? ¿Cómo su materialidad, su diseño, evoca el recuerdo del desastre? Responder estas preguntas en contexto son relevantes a la hora de considerar el proyecto de integración del memorial con el Parque Costanera, como lo ha señalado el Seremi de Vivienda y Urbanismo.

Para finalizar, considerar la experiencia internacional junto con las características propias de nuestra cultura pueden ser muy útiles al momento de diseñar e implementar lugares de memoria para los desastres. En Chile estas iniciativas son de vital importancia ya que la construcción de una memoria colectiva, local e integrada pueden ayudar a los procesos de resiliencia de las personas y comunidades.

Paula Cortés M., Magíster en Psicología Social, Universidad Libre de Ámsterdam

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