Señor director:
La cancelación -por 5to año consecutivo- de los fuegos artificiales de la Torre Entel parece un síntoma más que una decisión corporativa. Supone parte de la decadencia de un Santiago Centro escindido de sus bordes, como un corazón herido de un cuerpo con extremidades funcionando de forma independiente. Los fuegos en el cielo no son el problema, el problema está abajo, en ese sitio peligroso, sucio y desangelado en que se ha convertido el centro de la capital en la noche. Un lugar donde no pasa nada bueno después de las 8.
Los fuegos en la torre eran parte de esa vida urbana que se esfumó, un momento ciudadano de brindis y juerga, atizada desde el resplandor y el ruido en el cielo de Santiago desde su corazón mismo, resultando en la ocupación libre del espacio público más democrático y transversal de Chile: la Alameda. Es que no es menor prenderle fuego amigo a uno de los emblemas de la arquitectura contemporánea de Santiago, un edificio icónico que, aunque la postal capitalina se haya mudado en las fotos hacia Sanhattan, sigue siendo parte fundante de nuestro paisaje urbano. El edificio más emblemático del Santiago del siglo XX llevando la batuta de la fiesta.
Obra de Carlos Alberto Cruz, Jorge Larraín, Ricardo Labarca y Daniel Ballacey, la Torre Entel fue ideada en el gobierno de Frei Montalva, construida durante el gobierno de Allende y entregada a Santiago en dictadura en 1976. Es decir, no solo su estampa arquitectónica -mix entre lo brutalista y lo hi-fi-, visible de todos lados es lo transversal, sino que su existencia como objeto político, representando en sus 127 metros y sus 2.700 m3 de hormigón, las tres partes más representativas de nuestra sociedad.
Apagar otra vez los fuegos es apagar el faro que iluminaba la experiencia única de vivir un Santiago que al menos por una noche se amigaba y se iba de fiesta, en la calle, usando las veredas como silla y los monumentos como mesa, descorchando champañas y abrazándose debajo de su símbolo más querido. Ni hablar de eso hoy, hay que apagar rápido porque hay que enconderse. Lo que se cancela no son los fuegos, es la posibilidad de ocupar el espacio público.
Gonzalo Schmeisser,
académico Escuela de Arquitectura UDP.